La oración en familia es la pieza clave del poder de la Llama de Amor

La oración en familia, no solamente individual, es un paso importante para vivir la Llama de Amor. El deber de la oración es en primer lugar un deber personal, individual. Es el momento en que reconocemos a Dios como nuestro Dueño, Creador y Señor de nuestras vidas. Es un verdadero DEBER de amor y gratitud. Por la oración individual y personal cumplimos uno de los preceptos de la Ley Natural: RECONOCER A DIOS COMO NUESTRO SEÑOR. Somos criaturas de Dios, le pertenecemos totalmente. No somos autónomos, independientes porque no nos hicimos a nosotros mismos sino que hemos sido creados por Dios. No somos Dioses. Además de cumplir un deber propio de nuestra naturaleza de criaturas, el orar nos da una “gran ventaja”: nos hace agradables a los ojos de Dios y nos conduce a experimentar su amistad. Más aún, nos lleva a comprender que no somos sólo criaturas de Dios, sino que hemos sido llamados a ser y sentirnos “hijos de Dios”. 

Es diferente sentirse criaturas a sentirse “hijos”. La criatura no goza de los privilegios del hijo. Éste es parte importante de la familia, tiene derechos que la criatura no tiene. Quien es hijo y se siente hijo goza de las ternuras de la paternidad, de la total confianza que le da la filiación, de la herencia del padre. Hay personas  que se consideran sólo como  criaturas de Dios; no han realizado que en verdad son hijos. San Juan (I Juan 3,1) nos dice que somos hijos de Dios: “¡pues lo somos!”. Por eso Dios les es lejano, extraño. 

De igual forma el “criado” no tiene la condición de “hijo”. Ellos también se comportan como malos criados ante Dios. Son fríos, le tienen miedo, no le tienen confianza, viven alejados de Él, no les importa ofenderlo, no tienen intimidad con Él, no se acercan a Él con la seguridad de que serán escuchados, no aman su Palabra, etc. 

La oración personal e individual es indispensable para que podamos llegar a asimilar y aprovechar nuestra condición de hijos de Dios. Como somos miembros de una familia, ¡querámoslo o no! estamos indisolublemente ligados espiritual, biológica y socialmente a una multitud de personas con las que compartimos nuestra condición de criaturas e hijos de Dios: con  los que han vivido antes que nosotros, los que actualmente viven, y virtualmente con los que en el futuro vendrán a formar parte de este grandioso designio de Dios llamado “Creación”. 

La familia ocupa en ese plan del Señor un lugar privilegiadísimo e importantísimo. Es el medio concebido por el PADRE Y CREADOR para poblar su Reino. La familia tal como la revela la Palabra de Dios no es una creación humana. Es de origen divino. “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y ambos serán una sola carne” (Gn. 2,24). La oración en familia “no es facultativa”. Es una verdadera “OB-LIGACIÓN” que nos viene por nuestra condición de criaturas y porque la Palabra de Dios en numerosos textos nos lo prescribe. Jesús nos dice que “cuando dos (o más: es decir la familia) se ponen de acuerdo para orar, Él está en medio de ellos; y si piden al Padre algo en su Nombre, el Padre se lo concederá” (Mat 18, 19-20;Jn,14,13;15,7)16,2-26, etc).
El poder de la oración en familia es algo grandioso. Una familia que ora como se debe, con verdadera fe y piedad, con perseverancia, en unidad, con un amor acendrado al Señor, obtiene todo lo que pide. La oración en familia es la pieza clave del poder de la Llama de Amor. 

En el plan de Dios la familia debe desempeñar el papel fundamental de la santificación de sus miembros. Eso implica en primer lugar que la unión esponsal  sea santificada por el sacramento del matrimonio y por el cumplimiento de la moral cristiana; la evangelización permanente en el seno del hogar; la catequesis constante de sus miembros por los pastores que son los padres; la iniciación al misterio de Cristo por la vivencia de los sacramentos (Bautismo, Confirmación, Eucaristía) y la celebración de las fiestas litúrgicas; el recurso a los medios permanentes de sanación contra las heridas infligidas por nuestra condición de criaturas pecadoras: sacramento de la Reconciliación y las oraciones de sanidad interior y liberación presididas por los padres en el interior de seno familiar; la vivencia de los diversos actos de piedad y devoción que nos ofrece la Iglesia (piedad eucarística, adoración reparadora en familia, rezo del Rosario, ayunos y penitencia, etc.); la vivencia de la comunión eclesial que se expresa a través de la vida parroquial, etc.  etc. Como se dice muy acertadamente: “familia que reza unida permanece unida”. 

En el Diario Espiritual Jesús y María nos hablan de que la familia debe ser un SANTUARIO. Es muy difícil, por no decir “imposible”, llevar   adelante una familia tal como Dios la pide  sin un auxilio divino extraordinario. Satanás odia a las familias felices y busca destruirlas por todos los medios. Hoy más que nunca se necesita ese auxilio. Esa intervención extraordinaria y milagrosa que viene en ayuda de los padres de familia es la “gracia” de la Llama de Amor. Para obtener ese Don hay que comenzar por pedirlo. 

La oración en familia no puede ser ocasional. Debe ser una REGLA que se cumpla diariamente. Cada día dormimos, nos aseamos, cocinamos, limpiamos la casa, nos alimentamos, trabajamos, estudiamos, porque son cosas muy importantes. Nadie reniega, nadie protesta, nadie huye cuando se trata de cumplir esas obligaciones. Pues bien mucho más importante es la salud espiritual de la familia. Si no oramos en familia diariamente no recibimos la fuerza que necesitamos para vencer al enemigo que infaliblemente nos atacará.

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