Las familias necesitan un Nuevo Pentecostés

El pasado 7 de Mayo decíamos que al leer el Diario Espiritual nos percatamos que la Madre de Dios insiste que aprendamos a orar de manera individual pero sobre todo “en familia”.  Allí está el secreto de la fuerza espiritual de la “familia cristiana” contra el poder de las tinieblas que intenta invadir todos los ámbitos de la creación y en especial el corazón del hombre. La familia que ora es como una fortaleza de Dios, inexpugnable. 

La mayoría de los cristianos de hoy están afectados por cierto “daltonismo espiritual” respecto a la existencia del Demonio y de los espíritus malignos. No creen en que existan y por lo tanto conviven con ellos sin darse cuenta de que están siendo sus víctimas. Uno de los grandes méritos del Diario Espiritual de la Llama de Amor es llevarnos a la conciencia de que este mundo, y sobre todo el mundo de hoy, “yace bajo el poder del príncipe de  las tinieblas” en la medida en que no está sometido a Jesucristo. 

La Virgen María en su mensaje dado a la Iglesia por medio de la humilde madre de familia Isabel Kindelmann viene a abrirnos los ojos para que veamos  bien y podamos discernir la enfermedad que nos aqueja,  Ella nos da  un instrumento para que podamos enfrentar a las tinieblas que nos invaden cada vez con mayor violencia. 

La Virgen no nos engaña al presentarnos el panorama de la devastación espiritual de la Iglesia de hoy. Ella es profundamente sincera al decirnos que “las familias…están desgarradas y viven como si su alma no fuera inmortal”  (Aumenta en ti el deseo por mi Llama de Amor p 85).  “Satanás emprende una lucha tal contra los hombres como no la hubo nunca antes” (p 88). 

Hoy celebramos el grandioso día de Pentecostés: cincuenta días después de la RESURRECCION DEL SEÑOR. En lontananza nos alcanza  el eco de la llegada de los israelitas al Monte Sinaí, encabezados por Moisés, cincuenta días después del paso del mar Rojo.  Esos dos acontecimientos que están profundamente entrelazados nos hablan del encuentro vivo con Dios. Moisés contempla el rostro de Yahveh en medio del fuego que abrasa la montaña,  de los truenos que rugen, de los  relámpagos y del terremoto que estremece al pueblo de Israel.  Los ciento veinte discípulos de Cristo acompañados por María la Madre del Señor, en la montaña del Cenáculo, experimentan esa misma emoción ante las llamas de fuego que los abrasan, del viento fuerte como un huracán que llena la casa, del temblor de tierra que los estremece. El Espíritu del Señor llena la tierra y transforma a esos hombres débiles en testigos con poder de Cristo Resucitado. 

Hoy las familias necesitan ese Nuevo Pentecostés. Ese encuentro vivo con el Espíritu Santo. 

El día de su Ascensión el Señor Jesús mandó a sus discípulos que “aguardasen la Promesa del Padre”. Ellos regresaron a Jerusalén y perseveraron en la oración con un mismo espíritu “en el aposento alto”. Allí estaba María la Madre de Jesús. El cambio fue dramático, un verdadero milagro. De pusilánimes que se escondían por temor a los judíos, los Apóstoles abren decididamente las puertas y ventanas y comienzan a proclamar a Jesús como al verdadero Mesías. Hablan y  todos los que los oyen comprenden su mensaje a pesar de pertenecer a diversos pueblos y lenguas. Sus palabras son como espadas de fuego que abren los corazones empedernidos y los convierten en discípulos del Cristo que acaban de crucificar.
La venida del Espíritu Santo cambió todo lo viejo.  Ese Israel exhausto, envejecido en su fe y fracasado en su destino se transforma en el Nuevo Israel, lleno de vigor, la Iglesia de Jesús. Allí nace la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén.   

Cuando tomamos el Diario Espiritual  nos encontramos con que la “efusión de la Llama de Amor” que la Virgen María está profetizando, a través de Isabel Kindelmann, tiene muchas similitudes con un “Nuevo Pentecostés”. Cada familia es “una pequeña Iglesia”;  muchas están enfermas, afligidas, atormentadas, fracasadas, desorientadas en su fe, amilanadas por los ataque del maligno.  

La Iglesia Universal, que es comunión de esos millones de pequeñas iglesias domésticas, resulta profundamente afectada por la crisis de las familias. A esta alarmante situación responden las palabras de Jesús: “Mi Madre Inmaculada quiere que cada familia sea un santuario, un lugar maravilloso donde en unión con ustedes obre sus milagros en el fondo de los corazones. Pasando de corazón en corazón, pone en sus manos la Llama de Amor de su Corazón que por medio de sus oraciones acompañadas de sacrificios, cegará a Satanás que quiere reinar en las familias. Es Su poderosa intercesión que alcanzó de Mí, para las familias, esta gran efusión de gracias”. La Llama de Amor es el verdadero Nuevo Pentecostés que renovará las familias y la Iglesia entera.

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