QUE NUESTROS PIES VAYAN JUNTOS

Qué importante son los pies
Por medio de ellos avanzamos, caminamos, escalamos: pies y piernas nos llevan adelante. Jesús sanó a muchos tullidos, cojos y paralíticos, pero nos dijo que si nuestro pie nos escandaliza es mejor cortarlo. Es preferible entrar en el Reino de los Cielos cojos antes que ser arrojados al infierno con los dos pies y las dos manos intactas (Mt 18.8; Mr 9.45–46). 

El primer paso para derrotar a Satanás es vivir íntimamente unidos a Jesús. Y para lograr esto es necesario que renunciemos a caminar solos a lo largo de nuestra vida. El mundo, el demonio y la carne nos engañan haciéndonos creer que nos “realizamos” cuando hacemos “lo que nos da la gana”. Nos imaginamos que el camino de la felicidad es hacer nuestra propia voluntad. En el Diario Espiritual la gran enseñanza de Jesús es que “hacer la voluntad De Dios” es el único camino para que el hombre sea feliz y se realice como ser humano. 

Isabel dijo un día a Jesús que la “atase a sus pies” y Jesús le cumplió el deseo. A partir de entonces participará de una manera más profunda a los sufrimientos del Señor. “El camino al Gólgota no fue sin tropiezos. Yo también tuve que abrirme camino a duras penas. Tú ahora vienes conmigo al Calvario. Este es el camino de las humillaciones. Nuestra querida Madre también viene con nosotros y comparte contigo sus dolores. “ (DE167).
Seguir a Jesús con nuestros pies atados a los suyos es la esencia del cristianismo. Es necesario renunciar a hacer “nuestro propio camino”, a ser independientes de Dios, de Jesús. Los primeros discípulos llamaron al Evangelio “el Camino”. Querían poner en evidencia que las enseñanzas de Jesús no eran teoría y conocimiento meramente intelectual sino práctica: el seguimiento de Jesús, la imitación de Cristo. La meta de este seguimiento es la Vida Eterna pasando por el Calvario. Desde el primer encuentro con Cristo hasta el último suspiro del discípulo ese seguimiento del Maestro será para la inteligencia humana completamente desconcertante. Mientras que los otros maestros proponen a sus seguidores la felicidad en esta tierra, Jesús la pone más allá de la muerte, en el Cielo. 

Para lograr esta meta exige que abracemos la voluntad de Dios y renunciemos a hacer nuestra propia voluntad. “El que quiera venir en pos de Mí, que cargue con su cruz y que me siga”. En la cruz los pies de Jesús y del discípulo estarán juntos, atravesados por los mismos clavos. El objetivo del seguimiento de Cristo no es conseguir la propia felicidad en esta vida sino la salvación de la propia alma, de las las almas de nuestros familiares y de toda la humanidad. “No vine a salvar a los justos sino a los pecadores. Por eso sufrí una muerte cruel. Por eso te escogí a ti también, para que fueras de mis colaboradores en la redención. ¡Sufre conmigo hasta el martirio!” (DE178). 

El problema del mal, del dolor, del sufrimiento en el mundo es el más desconcertante: ¿Por que existe el dolor y especialmente el sufrimiento de los inocentes? Mientras no comprendamos que el pecado (la propia voluntad del hombre que se aparta de la voluntad de Dios) es la causa del mal y del dolor viviremos desconcertados y aturdidos. Dios transformó el sufrimiento causado por el pecado en el camino de la salvación de la humanidad pecadora. Comprender y aceptar con amor el sufrimiento que Dios nos manda es uno de los puntos más importantes del seguimiento de Cristo: “Tengo que hacerte un manso reproche dice Jesús a Isabel ¡Cuánto te cuesta comprender el valor y el sentido de tus sufrimientos! Sin embargo, el sufrimiento es verdaderamente meritorio sólo si el alma lo acepta, con plena entrega de sí mismo” (DE178). El gran obstáculo al seguimiento de Cristo es precisamente la Cruz. Si no existiera la Cruz todos quisieran seguir a Jesús. 

La Cruz es el centro del Evangelio y son muy pocos los que quieren cargarla como se debe. Muchos se dicen cristianos pero en realidad viven como paganos porque rechazan en sus vidas el sufrimiento que Dios ha puesto sobre sus hombros, su cuota de participación a la Cruz de Jesús.
Cuando se comprende por la gracia del Señor el infinito valor que tienen nuestros sufrimientos la vida cambia por completo y el dolor de cada día se convierte en una gran bendición. La primera lección que recibirá Isabel será renunciar a hacer su propia voluntad para hacer la voluntad de Dios. “Renuncia a tu voluntad, hija mía. Te pido esto tantas veces porque sólo puedes participar en mi obra redentora si totalmente y sin interrupción vives unida a Mí en cada momento” (DE40). Solamente es verdadero discípulo de Cristo el que acepta cargar amorosamente la Cruz que el Señor en su infinita sabiduría le ha destinado para su propia salvación y la de los suyos. Esta disposición fundamental de la vida cristiana se debe vivir en familia. La familia entera debe caminar íntimamente unida a Jesús haciendo todos juntos la voluntad de Dios. Aquí está el trabajo de los progenitores que son los verdaderos “pastores de su pequeño rebaño. Los padres deben discernir el camino de santificación de su propia familia a través de la Cruz de cada día”. Es la familia completa la que debe ir atada a los pies de Jesús. El dolor llegará inevitablemente a cada persona y a cada hogar. Dios se sirve del dolor para probar nuestro amor y fidelidad. Es el gran instrumento del Señor para purificarnos, santificarnos y salvarnos. 

No hay salvación fuera del dolor, es decir de la Cruz de cada día, amada, aceptada, llevada y vivida en unión íntima con Jesucristo. Mientras esto no se comprende, la vida se vuelve un rompecabezas imposible de armar. Hay cruces personales y hay cruces familiares, así como hay cruces que afectan a una nación y también cruces que afectan al mundo entero. No hay más solución al problema del dolor en el mundo que la de Jesucristo: “tomen su Cruz y síganme”. Esto no es fatalismo, es lo que nos dice la divina Revelación. Para poderla tomar y llevar hasta el final es necesario caminar fuertemente unidos a Jesús porque lo que más odia el Demonio es la Cruz y buscará por todos los medios que la rechacemos. 

Satanás tratará de confundir la inteligencia y la voluntad para que consideremos el dolor como una desgracia. Es tan hábil el Demonio que llevará, a quien camina solo, a acusar a Dios como causante de las miserias del hombre. Infinidad de personas se dejan seducir por Satanás, odian a Dios y lo acusan injustamente de la existencia del mal en el mundo, cuando el verdadero culpable de su propia desgracia es el hombre por apartarse de la voluntad divina. En el Diario Espiritual aprendemos a caminar íntimamente unidos a Jesús.

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