Rozalia Celak e Isabel Kíndelmann: ¿Cómo el dolor puede redimirnos?

Los mensajes de Isabel Kindelmann y de Rosalía Celak tienen varios puntos de coincidencia. Primeramente ambas son contemporáneas.  Rosalía muere antes de que Isabel comience a recibir las comunicaciones del Señor. No existió entre ellas ningún contacto; sin embargo ambos mensajes van en continuidad.
La presencia del Demonio en la experiencia de Rosalía y de Isabel es determinante. Ambas sufren los ataques despiadados del Enemigo. Lo mismo le pasó a Pierina Gilli (vidente de María Rosa Mística). Dios quiere que abramos los ojos sobre el mundo diabólico. El Demonio quiere destruir a la Iglesia y al mundo entero. El pecado tiene consecuencias no solamente espirituales sino también materiales: la destrucción de la creación. Para salvarse el hombre debe reconocer a Dios como a su Rey y Señor, y debe hacerlo públicamente no solamente a nivel de Iglesia, sino a nivel de Gobiernos civiles. La sociedad entera debe reconocer a Jesucristo como a su Rey y Señor. 

La familia es víctima de la acción diabólica. Para vencer los poderes destructores de Satanás cada hogar  debe consagrarse al Corazón de Jesús y al de María Inmaculada. María es el camino para que la familia y el mundo entero reconozcan a Jesucristo como Rey y Señor. En el mundo de hoy esto parece una utopía totalmente irrealizable. La mentalidad laicista ha impregnado las conciencias de un rechazo visceral a la idea de que la sociedad civil pueda someterse a Jesucristo como a su Rey y Señor. 

Según esta ideología la religión pertenece al ámbito privado. La separación entre la Iglesia y el Estado no permitiría la consagración y la entronización. Sin embargo la condición que el Señor puso es precisamente esa: que la sociedad entera, civil y religiosa lo proclame como Rey y Señor. Los cristianos debemos tomar conciencia que cada vez somos menos y que el proceso de apostasía (negación, renuncia a la fe) va acelerándose. Si no reaccionamos de manera enérgica y unida, el rechazo a Dios se volverá “viral” y la apostasía terminará en persecución.
La Llama de Amor está como la promesa del Corazón Inmaculado de María: Ella vencerá a Satanás y echará por tierra sus maquinaciones que llevan al hombre a la idolatría de sí mismo. 

Tanto Isabel como Rosalía nos dan el camino: la consagración y entronización de Jesucristo como Rey y Señor en los hogares y en la sociedad civil. Esto no puede hacerse sin grandes dolores y sufrimientos. Sin grandes humillaciones. Hay una lucha a muerte entre Satanás y la Virgen, entre “tu descendencia y la Suya“. Ambas siervas de Dios hacen un descubrimiento trascendental que está en la base del triunfo de Jesucristo sobre el mundo, el Demonio y la carne: es el valor redentor del dolor, de la cruz, de la humillación. El pecado sólo se repara por medio del sufrimiento.
Rosalía entrará en un camino de total rebajamiento: “Siento un enorme deseo de ser despreciada, humillada, incomprendida”. La expiación de los pecados del mundo, especialmente los cometidos contra la castidad, la llevan a ofrecerse como víctima para ser “destruida completa e irreversiblemente“.
“Dios mío: dispón de mí según tu deseo: crucifícame, arrástrame, humíllame, destruye mi cuerpo a través del martirio hasta la última gota de mi sangre y sobre todo hazme mártir de tu infinito amor”. 

El Señor también le pide a Isabel enormes dolores y sacrificios para reparar los pecados del mundo que arrastran a millones de almas a la muerte eterna. Cuando una sociedad es cristiana (familia, grupo, Congregación, pueblo o nación) las realidades de la vida, actos, acontecimientos, son comprendidos desde el punto de vista de la Fe. Para un discípulo de Cristo el dolor, tiene un sentido de participación redentora a la Cruz del Salvador. Para un no cristiano esas realidades existenciales son una fatalidad y una desgracia. La muerte, sobre todo, no tiene ningún sentido. 

El mundo de hoy y los cristianos que han perdido su identidad, consideran la cruz, el dolor, la enfermedad, el sacrificio, la renuncia, la penitencia… etc. como un mal. En la raíz del fracaso matrimonial de los cristianos encontramos este problema: no se mira la vida en el matrimonio como “camino de la Cruz”.Los cónyuges huyen de la Cruz porque les parece un mal. No entienden que el pecado personal actual, los pecados de los familiares vivos y ancestros, y los del mundo entero exigen reparación. Mientras más reine el pecado en la familia más sufrimiento habrá en el mundo y la justicia divina exigirá más reparación.
En la vida de ambos personajes vemos cómo Dios valora el sufrimiento de sus hijos. El Señor lleva a ambas a asumir el dolor como una riqueza (Diario: p 90, 91…). 

La entronización nos lleva a comprender mejor el alcance de nuestra condición de “simples criaturas”. No somos Dioses. No somos autónomos. No somos independientes del Creador. No le podemos decir a Dios: apártate porque nosotros en el Parlamento hemos decidido que tú no eres nuestro Creador ni nuestro Rey. Tampoco le podemos decir: en mi familia “mando yo”, y aquí se hace lo que a mí me da la gana. Los Derechos de Dios sobre su criatura son inalienables y la felicidad de ésta estriba en reconocerlos.

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