RENDIR LA VOLUNTAD

El pecado original afectó lo más íntimo del hombre: su inteligencia y su voluntad. Para restaurarlo Dios envió a su Hijo quien se hizo Hombre sin dejar de ser Dios. Con su muerte en la cruz Jesús nos rescató del poder de la antigua serpiente que sedujo a Eva y a Adán. Como consecuencia del pecado habíamos quedado esclavizados bajo la fuerza de las  pasiones carnales desbocadas. Por la gracia del Bautismo Dios hizo de nosotros criaturas nuevas en Cristo borrando las consecuencias del pecado original (la muerte y condenación eternas) y dándonos la oportunidad de vivir de una manera diferente (la acción del Espíritu Santo en nosotros). Por este sacramento renunciamos a Satanás, a sus pompas y a su obras y nos sometemos a Jesucristo comprometiéndonos a una nueva manera de vivir. 

Desde que reconocemos a Jesucristo como al Señor de nuestras vidas la existencia del hombre se transforma. Nos convertimos en “discípulos”, en seguidores.  Aceptar a Jesús consiste fundamentalmente en seguirlo, como los Apóstoles,  escuchando su palabra e imitando su manera de vivir. Por el Bautismo renunciamos a nosotros mismos. Ya no somos nuestros “dueños”, no podemos disponer de nuestra existencia, ni de lo que tenemos ni de lo que somos independientemente de Cristo porque ya no nos pertenecemos. Somos de Cristo Jesús, hasta el extremo de que ya no vivimos en nosotros mismos sino que es Cristo quien vive y habita en nosotros por su Espíritu Santo.  El encuentro personal con Jesucristo vivo nos lleva a rendir nuestra propia voluntad a la Voluntad de Cristo.

En el interior de cada hombre que escoge seguir a Jesús se da una terrible lucha entre las tendencias malas  de la propia voluntad y la voluntad de Cristo. El Bautismo no nos liberó de nuestras malas tendencias (la llamada “concupiscencia”) que son manipuladas por la acción de los espíritus malignos. Ellos buscan que ofendamos a Dios, que desobedezcamos sus Leyes, que nos alejemos de Él, que nos rebelemos contra Él, que lo despreciemos. En una palabra que dejemos de sentirnos “hijos” para volvernos rivales de Dios. Saber distinguir cuándo los pensamientos, sentimientos, deseos y demás movimientos emocionales de nuestro interior son fruto de los espíritus malignos es de primordial importancia para permanecer en la paz del corazón.

La entrega que hicimos en el Bautismo de nuestra voluntad a la Voluntad de Cristo Jesús la debemos renovar constantemente a lo largo de la vida. A imitación de Jesús debemos decir: “¡Padre, he aquí que vengo para hacer tu voluntad!”.  Es necesario renunciar a hacer nuestra propia voluntad para hace solamente la Voluntad del Señor. ¿Dónde está la Voluntad de Dios? En sus diez mandamientos. ¿Cómo sabemos que los pensamientos, sentimientos, deseos vienen del tentador? Cuando se oponen a los mandamientos de la Ley de Dios. La Iglesia nos habla de siete grandes tendencias perversas que generan  todos los pecados: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza. Se llaman  capitales porque son como la cabeza o raíz de multitud de otros. Debemos ir a la Escritura para instruirnos sobre  las obras de la “carne”: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes” (Leamos y meditemos los siguientes pasajes: Gal 5,19-21; Rom 1,28-32; 1 Cor 6,9-10; Ef 5,3-5; Col 3,5-8; 1 Tim 1,9-10; 2 Tim 3,2-5) ). 

Quienes hacen estas cosas no heredarán el Reino de Dios. Detrás de todos estos pecados están los espíritus malignos; no se trata de simples “tendencias” psíquicas, “naturales”, o “pasiones” indiferentes. ¡No!, se trata de que el pecado original rompió el equilibrio íntimo que Dios había dado al  corazón del hombre al crearlo a su imagen y semejanza. El Espíritu Santo va a luchar por nosotros y con nosotros para reprimir los ataques del Maligno. La gracia de Dios es la fuerza que viene de lo Alto y nos hace vencedores contra las tentaciones.  El principal apostolado de los padres de familia consiste en instruir a sus hijos sobre la guarda de los mandamientos de la Ley de Dios y sobre lo que es el pecado.  La ignorancia en estas materias es una falla muy grave que deja a los hijos a la merced del Maligno. El Diario Espiritual es un testimonio de cómo una madre de familia, guiada por Jesús y María, emplea todos los medios que la Iglesia nos da para luchar contra Satanás. Son muchos los pasajes de este libro que ilustran este gran combate entre Isabel y el Demonio. Debemos ir al Catecismo de la Iglesia Católica para estudiar estos temas, especialmente de los números 1846 a 1876.

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