EL TREMENDO PODER DE LOS SACERDOTES CONTRA SATANÁS.

Las manos del sacerdote no son sus pobres y débiles manos humanas. Son las manos del Sumo y Eterno Sacerdote. Cuando un sacerdote impone sus manos con Fe y plena conciencia de que son las manos de Jesucristo, sobre una persona afectada por la acción diabólica, los espíritus malignos experimentan la misma conmoción que experimentaban cuando Jesús imponía sus manos

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LOS SACERDOTES NECESITAN QUE SE ORE MUCHO POR ELLOS

En la Espístola a los Hebreos se nos explica que el sacerdocio del Antiguo Testamento terminó su misión en el plan de Dios con el Sacrificio de Jesús en la Cruz. Hay un sólo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo. Un sólo Sumo y Eterno Sacerdote. Nos damos cuenta de que ninguna persona por sabia, noble, santa y perfecta que sea humanamente hablando puede con sus propias fuerzas vivir en plenitud el Misterio del Sacerdocio de Cristo.

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lOS SACERDOTES Y LA LLAMA DE AMOR.

Es de capital importancia para la extensión de la Llama de Amor en toda la Iglesia que los sacerdotes sean informados de esta gracia extraordinaria para que ellos la promuevan en su Parroquia. La falta de información adecuada hace que muchos sacerdotes no comprendan el mensaje urgente y las peticiones de la Virgen María a través de su Llama de Amor. Si queremos que el “efecto de gracia” se extienda rápidamente en las parroquias y en la Iglesia Universal lo primero que debemos hacer es orar mucho por los sacerdotes, para que abran su inteligencia y su corazón a a Llama de Amor.

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La Iglesia y sus consagrados llevarán la Llama de Amor a toda la humanidad (VI)

Satanás con su fuerza rabiosa quiere destrozar las familias, a la Iglesia y a toda la humanidad. Yo he obtenido del Padre Celestial una gracia especial para cegarlo: la Llama de Amor de mi Inmaculado Corazón como un nuevo instrumento para salvar al mundo. Este será el Milagro que convirtiéndose en un incendio con su fulgor cegará a Satanás. Este es el fuego de Amor de unión que alcancé del Padre Celestial por los méritos de las Llagas de mi Hijo Santísimo (p 44).

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