NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

Hoy, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, es necesario que volvamos nuestros ojos a este acontecimiento de trascendental importancia para la Iglesia y para la humanidad entera. Todas las intervenciones del Cielo sobre la tierra, cualquiera que sean, tienen una doble vertiente: la local y la universal. Estas gracias extraordinarias de Dios están destinadas a los habitantes del lugar y al mismo tiempo a todos los seres humanos porque su finalidad es la “salvación de las almas”. La Virgen de Guadalupe no es solamente de México. Es de los mexicanos, hispanoamericanos, filipinos y de cada uno de los hijos de Dios sin importar el lugar, el tiempo, el continente o país en que hayan nacido.

María de Guadalupe es reina de México, Emperatriz de América y de las Filipinas porque en la época de la colonia las Filipinas formaban parte del Imperio Español. Es patrimonio de la humanidad. Cada manifestación de María, en cualquier momento de la Historia, obedece al Plan de Dios. ¿Podría haber un signo más parlante del poder de Satanás sobre los seres humanos que Tenochtitlan la capital de los mexicas? Los españoles se horrorizaron cuando vieron los millares de cráneos humanos ensartados en varas (alrededor de 60.000), los templos en los que se sacrificaban a los prisioneros, los sacerdotes con los cabellos embadurnados de sangre humana y hediondos a podredumbre, el canibalismo y tantas barbaries más. Reinaba entre los indígenas esa tremenda deformación de la inteligencia humana, que destinada por el Creador a honrarlo y adorarlo en “Espíritu y en Verdad” había caído en la más terrible oscuridad. Los indígenas pensaban honrar a Dios sacrificándole a sus semejantes y comiéndoselos. Esta semejante aberración no era solamente propia de los naturales del México de esa época, sino que en otras muchas culturas antiguas se practicaba lo mismo.

La mente del hombre es víctima de la perversión ocasionada por los espíritus malignos. Los demonios entenebrecen la inteligencia humana y la arrastran a las más terrible de las aberraciones, como es la destrucción del semejante. Los centenares de miles de víctimas humanas producto de la perversión intelectual de los primitivos de México en realidad no se puede comparar con los millones de víctimas inocentes que la ceguera del mundo moderno ha producido. Las estadísticas no podrán nunca dar el número exacto de víctimas de las guerras recientes y mucho menos el número de inocentes sacrificados por el aborto generalizado y aceptado legalmente. La acción diabólica es la misma en todas partes. Lleva a la destrucción y “nadificación” (convertir en nada) del hombre. Los indígenas “homicidas y caníbales” pueden ser juzgados con benevolencia porque eran totalmente ignorantes de las leyes divinas. El mundo moderno occidental será juzgado con la mayor severidad porque teniendo la Revelación de Dios en Jesucristo la ha hecho a un lado para erigirse en dueño de la vida y de la muerte.

María de Guadalupe es un faro de Luz al cual tenemos que volver los ojos. Los signos que adornan a la Virgen en la tilma de Juan Diego manifiestan que la Señora lleva en su seno al Dios vivo. Está embarazada y cercana a dar a luz. Es un códice que los indígenas leyeron y comprendieron. El milagro se produjo. Esos millones de indígenas llenos de odio hacia los conquistadores rechazaban toda predicación del Evangelio. Los frutos de los frailes y catequistas eran escasos. Muy pocos indígenas se convertían. Cuando apareció Nuestra Señora los corazones de esos indios aguerridos y llenos de odio se derritieron y por millones y millones se convirtieron y se bautizaron. La transformación de México es fruto de la Virgen de Guadalupe. Ella se presenta como la Madre “del Dios por quien se vive” y de todos los naturales. Es una aparición maravillosa que todos debemos leer. Ella le dice a Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás por ventura en mi regazo?” Lo trata de “hijito mío el más pequeño”. Son palabras que rezuman de ternura y de misericordia, de un amor ardiente como en ninguna otra aparición se ha manifestado.

El corazón del hombre moderno se ha endurecido de tal manera que el mensaje de la Virgen de Fátima y de otras apariciones de María Santísima en los últimos tiempos está marcado por la dureza de las amenazas divinas: las guerras, la muerte, la destrucción de pueblos enteros. Esas palabras dan miedo. La ceguera diabólica del hombre ha obligado al Dios infinitamente misericordioso a mostrar el lado de su rigurosa justicia. El hombre de hoy ha rechazado la misericordia divina. El Demonio lo ha envuelto en su tiniebla dejándolo ciego ante la Luz. Debemos mirar a Nuestra Señora de Guadalupe para ser liberados de Satanás porque en su seno santísimo lleva al Dios que es Luz. La Virgen es la que en el Tepeyac aplasta la cabeza “de la serpiente”. El nombre de Guadalupe proviene del árabe wad-al-hub, y significa “río de amor”. En náhuatl: coatlallope: «la que aplasta a la serpiente» . Ambos sigificados se funden para unir a españoles conquistadores e indígenas conquistados en esa Mujer revestida del Sol, que no es ni española ni indígena. Es mestiza. Es española e indígena al mismo tiempo. ¿Habrá algo más maravilloso? En el centro de la devoción a la Llama de Amor está el misterio de Nuestra Señora de Guadalupe porque Ella la lleva en su seno: Mi Llama de Amor es mi Hijo Jesucristo.

Comparte la Llama de Amor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *