LOS REPROCHES QUE JESÚS HACE A LAS ALMAS CONSAGRADAS

Lo primero que Jesús dice a Isabel Kindelmann sobre las almas consagradas es “repárame por las almas consagradas” (DE 24-05-62). El Señor pide reparación por los pecados de sus sacerdotes. Ya la pide por los pecados de todos los bautizados, pero lo hace con mayor dolor cuando se trata de sus consagrados . Jesús le exige a Isabel sacrificios, oraciones, mortificaciones. Le dice:”¡si supieran cómo duele a mi divino corazón cuando me apartan o cuando muchos me excluyen del todo de su corazón!” (DE Mayo 1962). Jesus se queja de que almas consagradas no se preocupan de Él, a pesar de que las ha colmado de beneficios: “Repárame en lugar de aquellas almas también que aunque consagradas a Mí, no se preocupan de Mí. A quienes he abrigado en Mi Corazón, a quienes he colmado con mi precioso tesoro pero ellas los dejan empolvar en el fondo de su alma” (DE 24-5-62). Jesús se queja de que no lo escuchan, de que no entran en lo íntimo de sus almas para que él les pueda compartir sus sufrimientos. “¡Cuánto duele a mi Sagrado Corazón ver tantas almas indiferentes!…el amor desbordante de mi Corazón, no recibe respuestas de parte de esas almas. Ámame todavía más, hijita mía, abrázame más estrechamente a tu corazón. Ofréceme tu alma sacrificada y sírveme sólo a Mí con profunda sumisión. Hazlo en lugar de aquellos que no lo hacen aunque son almas consagradas a Mí” (DE 30-7-62). 

El Corazón de Cristo sufre porque las almas consagradas, a las que ha llamado a una especial intimidad de amor con Él, no responden a ese amor. Jesús se siente “abandonado”, “despreciado”, “olvidado”, “en continua soledad”; “ustedes me tratan como si fuera una persona sin sentimientos. Pero, si se acercaran con confianza, sentirían aquel amor que siente mi Sagrado Corazón por ustedes” (DE 7-8-62). Jesús está vivo, su Corazón sufre por la indiferencia de los suyos. “La aflicción de mi Corazón es tan grande a causa de las almas a Mí Consagradas. Y, sin embargo ¡cómo ando detrás de ellas! Las sigo paso a paso con mis gracias. A pesar de ello no me reconocen, ni me preguntan a dónde voy. Veo, cómo viven aburridos en la ociosidad indolente buscando sólo su propia comodidad, me han marginado de sus vidas. Se aprovechan de cada oportunidad para esconderse cobardemente y engañándose se comportan como si no fueran mis obreros” (DE 4-10-62). Tantos beneficios como reciben las almas consagradas exigen una respuesta generosa de parte de los beneficiados.

 Cuando estas gracias se desprecian viene la reprensión, igual que le pasó al pueblo infiel de Israel: “Infelices, de ustedes, ¿cómo van a rendir cuentas del tiempo desperdiciado? ¡No forcejeen conmigo para obligarme a levantar mis manos sagradas para maldecirles, Yo mismo soy el amor la paciencia, la bondad la comprensión, el perdón, el sacrificio, la salvación, la vida eterna. Y esto ¿no lo quieren ustedes?” (DE4-10-62).  Las palabras que siguen en este párrafo son tremendamente impactantes. Son reproches durísimos para los sacerdotes fríos e indolentes. Los llama “ciegos y sin corazón”, les reprocha su ingratitud, su pereza espiritual, su alejamiento afectivo del Corazón de Jesús, el desprecio de sus gracias, su sordera espiritual. “Con voz de trueno”, les reprocha su estancamiento apostólico, los trata de “delicados y melindrosos”, “comodones”. Les exige firmeza, sacrificios, prontitud: “tomen ya sobre sí la cruz”, “crucifiquense ya a sí mismos”.

Y lo más terrible los amenaza: “¡porque de otra manera no tendrán la vida eterna! Esta es una radiografía de la situación de decadencia espiritual del clero y de los consagrados en los tiempos anteriores y posteriores al Concilio Vaticano II. La burbuja se rompió y salieron del closet. Tenía razón María Rosa Mística cuando en 1947 le habla a Pierina Gilli de la necesidad de conversión entre los sacerdotes y consagrados. Tenía razón Jesús cuando le hablaba en 1962 de esta manera a Isabel Kindelmann. Lo importante es ir al fondo de la crisis, no quedarse en la superficie. La raíz de la crisis está en que el clero no ha tomado con suficiente seriedad el combate espiritual contra el mundo de las tinieblas. El hecho de ser consagrado a Dios no salva de los ataques demoníacos. Al revés, quien se consagra al Señor debe prepararse con mayor entereza para el combate espiritual. 

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