Hombres: la conversión de sus familias comienza por la conversión del “jefe del hogar”
Si los padres de familia son los “primeros y más importantes pastores” de su hogar, deben antes que nada ser los maestros de vida espiritual de sus hijos. Ellos mismos deben enseñar sobre todo por el ejemplo. El mejor libro somos nosotros mismos. Nuestros hijos “nos leen”. Nos observan y aprenden de todo lo que hacemos, tanto el bien como el mal. Aunque tal vez no comprendan hoy lo que hacemos, mañana lo entenderán y aplicarán a su vida.
Hablábamos de la importancia de la oración en familia para que la gracia de la Llama de Amor se desarrolle en el “santuario familiar”. Oración individual y oración en familia son totalmente correlativas. La una depende de la otra. para que los padres de familia puedan ser maestros de la “oración en familia” deben haber antes aprendido a orar de manera individual. Cuando la oración se ha convertido en una necesidad personal y se ha vivido largos años orando, es fácil enseñar a los hijos cómo hacerlo.
El jefe de la familia, la cabeza, no es la mujer. Es el hombre, porque representa a Jesucristo, quien es la Cabeza de la Iglesia. En nuestra cultura machista se da el fenómeno de que en todo lo que se refiere a la fe, a la religión, el hombre “abdica” en favor de la mujer y le dice “ te toca” enseñar a los niños a orar; llévalos a misa, llévalos a la iglesia. La “religión es cosa de mujeres”. Este es el error más grave que puede cometer el hombre en el hogar: no asumir de manera integral su gran responsabilidad de Jefe y Pastor. También es una enorme equivocación de muchas mujeres que en su “feminismo” quieren anular al hombre y asumen equivocadamente el papel de Jefe de la familia, aún en el campo religioso. En la concepción bíblica y cristiana de la familia es el varón quien hace presente a Jesucristo como cabeza del hogar.
La conversión de la familia debe comenzar por la conversión de los varones: asumir con Fe ese encargo, esa responsabilidad, esa vocación y ministerio de hacer presente a Cristo en su casa. Muchos hombres encuentran difícil ponerse al frente de la vida religiosa de sus hijos. Les da vergüenza. Cuando niños no vieron a sus papás orar, ponerse de rodillas ante Dios, ir a misa, confesarse, comulgar, rezar el rosario, meditar la palabra de Dios, solicitar ayuda espiritual al sacerdote. Se les ha quedado en el subconsciente la idea del padre de familia trabajador pero frío para con Dios, ausente de la oración familiar, alejado de la confesión, de la misa, de la comunión; tal vez han visto a un padre ateo, blasfemo, anticlerical, opuesto a lo religioso; o han convivido con un padre vicioso: alcohólico, adicto a las drogas, opresor, abusador, o no han tenido papá y lo que llevan es la imagen de la madre sola que asume todos los papeles del hogar. etc. Lógicamente de adultos se sienten incómodos e incompetentes para enseñar a sus hijos el camino de la oración.
Si queremos que la familia se transforme hay que ayudar en primer lugar a los varones a aceptar su vocación de Jefe del hogar. Aceptarla integralmente, no solo de proveedor y de esposo fiel, sino ante todo de imagen viva de Cristo.
Gracias a Dios aprender a orar no es tan difícil. El Espíritu Santo es el gran maestro de la oración individual y familiar. En el Diario encontramos todo un programa que, si lo aceptamos con fe y humildad, nos llevará a la transformación de la vida personal y familiar. En primer lugar se nos presenta el ejemplo de una mujer común y corriente; con sus debilidades, sus defectos y carencias. Ejemplo para todos: pobres y ricos. Sometida a las condiciones históricas y sociales comunes. Es una mujer de vida parroquial. Esto es importantísimo: la familia debe saber que la fe se vive de manera comunitaria. El centro de los cristianos es Jesucristo, que se encuentra sacramentalmente en la Parroquia.
Muchas familias son como hojas que se lleva el viento. No se sienten ligadas a su Parroquia, ni siquiera la conocen y mucho menos se integran a ella. Esto es una falla de graves consecuencias porque la pertenencia activa y consciente a su propia parroquia es lo que nos enseña desde niño a ser Iglesia, a vivir en Iglesia y como Iglesia. En muchísimos lugares la Parroquia ha perdido sentido por las condiciones de la vida moderna. No deja de ser una gran pérdida y deberíamos en la medida de lo posible recuperar el sentido de vida parroquial.
Una parroquia fuerte, viva, es una valiosa garantía para nuestra fe. De la vida parroquial nace lo más importante del Santuario Familiar: la vida sacramental. Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Matrimonio, Misa, confesión, comunión, adoración, vigilias, relación con el pastor: el párroco, obispo, el Papa; la atención a los enfermos, los diversos ministerios, los grupos de oración, la catequesis para los niños y adultos, las incontables y variadas actividades que alimentarán constantemente nuestra fe católica. En la medida en que haya vida parroquial el Santuario Familiar irá creciendo hasta convertirse en una verdadera escuela de vida cristiana. Los primeros en integrarse deben ser los padres de familia y principalmente el varón. Edificar la familia en Cristo es cuestión de todos.