CARTA No.133: Continúo respondiendo a Saúl de Nicaragua
Si la humildad es la primera actitud que debemos cultivar en las oraciones de liberación, la segunda es una gran confianza en la divina providencia. San Pablo nos dice que “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman”(Rm 8:28). Si el Señor no esperase sacar un bien mayor para la persona que sufre los ataques diabólicos, no los permitiría. Tenemos el ejemplo de Job. Dios permitió que el demonio lo tentase. El propósito del diablo era que Job renegara de Dios. Le quitó a sus hijos y todas sus posesiones, lo hirió con una enfermedad repugnante. Lo llevó al extremo de la miseria. Su misma mujer lo asediaba para que maldijera a Dios. La actitud de Job fue ejemplar. Aceptó con fe y humildad la gran prueba. Salió victorioso del combate y en premio le fue devuelto mucho más de lo que perdió. La mayor parte de los ataques diabólicos vienen de que nos apartamos de Dios. En vez corresponder a las exigencias del bautismo muchas personas y familias enteras desarrollan un estilo de vida completamente fuera de la voluntad de Dios. Sin sacramentos, sin oración, sin alimentarse diariamente de su Palabra, sin eucaristía, sin el arrepentimiento y confesión de los pecados.
Cantidad de personas viven habitualmente en pecado grave dejando los mandamientos de la Ley de Dios a un lado. Este caldo de cultivo se agrava notablemente cuando a esta indolencia por la fe se junta la práctica del esoterismo, espiritismo y brujería en todas sus formas. El mundo diabólico no encuentra resistencia y lógicamente penetra la inteligencia, la voluntad y las otras facultades de la persona para hacer su obra: el rechazo al Señorío de Jesucristo y los ataques a la salud psíquica y física de los individuos y de las familias. ¿En qué sentido debemos confiar en la divina providencia cuando somos atacados por la acción diabólica? El mismo San Pablo nos dice que hemos sido predestinados “a reproducir la imagen de su Hijo, para que Èl fuera el primogénito entre muchos hermanos” (Ro 8:29–30). Cuando San Juan nos dice que este mundo “yace bajo el poder del maligno” no hay que entenderlo de forma absoluta, como si el Demonio fuera el Dueño y Señor de la creación y tuviera sobre la humanidad la última palabra. El objetivo del Padre celestial es “reconciliar por Cristo y para Cristo todas las cosas pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo seres de la tierra y de los cielos” (Col 1:1–21).
Dios nos invita a volvernos hacia su Hijo para adquirir la victoria contra los enemigos de nuestra salvación. La oración de liberación tienen un objetivo: ayudar a las personas afectadas a creer en Jesucristo y a someterse a su Señorío. En la medida en que se va realizando esta entrega a Jesucristo se va logrando el plan de Dios sobre cada persona. Dios siempre da su gracia a aquellos que se la piden. Con la Llama de Amor solicitamos la poderosísima intercesión de María Santísima sobre las personas afectadas por la acción diabólica. Sabemos que Dios nos ama y a su tiempo dará la victoria, respetando siempre la voluntad del hombre. El Señor le pide a Isabel Kindelmann en medio de los grandes ataques diabólicos que confíe en Él y se abandone a su divina voluntad. El Señor asiste a la victoria de Isabel y la derrota de Satanás. En estos tiempos del ataque frontal de Satanás contra las familias debemos guardar la confianza en la divina providencia. En Cristo podemos asegurar nuestra victoria contra el príncipe de este mundo. La oferta de la Llama de Amor es el triunfo contra Satanás si la familia se vuelve con sinceridad a Jesucristo.