EL ROSARIO SE ALIMENTA CON EL ESTUDIO Y MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

San Pablo nos dice: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gl 2:20). En eso consiste la vida del cristiano. Por el Bautismo hemos sido transformados en otro Cristo. Jesús nos ha hecho partícipes de su divinidad. Por la acción del Espíritu Santo nuestra alma ha sido transformada, sellada por el carácter sacerdotal de Jesucristo, lo que nos permite participar en el Sacrificio de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote y Víctima. La vida de Jesús fue una ofrenda total al Padre en obediencia a su santa voluntad. El Señor Jesús nos dio ejemplo de todas las virtudes. La vida del discípulo consiste en la imitación de Cristo. Para imitar a Jesús debemos conocerlo muy bien. En el Diario Espiritual leemos las conversaciones íntimas entre Jesús y María e Isabel Kindelmann. Descubrimos que Jesús y María son dos personas vivas. Sus corazones son “de carne” en el sentido que nos transmiten los sentimientos que ambos experimentaron y experimentan actualmente.

Jesús no es un Dios lejano, desinteresado de nuestros problemas, feliz en su indiferencia hacia las criaturas. El Corazón de la Madre está íntimamente unido al del Hijo. Aunque Jesús es el gran Maestro de Isabel, María Santísima siempre está detrás de la Sierva de Dios para conducirla al Hijo. El papel de María en la Historia de la Salvación no es de ninguna manera secundario y por lo tanto remplazable o intercambiable. Nadie conoce mejor al Hijo que la Madre. María e Isabel dialogan. La Virgen le habla, la escucha y le responde. Las palabras de la Madre de ninguna manera son un eco imaginario y frío de las palabras de Isabel. María está viva, oye e interviene. Es la Maestra de Isabel porque nadie más que Ella puede encender en los corazones humanos la gracia de la Llama de Amor.

El poder de esta Llama depende del grado de conocimiento que tenemos de Jesucristo. Pero no se trata de cualquier conocimiento. Muchos han estudiado la Biblia y en especial los evangelios pero Cristo no vive en ellos ni ellos viven en Cristo. A Jesús es preciso conocerlo desde “dentro” y nadie conoce mejor al Hijo que la Madre. Cuando María nos transmite la Llama de Amor nos lo hace “comprender” desde la perspectiva materna, es decir desde la más profunda intimidad que se pueda concebir. El Rosario y el Evangelio van juntos. El Rosario no puede ir sin el Evangelio. Para que el rezo del Rosario sea edificante de la familia católica es necesario que ésta lea y estudie asiduamente las Sagradas Escrituras y de manera especial la vida de Jesús en los Evangelios canónicos.

El Rosario puede convertirse en una oración monótona, fría, aburrida, repetitiva, inerte y sin frutos cuando está cortada de la lectura y meditación de la Palabra de Dios. La vida del Discípulo se caracteriza por el diálogo interno con el Maestro. No sólo por una reflexión personal sobre las palabras que éste pronuncia, sino por una conversación íntima en el fondo del corazón con ese Maestro vivo que es Jesús. Cuando rezamos el Rosario sea de manera individual, sea en familia, la calidad de nuestra oración vendrá del conocimiento sacado de la lectura espiritual (lectio divina) basada en el Evangelio. Rosario y Evangelio son complementarios. El Diario Espiritual es un permanente diálogo entre Jesús y María e Isabel. A eso nos lleva la Devoción a la Llama de Amor, a vivir una vida de intimidad con Jesús y María.

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