LA TRAGEDIA DE LOS NIÑOS ABORTADOS (2)

El estado de los difuntos es para nosotros los vivos algo muy “confuso”. Es decir no sabemos en realidad todo lo que pasa después de la muerte. Tenemos solamente algunos atisbos, algunas ideas. Mucho de lo que se escribe acerca de la vida después de la muerte está entretejido de intuiciones, suposiciones, elucubraciones e imaginaciones. Lo que la divina Revelación nos dice es muy escueto: Al final de nuestra vida somos juzgados por Dios en su infinita misericordia, si tenemos necesidad de purificación vamos al purgatorio, si somos dignos entramos directamente al Cielo, si hemos rechazado a Dios vamos al infierno. Eso es lo esencial. Los teólogos nos ayudarán a comprender mejor cada uno de estos “estados” del alma; los místicos nos transmitirán sus experiencias que inflamarán nuestros corazones en el amor a Dios, los exorcistas nos compartirán las suyas  que son realmente muy limitadas e interpretadas de acuerdo a las circunstancias en que se dan pero que no tienen valor dogmático, los charlatanes publicitarán sus ideas y calenturientas  imaginaciones que fácilmente pueden confundir la mente de quienes los escuchan.

Lo que yo digo aquí sobre las almas no tiene más valor que el de una experiencia subjetiva. Otros exorcistas tendrán sobre el mismo tema otras vivencias. Les sigo compartiendo lo que yo he vivido con las almas de los niños abortados. Cuando hago oraciones de liberación frecuentemente emergen “almas” que están dentro de las personas. Cada tipo de almas presentan  peculiaridades de las cuales iremos hablando. En el caso de los niños abortados he visto que se transparentan en el rostro de las personas por las que oro. Estas personas están en trance, no son conscientes de lo que pasa. Las almas de los niños abortados manifiestan  gran tristeza; la mayor parte están mudos, no pueden hablar; otros gimen, lloran; otros hablan con dificultad y se preguntan: ¿por qué no me quieren?; otros dicen: llorando lastimeramente: ¡mamá, mamá, mamá! ¡Papá…! Otros: mi cuerpecito está en un basurero. Les pregunto; ¿eres un niño abortado? Casi todos mueven afirmativamente la cabeza en silencio, llenos de dolor. 

Muy diferente de las almas de adultos. Muy pocas veces he encontrado  almas llenas de ira contra sus padres que los han abortado. Entonces lo primero que hago es consolarlos y sanarlos físicamente. Les digo: paso sobre tu cuerpecito destrozado las manos de Jesús y te sano, te reconstruyo. Inmediatamente el rostro se vuelve gozoso. Les digo: ¿quieres que te bautice? Todos dicen ¡sí!  Les pongo el Nombre de Jesús a los varoncitos y de María a las niñas. Recito sobre ellos la fórmula del bautismo, invoco al Espíritu Santo sobre ellos y les digo reciban el Cuerpo de Cristo. Ellos abren espontáneamente la boca y sacan la lengua. Ahora los voy a poner en la cuna del niño Jesús y en los brazos de nuestra mamá, la Virgen María. Se vuelven felices, sonríen, ríen. Al final les digo: ¡Ahora váyanse al Cielo, con la Virgen María! ¡Oren por mí!   Y la persona por la que oro recobra su cara normal. 

Lo que yo veo en los niños es un inmenso dolor. ¿Por qué no me quisieron? ¿Por qué me mataron? Hay millones de almas de niños que no se manifiestan y andan “vagando” en la oscuridad. Buscan a su mamá. A otros les pregunto ¿dónde estás? Y Señalan el seno de la madre.  Cantidad de almas de niños abortados se quedan en el seno materno. Están con su mamá. Les aportan su tristeza, su dolor, su depresión. Esta es una característica de ciertas almas: influyen sobre las personas dándoles dolor y enfermedades psíquicas y hasta físicas. Habría muchísimo más que decir sobre este tema. Lo que importa es que las mujeres tomen conciencia de que abortar es una terrible injusticia cometida contra el más inocente y el más débil. Parte el alma oír a estos niños llorar. ¿Por qué no me quisieron? Es una pregunta dolorosísima. El desprecio más grande que se le puede hacer a un ser humano es quitarle la vida injustamente. 

Los niños se sienten rechazados, despreciados, humillados injustamente. “Mi cuerpecito está en un basurero”.  Es una expresión de infinito dolor por el más tremendo desprecio que se le puede hacer a una persona.  La inmensa mayoría de estos niños aman a su mamá y a su papá. Los buscan, quieren ser reconocidos, amados, respetados, formar parte de la familia a las que Dios los había destinado. Padres de familia. Deben educar a sus niñas y jóvenes de tal manera que adquieran conciencia de la grandísima dignidad que significa ser madre. No hay dignidad más grande sobre la tierra. Dios bendice a la mujer que lucha por conservar la vida del hijo que lleva en su seno, no importa las circunstancias en que haya sido concebido. Pobrecitas aquellas personas que abortan voluntariamente.  Son dignas de lástima. Necesitan nuestra ayuda para superar un trauma que nunca se borra. Pobrecitos  aquellos que promueven el aborto. Serán juzgados con el extremo rigor del Padre que nos confía a los que Él más ama: los niños inocentes.

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