EL PADRE NUESTRO

La oración que Jesús nos dejó como modelo de todas las oraciones es el Padre Nuestro. Es la más perfecta, la que más luz arroja sobre los ojos del ser humano, la que más dignidad tiene porque la compuso Nuestro Señor Jesucristo, la más poderosa contra el Demonio, la que resume todo el Evangelio. Es la oración de liberación por excelencia. Nos hace ver cuál es el designio divino y hacia dónde apunta la acción del reino de las tinieblas. ¡Dios es nuestro Padre! No existe mejor “definición” de lo que es el Dios verdadero.  Satanás quiere que no nos consideremos hijos de Dios; su afán es que odiemos al Creador, que lo rechacemos, que nos rebelemos contra Él, que lo neguemos, que seamos indiferentes hacia Él y a sus intereses, que no le rindamos el culto que se merece. Es la principal tentación de Satanás, la más peligrosa, la más grave. Quien cae en esa trampa no tiene salvación porque para salvarse es necesario creer en Dios y amarlo. 

El ateísmo lleva directamente a la condenación eterna. El Demonio genera en corazón del hombre la desconfianza hacia Dios, la impiedad  y el desprecio de las cosas divinas. Jesús nos lleva a lo único que importa: amar a su Padre y nuestro Padre. Estamos llamados a amar a Dios con el Corazón del Hijo. Jesús expresa su amor haciendo la santísima voluntad de su Padre y nos enseña a hacer lo mismo. Nos da como ejemplo el amor de los niños: Si no se hacen como niños no entrarán en el Reino de los Cielos. Por ese motivo  Satanás odia a Jesús y pone todo su empeño en apartarnos de Cristo. Jesús es la Nueva Ley de Dios. Cristo no vino a abolir la Ley antigua sino a darle su cumplimiento. La guarda de los diez mandamientos es la protección más poderosa contra la acción diabólica. Eso significa “vivir en gracia de Dios”. 

Es necesario meditar con profundidad cada uno de los diez mandamientos para discernir cómo actúa el Demonio. Lo que se opone a cada mandamiento es obra de Satanás. El odio a Dios se manifiesta contra los tres primeros, el odio al hombre contra los otros siete. El Pan de cada día no es solamente el pan material, es ante todo el Pan del Cielo: el Cuerpo y Sangre de Cristo. Satanás rechaza la Eucaristía, la odia, la profana. Todo lo que se opone al Cuerpo y Sangre de Cristo es obra de Satanás: las herejías que niegan la presencia real, los sacrilegios, las irreverencias, la frialdad…vienen del Enemigo Maligno. En consecuencia el Demonio odia a la Iglesia con rabia desmedida porque es la Esposa de Cristo y el instrumento de nuestra salvación. 

Entre todos los sacramentos la confesión de los pecados es uno de los que más detesta el Demonio porque es el don de la Misericordia divina al pecador. Satanás infunde miedo a la confesión y aparta al pecador de este sacramento para que no experimente la Paz de Dios y el Amor del Padre Celestial. Podemos estar totalmente seguros del perdón del Padre cuando nos volvemos hacia Él con humildad y se lo pedimos. Dios tiene compasión del prójimo que nos ha ofendido y quiere que lo amemos perdonándolo. El Demonio infunde “culpa, angustia, desasosiego” en el alma cuando hemos pecado. Satanás es el acusador. Infunde venganza contra el hermano que nos ha ofendido. El Padre de ninguna manera quiere que caigamos en la tentación del Maligno porque sabe que caemos en la Muerte. Él nos cuida y pastorea, pero es necesario que como las ovejas, estemos a su lado.

El Demonio nos tienta para arrastrarnos lejos del Padre. La súplica que resume el Padre Nuestro es la última: ¡Padre líbranos del Maligno! Para eso vino Jesús al mundo, para destruir las obras del Diablo y liberarnos de su perversa malicia.  La oración del Padre Nuestro la repetimos innumerables veces, pero de tanto repetirla ya no nos dice nada. Lo hacemos por “rutina”, mecánicamente. Deberíamos meditarla constantemente, reflexionarla, para devolverle todo su sentido. Hay que mirar a Jesús. Él antes de morir, en la Última Cena y en la Cruz al expirar nos da el Espíritu Santo para que nos introduzca como un guía en la Verdad. Intercede por nosotros ante el Padre con “gemidos” inenarrables para que nos conceda la gracia de amarlo como Cristo lo ama, como verdaderos hijos en el Hijo.

En el Diario Espiritual aprendemos que la gracia de la Llama de Amor viene del corazón del Padre Celestial. Es un regalo que brota de las llagas sacratísimas de Jesús. La suprema Voluntad del Padre fue la muerte de su Hijo en la cruz para salvarnos. Sería un craso error imaginarse a un Padre Celestial impertérrito, insensible e indiferente viendo a su Hijo morir en la cruz. Así como la Virgen sufrió al pie de la cruz, el Padre amorosísimo sufrió en lo más profundo de su corazón al ver a su Hijo despreciado por la malicia de los hombres entregados al odio satánico. La oración de liberación más poderosa es el Padre Nuestro porque es la súplica de Jesús a su Padre celestial. Por eso el Santo Rosario es tan eficaz contra Satanás. Al Padre Nuestro debemos recurrir permanentemente con fe viva para protegernos y para triunfar del  Maligno.

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