EL GRAN LLAMADO DE LA VIRGEN A LAS FAMILIAS (8)

LOS ESPÍRITUS MALIGNOS ATACAN EL CUERPO

En los comentarios anteriores hemos visto cómo los espíritus malignos tienen la capacidad de influir  sobre la inteligencia, la voluntad, la memoria. La finalidad última es empujar al ser humano a separarse de Dios, a ofenderlo por el pecado. La finalidad intermedia es hacer sufrir al hombre perturbando el ejercicio de sus facultades mentales, emocionales, espirituales. El ser humano, en su constitución, es alma y cuerpo. La inteligencia, la memoria y la voluntad, para actuar necesitan un sostén que llamamos cuerpo. No podemos pensar sin un cerebro; ni sentir sin una organización de conductores llamados “nervios”, ni recordar el pasado sin elementos psicobiológicos que necesariamente tienen su base en la organización corporal.

Los espíritus malignos procuran impedir el buen funcionamiento de nuestro cuerpo para hacernos sufrir y lograr sus objetivos. Si de alguna manera se impide a nuestra víctima la facultad de pensar, de razonar, de comprender, de captar la realidad, le hacemos un daño enorme. O si manipulamos de tal manera sus sentimientos que le impidamos tener paz, serenidad, alegría, gozo, felicidad, lo arrastramos a la desesperación. Si logramos que no recuerde parte de su historia personal, o distorsionamos esos acontecimientos del pasado, o bombardeamos su inteligencia y su voluntad de manera violenta con recuerdos dolorosos, o le sugerimos insistentemente pensamientos destructores, destruimos su equilibrio emocional. Podemos hasta llevarlo a la locura.

 Los demonios actúan de esa manera, afectando y destruyendo alma y cuerpo para destruir a la persona. Nuestro cuerpo es una maravilla. Este cuerpo que Dios nos ha dado está compuesto de diversos “sistemas” que si funcionan correctamente nos permiten actuar de manera satisfactoria y sentirnos bien.  Tenemos una estructura compuesta de huesos llamado sistema óseo que sostiene los  demás sistemas: muscular, nervioso, linfático, circulatorio, respiratorio, digestivo, endocrino, reproductivo, excretor, tegumentario (la piel o tegumento). Si estos sistemas funcionan mal nos sentimos enfermos y desgraciados. 

De una manera que no podemos comprender perfectamente los espíritus malignos o demonios afectan también el cuerpo impidiendo el buen funcionamiento de alguno o de varios sistemas. Si vamos a la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, encontramos pasajes que hablan de estas influencias diabólicas. Recordemos algún pasaje: el niño epiléptico (Mc 9,17-29), los endemoniados de Gerasa (Mt 8, 28-34), la mujer encorvada (Lc 13,10-17), etc. Según afirman muchos filósofos, los espíritus malignos solamente pueden “actuar” sobre nuestro cuerpo, pero no pueden “estar” dentro.  Sea lo que sea y digan lo que digan la realidad es que en la experiencia de todos los exorcistas se da un hecho: el cuerpo humano es víctima de la influencia de los demonios.

Estén dentro o estén fuera los espíritus malignos pueden actuar en diversas partes del cuerpo humano. Dolores en músculos, articulaciones, en órganos internos y externos, vómitos, ceguera, sordera, ahogamiento, sensación de que aprietan la garganta, enfermedades, esterilidad, parálisis, torcimientos, diversas sensaciones extrañas, inflamación instantánea de los labios, del vientre, de cuerpo en general, alergias de distinto tipo, imposibilidad para caminar, para moverse, problemas en la digestión, adormecimiento de músculos, golpes, rasguños en la piel, sueño profundo, perturbaciones de la atención, de la memoria, esquizofrenia, bipolaridad, psicosis, visiones de diversos tipos, sensaciones, etc, etc, pueden ser originados por la acción de los espíritus malignos. Todo esto parece “imposible”, sobre todo a personas instruidas académicamente, cuando no se ha tenido la experiencia.  Es un campo que va más allá de las reglas de la ciencia experimental, pero que no se puede negar porque esto se da cada día en la cura de almas. Es necesario que aprendamos a defendernos contra el mundo oculto y sus servidores nefastos. La mejor defensa es la precaución que nos proporcionan las enseñanzas del Diario Espiritual.

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