Por el Espíritu Santo la Llama de Amor es esencialmente “carismática”

Queridos hermanos cuando pensamos en el aire que respiramos de inmediato pensamos en el oxígeno. Pensamos que sin este elemento químico moriríamos en pocos minutos. Sin embargo en la composición química del aire el gas fundamental que nos hace vivir es el nitrógeno. El 78 % del aire que respiramos es nitrógeno, el 21 % es oxígeno y el 1 % son otros gases como el ozono, dióxido de carbono, hidrógeno, kriptón y argón (Wikipedia).

El nitrógeno nos rodea y ni siquiera lo sentimos. Está en todas partes. No lo vemos, no nos damos cuenta de que está allí. Si llegara a faltar nos moriríamos en cuestión de minutos. ¡Que injusticia hemos cometido con el nitrógeno! ¡Pobre nitrógeno! Habría que hacerle un homenaje y poner al oxígeno en segundo lugar. ¡Perdón nitrógeno por nuestra ignorancia! ¡Hemos sido ingratos contigo!

Al revisar el índice del Diario Espiritual de la Llama de Amor no encontramos ni una sola vez la palabra “Espíritu Santo”. Buscando apresuradamente en las páginas interiores la he encontrado dos veces (p 140 y 143); tal vez se la encuentre en otras. El Espíritu Santo es como el nitrógeno, está en todas partes, pero no se lo ve. Tampoco nuestro Señor Jesús, en el Diario Espiritual, habla de Él de manera directa a Elizabeth. Sin embargo, si abrimos bien los ojos, nos daremos cuenta de que desde la primera hasta la última página del Diario Espiritual se habla constantemente de la tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Cada palabra de nuestro Señor Jesús lo está diciendo inspirado por el Espíritu Santo. Él es el amor del Padre y del Hijo, el fuego de la Llama, el Don de Sí mismo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Es el que nos hace conocer a Jesús y nos acompaña en nuestro viaje hacia el Padre. Es el Espíritu Santo el que nos da las Sagradas Escrituras inspirando a los escritores sagrados, profetas y evangelistas. Es el guía que nos introduce en la Verdad, el abogado, el defensor. El amigo íntimo que nos consuela, nos socorre, nos anima.

La Iglesia nos enseña que es el Santificador, el esposo de la Virgen María, el alma de la Iglesia. El Verbo se hace carne por obra y gracia del Espíritu Santo. El Espíritu es la fuerza de Dios, su Poder, al mismo tiempo que su ternura. El Padre y el Hijo viven en nuestra alma por medio del Espíritu Santo. Dios padre nos da por medio del Hijo y en el Espíritu Santo los siete sacramentos y los siete dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. A través de estos Dones la Trinidad nos transforma a su imagen y semejanza: somos deificados e iluminados para que nuestra conducta sea conforme a los deseos del Padre.

Caminando en el Espíritu Santo es posible manifestar en nuestro caminar los doce frutos: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, mansedumbre, fe, fidelidad, modestia, continencia y castidad. En el momento de nuestro bautismo el Poder del Espíritu Santo destruyó el poder del pecado sobre nosotros, nos arrancó de las tinieblas de Satanás y nos hizo miembros del Reino de la Luz. Las tres grandes virtudes teologales: FE, ESPERANZA Y CARIDAD, nos son dadas en el bautismo. Estas tres virtudes tienen a Dios como objeto directo. Es el Espíritu Santo quien nos hace creer, esperar y amar a Dios y en Dios.

Las virtudes morales infusas: prudencia, justicia, fortaleza y templanza son también fruto de de su acción en nosotros. Y el anhelo de imitar a Cristo y reproducir en nosotros una vida semejante a la suya viviendo sus virtudes es el fruto de la presencia del Espíritu Santo en nuestras almas. Además de toda la inmensa riqueza a la que hemos apenas hecho alusión, tenemos la lista interminable de carismas que florecen en las diversas comunidades de cristianos. San Pablo nos habla de algunos en sus epístolas, especialmente en Romanos (12), Corintios (12; 13; 14), Efesios (4)…etc.

La Llama de Amor es esencialmente “carismática” en el sentido de que es el Espíritu Santo el alma de esta gracia que brota del Corazón del Padre y del Corazón Inmaculado de María.

El anhelo de todo padre de familia católico ha de ser que su familia se convierta en un Santuario Espiritual en el que el Espíritu Santo pueda actuar con total libertad para santificar su matrimonio y a sus hijos. Para que la Llama de Amor se pueda expandir con gran fuerza es necesario que en las familias se descubra al Espíritu Santo, el ilustre desconocido. Hay que invocarlo, pedirlo con confianza, con fe y perseverancia para que deje de ser simplemente “presencia” y pase a ser “motor de nuestras vidas”.

El Espíritu Santo está paralizado en multitud de cristianos porque viven en pecado grave. No han renunciado al pecado ni luchan contra él. Son tibios para con Dios. No se han entregado de verdad. No viven el Señorío de Jesús en sus vidas y por eso se convierten en cristianos estériles. El Espíritu Santo no puede actuar. Los carísimas se dan en las personas y en las comunidades cuando se renuncia al pecado y a la tibieza y se piden con perseverancia. La Llama de Amor debe vivirse de manera carismática, adornada de todos los carismas de los que nos habla San Pablo en sus cartas.

Digamos con frecuencia: “Señor, dame tu Espíritu Santo; lléname de tus carismas para que pueda servir mejor a tu Iglesia”.

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