Los difuntos actúan y tienen gran influencia en la vida familiar
Los padres y todos los miembros de la familia deben persuadirse de que el combate espiritual contra el mundo de las tinieblas es permanente y dura más allá de la muerte, con nuestros difuntos, hasta que cada miembro haya llegado a su destino final: la contemplación del rostro de Dios, la Patria celestial.
El éxito de cada familia se mide por la santidad de vida de sus miembros. El ideal de cada hogar católico y de toda familia debe ser que ninguno de sus miembros se condene y que su purgatorio dure el menor tiempo posible. Aún la muerte no termina con el combate espiritual. Después de ésta, el tiempo de la purificación o purgatorio, debe unirnos íntimamente con los difuntos de nuestra familia y con todos los demás. La Iglesia es una gran familia y todos los que están aún vivos deben tener presentes y ayudar con sus oraciones y sacrificios a aquellos que se están purificando.
Los difuntos son miembros vivos y activos de su familia entera. Ellos actúan y tienen gran influencia en la vida familiar. Es preciso descubrir esta realidad para aprovechar su presencia invisible, responder a sus necesidades espirituales y aprovechar su poderosa intercesión en nuestro favor: los difuntos oran y obtienen gracias para los demás. Es lícito pedir a las almas del purgatorio que oren por nosotros.
Lo que es ilícito y gravemente pecaminoso es el llamado “espiritismo” que además de ser una especie de “religión” es una puerta abierta para la posesión diabólica; consiste en invocar las almas de los muertos para obtener conocimientos o utilizarlos como instrumentos de lucro o de curiosidad. Los difuntos son nuestros hermanos y merecen un gran respeto. Ellos deben ser integrados en la vida familiar y tenidos en cuenta porque como dice Jesús: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”.
Muchos personas han muerto después de haber llevado una vida desastrosa, llena de grandes pecados, sin el auxilio de los sacramentos, pero abiertos a la misericordia divina. Se han arrepentido y Dios les ha concedido el perdón de sus pecados; no se han condenado, pero deben purificarse de todas las manchas de su alma. Es una enseñanza permanente, constante de la Iglesia acerca de la existencia del purgatorio.
Hay personas que no creen en el tiempo de purificación después de la muerte. Creen que cuando alguien “acepta a Cristo en su corazón” es liberado del pecado y de todas sus consecuencias. Dicen que la pasión de Cristo, la Sangre de Cristo es suficiente para perdonar los pecados y que por lo tanto NO EXISTE EL PURGATORIO. Esta postura es errónea, falsa, herética. Contradice a las Sagradas Escrituras y al Magisterio de la Iglesia. Además es tremendamente perjudicial e injusta para con los difuntos porque los priva de las oraciones, sacrificios, penitencias y demás sufragios a los que tienen derecho, dejándolos sin auxilio espiritual en su tiempo de purificación.
La pasión de Cristo, es verdad, es la causa eficaz de nuestra salvación. Por la muerte de Cristo nuestros pecados son perdonados; pero hay que tener en cuenta que esa pasión de Cristo y su Sangre preciosa deben ser plenamente aceptadas en nuestra vida por una respuesta total de la voluntad. Aceptar a Cristo significa rechazar el pecado en toda su extensión. Cuando quedamos afectivamente unidos al pecado esa pasión de Cristo no ejerce en nosotros “todas sus consecuencias”: es decir nuestro amor a Dios es muy pobre y no le permite a Cristo actuar con absoluta libertad en nuestras vidas. Las almas no son totalmente purificadas de las consecuencias del pecado porque el amor a Dios es muy pobre en esos corazones. Dios perdona la culpa del pecado cuando uno se arrepiente (es decir perdona la condenación eterna), pero exige la reparación del pecado cometido, lo que se llama la pena temporal.
Muchos exorcistas relatan su experiencia con almas del purgatorio que hablan durante las oraciones de liberación; no pocos fieles también dan testimonio de haber visto difuntos y recibido de ellos súplicas de misas y oraciones. Es un dato muy frecuente en la literatura religiosa acerca del purgatorio. Hay almas que llevan muchos años, incluso siglos, como entrampadas y necesitadas de oraciones y los vivos no oran por ellas. Un fenómeno muy impactante es darse cuenta de que nuestros ancestros que están en el purgatorio pueden, por permisión divina, ejercer influencia sobre los miembros vivos de la familia. Sus virtudes y sus defectos, incluso sus enfermedades o espíritus inmundos ligados a ellos pueden heredarse en cierto modo.
Además del examen de conciencia que hemos de hacer es importante también elaborar una especie de “mapa” genealógico en el que señalemos las enfermedades espirituales y también físicas de nuestros ancestros, sus defectos de carácter, sus pecados notorios, etc. que nos permitan orar por ellos y por nuestra sanación interior. En el Diario Espiritual existen pasajes en los que se insiste mucho en ayunar y orar por las benditas ánimas del purgatorio. El efecto de gracia de la Llama de Amor llega hasta esas almas para ayudarlas en su purificación.