Dios es un Padre que nos “ama, protege y sostiene” (VI)
La gran queja el Padre Eterno es que no lo conocemos. A pesar de que Jesús nos ha revelado al Padre, de que nos ha hablado constantemente de “su Padre y de nuestro Padre“, los cristianos no hemos todavía “comprendido”, ni “realizado” lo que significa que Dios sea nuestro Padre.
El gran anhelo de Dios es que lo amemos, lo conozcamos y lo glorifiquemos en tal que Padre. Nos podremos preguntar: ¿Cómo puede ser posible tal cosa? ¡Si cada día se elevan al cielo millones de “padrenuestros”! ¿Si cada misa es ofrecida al Padre Eterno? ¿Si todo el tiempo nombramos a Dios como “Padre”? Sin embargo el mensaje dado a Sor Eugenia Ravasio es claro: “Nadie ha comprendido todavía los deseos infinitos de mi corazón de Dios Padre de ser conocido, amado y glorificado por todos los hombres, justos y pecadores. Por lo tanto son estos tres homenajes que deseo recibir de parte del hombre, para que yo sea siempre misericordioso y bueno, aún con los grandes pecadores”. (ER p 20).
Dios pide un culto especial, que le es debido como PADRE, CREADOR Y SALVADOR, pero este culto no se le ha dado todavía. Ante este dilema podríamos pensar que Dios espera que todos los bautizados profundicemos lo que en la catequesis hemos aprendido: que Él es nuestro Padre. Una cosa es “saber en teoría” algo y otra llevarlo a la práctica. Esta sería la primera y más importante tarea que deberíamos emprender en la Iglesia: darnos cuenta, asimilar, vivir, sentir esa paternidad divina que nos rodea.
Tenemos que cambiar de corazón: Dios no es el primer motor de los filósofos, ni el gran arquitecto del universo de los masones, ni ese creador que ha lanzado a rodar el universo mundo y lo ha dejado a sus propias leyes. Dios es ante todo un Padre que “ama, protege y sostiene a sus hijos” (ER 19-20), que está constantemente viviendo con ellos para colmarlos con su bondad infinita. “Que sepan que yo no tengo otro deseo que el de amarlos, donarles mis gracias, perdonarlos cuando se arrepienten, y sobre todo no juzgarlos con mi justicia sino con mi misericordia, para que todos se salven y sean incluidos en el número de los elegidos” (ER 21).
Los cristianos estamos llamados a transmitir al mundo ese misterio de la PATERNIDAD DIVINA. Esa es la base de la evangelización. El anuncio de Jesús es fundamentalmente “revelarnos al Padre”, decirnos quién y cómo es Dios. Y Jesús nos habla de SU PADRE Y NUESTRO PADRE. Los cristianos somos enviados por Jesucristo a transmitir a toda la humanidad esa grandiosa realidad: que somos hijos de Dios, que Dios es nuestro “papá” (Abba).
En el Diario Espiritual de la Llama de Amor Jesús nos lleva a descubrir a Dios como a nuestro Padre. En primer lugar nos enseña a pedirle al Padre en su Nombre por la Llama de Amor: “Pidan a mi Padre en nombre mío, Él les concederá lo que por medio de Mí le pidan. Solamente tengan confianza y hagan referencia a la Llama de Amor de mi Madre Santa, porque a Ella le están obligadas las Tres divinas Personas. Las gracias que pidan por medio de Ella, las recibirán. Ella es la esposa del Espíritu Santo y su amor recalienta tanto a los corazones y a las almas enfriadas en el mundo que, despertándose, con nuevas energías, podrían elevarse a Dios” (p 121).
Jesús nos dice aquí algo que no dice en el Evangelio: que cuando le pidamos algo al Padre, también lo pidamos por medio de la Virgen María. Jesús asocia a su Mediación (con M mayúscula) la mediación (con m minúscula) de su Madre Santísima. Al sentido de la Paternidad divina Jesús asocia el sentido de la maternidad espiritual de su Madre para con nosotros. María es hija de Dios Padre, Madre de Dios hijo y Madre espiritual nuestra. La Virgen María es el gran modelo de “HIJA” DE DIOS PADRE. De Ella aprenderemos a amar a Dios como a nuestro Padre. La gracia de la Llama de Amor es también una gracia de filiación divina: nos lleva a amar a Dios como el Padre, nuestro Padre.
“Las familias húngaras están desgarradas y viven como si su alma no fuera inmortal, con mi Llama de Amor quiero reavivar otra vez el amor en los hogares, quiero mantener unidas las familias en peligro de dispersarse” (p 85).
Aquí hay algo muy importante: reavivar el amor en las familias depende del amor de los padres a los hijos y de los hijos a los padres. Para que los padres puedan (aprender a) amar a los hijos necesitan cambiar la imagen de Dios que ellos llevan en su mente y en su corazón. Para ser un buen padre de familia hay que experimentar a Dios como Padre. Jesús en el Diario Espiritual nos habla constantemente de “su Padre”. Isabel (Kindelmann) se refiere a Dios como al “Padre”. Quienes acogen en su vida la gracia de la Llama de Amor son encaminados a mirar a Dios como a su “Padre” para que puedan transmitir a sus hijos el amor al Padre celestial.
Dios deja de ser el Creador lejano y olvidado para convertirse en el Padre que interviene constantemente en la vida de sus hijos y quiere ser conocido, amado y glorificado por todos los hombres, justos y pecadores. Es el fruto de la Llama de Amor. Cambiar la manera de relacionarnos con Dios: de hijos a “Padre”.