Con la Oración Familiar se benefician los difuntos, los vivos y los que están por nacer
Reparar en el lenguaje ordinario significa restaurar a su estado primitivo. Nos da la idea de algo que se ha estropeado y que es preciso recomponer. Hablando en el terreno de la espiritualidad, el Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo pide “reparación” por las ofensas que hemos realizdo especialmente en el Santísimo Sacramento del Altar.
En la vida diaria cuando alguien nos ha ofendido o cometido una injusticia o agravio, exigimos una disculpa, o un desagravio, o un castigo para el agresor. Si somos nosotros los que hemos ofendido a alguien sentimos y sabemos que debemos pedir perdón y ofrecer una reparación que restaure la relación. Con Dios es lo mismo. La Santidad, la Dignidad, el Amor de Dios, nos pide que reparemos los pecados que hemos cometido contra su divina majestad.
Está claro que el único que puede realizar esta “reparación” es Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Nosotros nos unimos a su sacrificio redentor con nuestras pobres ofrendas expiatorias.
La Devoción al Corazón de Jesús nos lleva a tomar conciencia de la gravedad de las ofensas hechas contra Nuestro Señor y de la importancia de la reparación de nuestros pecados (Diario Espiritual pag. 295). Las familias de la Llama de Amor se “consagran y consagran su casa a los Sagrados Corazones de Jesús y de María” (pag. 89-90).
La Palabra de Dios nos hace caer en la cuenta de que los pecados no solamente son individuales sino también familiares, colectivos, y no solamente afectan a quien los comete sino también a los miembros de la familia o de la sociedad. El pecado, cualquiera que fuese, afecta a toda la familia y a toda la sociedad porque todos estamos ligados, comunicados, por nuestra condición de criaturas humanas. La familia son también los antepasados difuntos cuyas almas están afectadas por sus propios pecados y que necesitan nuestras oraciones, sacrificios y obras de caridad para seguir su camino hacia la Luz. Son también, en cierto sentido, miembros de nuestra familia aquellos que “todavía no han nacido” y que se beneficiarán en el futuro de las bendiciones que nosotros merezcamos. Nuestros actos buenos tienen consecuencias positivas tanto para los difuntos como para los hijos futuros. Igualmente nuestros pecados traen consecuencias negativas para los hijos, nietos, bisnietos.
Las Sagradas Escrituras nos hablan de esta misteriosa relación intergeneracional entre los miembros de una familia. Cómo los pecados, maldiciones, pactos diabólicos, prácticas mágicas y esotéricas de nuestros antepasados, pueden en cierto modo repercutir sobre nosotros y nuestros descendientes como una cadena cuyos eslabones nos atan y nos afectan espiritual, moral y hasta materialmente. El poder de la oración en familia es grandioso. Atrae grandes bendiciones no sólo sobre sus miembros sino también sobre vivos y difuntos.
“Cuando alguien hace adoración reparadora a la Santísima Eucaristía mientras eso dure en su parroquia Satanás pierde su dominio sobre las almas” (p 124). Los difuntos de la familia se benefician enormemente y se hacen presentes, aunque invisibles, en el lugar donde se hace la oración (p 194).
Muy a menudo las condiciones no permiten que todos los miembros del hogar se hagan presentes en la “Hora Santa de adoración reparadora”. La Virgen comprende perfectamente estas circunstancias y sale al paso de una objeción muy común: no podemos orar en familia porque no todos estamos en casa. Ella dice: “por lo menos dos o tres”. No hay que dejar nunca la oración en familia. Los poquitos que puedan participar hacen presentes a los ausentes y obtienen para ellos las bendiciones que toda la familia necesita (p 231). Reunirse para orar puede ser un sacrificio, pero vale la pena. Dios escucha esa oración con mucho agrado. Las familias que no oran pierden enormes bendiciones y están a la merced del maligno. “Formen pues una fila estrechamente apretada porque la fuerza del sacrificio y de la oración quebranta la llama del odio infernal” (p 266).
La Virgen nos pide que iniciemos la Hora de adoración reparadora en familia santiguándonos cinco veces y ofreciéndonos al Eterno Padre por medio de las llagas de su Sagrado Hijo (p 44). Este ofrecimiento al Eterno Padre es muy importante porque nos sitúa en la perspectiva de la oración cristiana la cual se dirige al Padre por medio del Hijo, en el Espíritu Santo. También nos invita a que terminemos de la misma manera nuestra oración y hagamos lo mismo en diversos momentos del día porque eso “nos acercará al Eterno Padre” y obtendremos muchas gracias.
“Veneren públicamente las cinco Santas Llagas de mi Divino Hijo: que no sea una devoción particular sino pública veneración” (p 324).
La contemplación de Jesús Crucificado, de sus cinco llagas, es de capital importancia para obtener un profundo arrepentimiento de nuestros pecados. En el Diario se hace constantemente hincapié en el “arrepentimiento”, que es la raíz de la “reparación”. Solamente cuando se tiene conciencia de la gravedad del pecado y estamos arrepentidos sinceramente de corazón, podemos hacer una reparación auténtica.