Lutero y el Orden Sacerdotal (VI)
Hermanos, Lutero al verse confrontado con la autoridad de la Iglesia, se sirvió de la enseñanza bíblica del “sacerdocio común” de los bautizados para indicar que cada cristiano es un sacerdote y maestro independiente de toda comunión con la autoridad eclesial. Por eso en las iglesias protestantes no hay sacerdotes legítimamente ordenados como en la Iglesia Católica. Los llamados pastores, aún los que se llaman “obispos”, son laicos a los que se les ha dado un cargo de predicación o administrativo sin ningún poder para consagrar el pan y el vino.
El Sacramento del Orden Sacerdotal
El Concilio de Trento, en la sesión XXIII, el 15 de Julio de 1563, Canon 1, declara solemnemente como dogma de Fe, que el Sacerdocio fue instituido por Nuestro Señor Jesucristo para “consagrar, ofrecer y administrar su cuerpo y sangre”. Tanto las Sagradas Escrituras, como la Tradición y la enseñanza del Magisterio lo han enseñado siempre.
El Concilio Vaticano II (Presbyterorum Órdinis, Sacrosantum Concilium, Lumen Gentium) ha perfeccionado la visión de Trento. La Iglesia nos dice que el sacerdote actúa “in persona Christi”, es Cristo Cabeza de la Iglesia quien celebra, quien se ofrece al Padre en Sacrificio una vez para siempre. De igual forma cuando el sacerdote perdona los pecados, es Cristo quien perdona.
El sacramento del orden sacerdotal configura al que lo recibe “con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote” por el carácter indeleble que imprime en su alma (sacerdote para siempre). Por eso el sacerdote es “consagrado”, dedicado exclusivamente a ejercer el Ministerio Sacerdotal para la santificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. No es un delegado del pueblo, de la Iglesia, sino que es “llamado por Dios”, es una Vocación que viene de parte del Señor.
San Pablo, en su carta a los Tesalonicences, se pregunta sobre la jerarquía de la iglesia: “¿Acaso todos son apóstoles, todos profetas, todos maestros? (1Co 12, 29)”. En su carta dirigida a su discípulo Timoteo, San Pablo escribe: “Por eso te recomiendo que avives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2Tm 2,6). Vemos que por medio de esta “imposición de manos” se hace efectiva la ordenación sacerdotal. Por esta razón San Pablo aconseja a Timoteo: “no te precipites en imponer las manos a nadie y así no te harás partícipe de los pecados ajenos”. Por otro lado en la carta a los Hebreos recoge el siguiente retrato del Sacerdote: “Todo sumo sacerdote, en efecto, es tomado de entre los hombres a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados…” (Hb 5, 1-4)
Sacerdocio y Eucaristía unidos en un solo signo
El Sacerdocio y la Eucaristía están íntima e inseparablemente unidos y son el signo supremo de la verdadera Iglesia de Jesucristo. Allí donde está la Eucaristía está la Iglesia de Cristo. Donde no está la Eucaristía no está la Iglesia de Cristo. Este es el gran drama de los protestantes: sin sacerdocio están viviendo un estilo de Iglesia que no es el revelado por Dios. Una Iglesia sin auténtica eucaristía no es Iglesia. El Sacramento de nuestra Fe es el sacrificio de Jesucristo. Así lo proclamamos después de la consagración del Pan y del Vino en la santa misa.
¿De qué sirve tanta predicación de la Palabra de Dios si ésta no nos lleva a comulgar al Cuerpo y Sangre del Señor? Sin duda alguna la ausencia de la Eucaristía verdadera es la más grande pérdida y desgracia del protestantismo.
Del abandono de la Eucaristía viene el desastre de las familias
En los tiempos actuales algo muy grave amenaza a la Iglesia católica como consecuencia de la progresiva pérdida del sentido de la Misa y de la presencia real. Comenzamos a vivir la Fe como si fuéramos“protestantes”, lejos de la Eucaristía. Creemos “en teoría” en la Eucaristía pero se vive como si no existiese.
La Virgen nos advierte que Satanás quita de las familias la Fe en el Santísimo Sacramento del altar. Muchísimas familias católicas ya no viven ni siquiera la Misa dominical. No reconocen públicamente a Jesucristo como Señor de sus vidas. Allí comienza el reino de Satanás en los hogares. Aparece la indolencia por la salvación eterna; olvidamos que la causa de nuestra salvación es el Sacrificio de Cristo. Del abandono de la Eucaristía provienen todos los desastres morales que aquejan a las familias porque ya no hay gracia de Dios que las asista.
El que no come mi carne y no bebe mi sangre no tendrá vida eterna. Juan 6,52-54
La Devoción a la Llama de Amor nos lleva a la Misa, a comprenderla, a vivirla, a amarla y ponerla en el primer lugar de nuestras vidas como la fuente de toda las gracias. Cuando los protestantes redescubran el Sacerdocio Ministerial y el Sacrificio de la Misa, abandonarán en masa el protestantismo para volver a la fe que la Iglesia profesó durante mil quinientos años.