CARTA No.273 :LIBERACIÓN DE UN NIÑO (2)

Juan de Miami Fl.(USA), me escribe: Soy cubano. Estoy de catequista en una parroquia de Miami. Gracias a Ud. estoy descubriendo la Llama de Amor. Me encanta esta devoción porque creo que es la respuesta de Dios a la terrible confusión que hay en millones de católicos. Están con un pie con Dios y el otro con el diablo. Van a Misa y van donde el santero. Dicen que creen en Jesucristo y al mismo tiempo practican los rituales del vudú; dicen que confían en Dios pero confían más en el diablo. La gente anda buscando sanación y liberación y los sacerdotes no los atienden. Por eso se van donde los evangélicos o lo que es peor donde los brujos. Es terrible todo eso porque viven en pecado mortal: dicen que se confiesan, van a comulgar y después se van donde los santeros, macumberos, paleros, etc. ¿Qué hace la Iglesia para combatir esta confusión? Deberían comenzar a evangelizar a los de casa. 

Respuesta: Estás poniendo el dedo en la llaga. Hay una tremenda confusión en la mente de muchas personas que se dicen cristianas. Rinden culto a Dios y al mismo tiempo rinden culto a Satanás. Como bien dices: tienen un pie en la Iglesia y el otro en la casa del diablo. ¿No será que tenemos la culpa los sacerdotes? La idolatría fue el principal pecado del pueblo de Israel. Adoraban al Dios verdadero con el culto en el templo y ofrecían sacrificios a las deidades paganas en los montes. Allí no hay verdadera fe en Jesucristo. La gracia de la Llama de Amor es, tal como lo da a entender la Virgen, la solución a la pastoral fallida de la Iglesia: “Hay muchas familias frías como la tuya”, le dice María Santísima a Isabel. El Evangelio no puede dar sus frutos si no se lo vive integralmente. Quien no tiene fe en Jesucristo busca la solución en los santeros. El ambiente familiar en que viven muchos bautizados es totalmente pagano.

En muchas familias se practica la santería de generación en generación. Como no se alimentan del Evangelio, ni lo escuchan ni lo leen atentamente, no se convierten. No renuncian de corazón a esas prácticas demoníacas. Son corazones divididos. No aman a Dios con “todo su corazón, con toda su mente, sobre todas las cosas”. Por ese motivo son infelices. No pueden recibir el gozo ni la paz del Espíritu Santo. Los demonios de ruina se aposentan en esas familias. Las gracias que la devoción a la Llama de Amor aportan a los hogares comienzan por iluminar esas inteligencias oscurecidas. Cristo debe ser el Señor de los hogares para que produzcan los frutos del Espíritu Santo. Las personas que no han renunciado de corazón a las prácticas supersticiosas son fácilmente afectadas por la acción de los espíritus inmundos. Los padres de familia son los primeros que deben renunciar de corazón a todas las herencias supersticiosas que han sido practicadas de generación en generación por los ancestros. Deben transmitir a sus hijos la fe pura en Cristo Jesús, llevándolos de la mano a la total consagración a su divino Corazón. No se puede servir a dos señores. Servir a Cristo y servir a los demonios. 

Entre las cosas más abominables que hemos visto en estos últimos tiempos son los políticos que han iniciado su mandato rindiendo culto a los dioses ancestrales. En vez de atraer sobre el país la bendición de Dios atraen las maldiciones que el Dios de Israel lanzó sobre los reyes idólatras. La Llama de Amor va reconstruyendo desde las bases la fe de la Iglesia. Al educar desde la infancia a los niños en la Palabra de Dios, en los sacramentos, en la oración y demás prácticas de fe de la Tradición de la Iglesia, se construye una nueva sociedad. Los cristianos siempre estaremos en lucha contra los falsos dioses que tratan de resurgir allí donde han sido vencidos y erradicados. La Iglesia tiene todos los medios para dar a sus fieles la verdadera libertad en Cristo Jesús. Si los sacerdotes no los entregamos somos los culpables de que los fieles vayan a buscar el agua viva a cisternas reventadas, tal como los profetas lo denunciaron en el Antiguo Testamento. Debemos expandir la Devoción a la Llama de Amor con celeridad, tal como la Virgen María nos lo pide muchas veces en el Diario Espiritual si de veras queremos que esta civilización cristiana no se hunda.

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