CARTA No.96: Sigo respondiendo a Cecilia de Bogotá

¿Qué papel desempeña la virtud teologal de la Esperanza en la expansión de la Llama de Amor?

Podríamos decir que el mundo pertenece a aquel que le dé esperanza. Estamos viviendo en un mundo lleno de tragedias espantosas: las guerras, la violencia como instrumento de poder, las pandemias, los fenómenos naturales devastadores, las migraciones forzadas, la pobreza infrahumana en que se debaten centenares de millones de habitantes, la explotación inmisericorde de los débiles, el hambre que está matando a pueblos enteros, etc. Las tragedias del mundo en vías de globalización no terminan. Al paso que vamos dentro de unos decenios la tierra será un infierno, ya no será solo un “valle de lágrimas”. El ser humano ha perdido la esperanza. A los pueblos angustiados y desesperados ante tanto dolor los
promotores de un orden mundial diferente pretenden darle una “nueva esperanza” basada en la ciencia humana. Quieren que el ser humano sea feliz y se han imaginado una “felicidad a su manera” que nos proponen o nos imponen si no la queremos aceptar. Pretenden que nos ajustemos a sus criterios que nos llevan a la felicidad material. Para lograrla no importa sacrificar a centenares de millones de vidas inocentes, ni de explotar a los débiles esclavizándolos con nuevas formas de opresión.

El Evangelio de Jesucristo se opone radicalmente a este tipo de soluciones y medios para lograr la felicidad. Los cristianos tenemos un mensaje muy diferente. Desde hace veintiún siglos proclamamos que Dios se hizo carne, que vino a nosotros en forma humana para compartir nuestros dolores y darnos la verdadera Esperanza: la Vida Eterna. El reino de Jesucristo “no es de este mundo”. Jesús se lo dijo a Pilato, representante del entonces “orden romano”. El reino de Cristo está ya desde ahora en el interior de los corazones de aquellos que creen en Él y ponen en práctica sus enseñanzas. Siempre, a lo largo de estos veintiún siglos, ha habido una permanente guerra a muerte entre los hijos de la Luz y los hijos de “las tinieblas”. Los cristianos vivimos de Esperanza con “E” mayúscula. La muerte no es para nosotros más que un paso hacia la Vida Eterna. Es una ventaja el morir, como dice San Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” …”mi deseo es partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor” (Flp 1:23). La tentación mortal que tenemos los cristianos es la de renunciar al Evangelio de Cristo para acoger el “evangelio o los evangelios” de este mundo. Cuando se pierde la identidad católica el bautizado tiene un sólo objetivo vivir feliz en este mundo y huir del dolor como de una maldición.

El objetivo de la gracia de la Llama de Amor es la de renovar a las familias dándoles el motivo fundamental de la Esperanza cristiana: estamos llamados a formar parte de un reino que se inicia en esta tierra pero que culmina en la Vida Eterna. Más allá de la muerte está la felicidad perpetua, para siempre, que nunca terminará por los siglos de los siglos. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Nosotros somos la levadura de este mundo, la luz, la sal de la tierra. La virtud teologal de la Esperanza es la fuerza divina que nos capacita para sobrepasar todas las dificultades que inevitablemente vendrán contra nosotros mientras seamos huéspedes en este mundo. Debemos recordar que la tierra no es nuestra patria. Somos como huéspedes incómodos para los hijos de las tinieblas que están bajo el poder de príncipe de este mundo. El Diario Espiritual nos dice que “bajo el efecto de gracia de la Llama de Amor se convertirá la humanidad” (DE 25-20-1962). Se trata de una “súplica constante”. Los cristianos somos los únicos que podemos dar esperanza a este mundo perdido en la desesperación. Por ese motivo se nos ha dado la gracia de la Llama de Amor, el instrumento más poderoso de la historia de la Iglesia para cegar los ojos de Satanás.

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