CARTA NO.73: HOMOSEXUALIDAD 5

Respuesta: El Demonio odia de manera especialísima a los niños. Busca herirlos, afectarlos por todos los medios posibles. Ya desde el momento de la concepción, en el seno materno, durante la gestación, en la pequeña infancia, en la infancia, en la adolescencia, y el resto de la vida. Es un odio fanático llevado al paroxismo. Los niños son inocentes, ingenuos, débiles, no tienen malicia, no saben defenderse. Como lobos hambrientos detrás de la presa andan los demonios buscando cómo herirlos y cómo sembrar en ellos heridas que en el futuro se desarrollarán solamente con el objetivo de hacerlos sufrir cuando sean hombres. Solamente el odio satánico explica la avalancha de abortos que sumerge al mundo. Cuando se trata de posibles vocaciones para el sacerdocio o la vida consagrada el ataque es mayor y más artero. Todo este campo demoníaco es tremendamente oscuro y confuso para nosotros los seres humanos. Fácilmente somos víctimas de la malicia de estos espíritus que odian a Dios y a sus débiles imágenes que somos nosotros.

Tratan de atacar y herir todas las facultades del ser humano: la inteligencia, el corazón, la memoria, todas las facultades, el cuerpo, el entorno de cada persona, las parejas, el ambiente familiar, los grupos, las instituciones, especialmente a los pueblos en sus relaciones, los gobiernos, las naciones enteras, la Tierra de manera física, la humanidad completa para desviarla del designio del Dios creador. El propósito de Satanás es humillar a Dios destruyendo y corrompiendo su imagen viviente que es el hombre. La única defensa que tenemos ante ese ataque inmisericorde es la misericordia de Dios, nuestro Creador y Padre, que se expresa plenamente en su Hijo Jesucristo. Adán y Eva entregaron este mundo al Demonio y de reyes de la creación pasaron a ser esclavos de Satanás. Jesús, por su muerte y resurrección, destruyó el reino del Demonio y nos liberó de su poder (Jn 12,31; 16,11; 1Jn 1,13). Sin embargo como el hombre es libre de aceptar o no la libertad que Cristo le ofrece, Satanás sigue ejerciendo dominio sobre aquellos que se le someten. La libertad del hombre que rechaza a Jesucristo es lo que explica que este mundo yazga todavía bajo el poder del príncipe de este mundo.

Aquellas personas que rechazamos a Satanás y aceptamos a Jesucristo como nuestro Dios y Señor, somos los cristianos. El pecado de Adán fue tan catastrófico para la humanidad que de generación en generación quedó impreso en nuestra naturaleza humana: la lesionó profundamente. Por ese motivo el hombre no tiene pleno dominio sobre sus pasiones. Dentro de nosotros hay fuerzas desbocadas que luchan contra nuestra voluntad para arrastrarnos fuera del designio divino. Entre estas fuerzas íntimas está la sexualidad. Los espíritus malignos de manera preferente se ceban en esta área de la personalidad para impedir el designio divino “creced y multiplicáos” (Gn 9,1; 7). Las tendencias homosexuales son fruto de la acción demoníaca en el interior del hombre, igual que las otras perversiones en este terreno. Para que el hombre recupere su equilibrio en la sexualidad es indispensable que se entregue a Jesucristo, lo acepte conscientemente como a su Dios y Señor, y emprenda con el auxilio de la gracia la lucha tremenda contra los espíritus malignos de lujuria.

Es pues indispensable que los niños sean bautizados lo más pronto posible para que reciban la Gracia santificante y los dones del Espíritu Santo que son la mejor protección. Cuando los padres de familia están casados por el Sacramento y lo viven intensamente sus hijos son concebidos en un acto humano de amor lleno de la gracia de Dios. Cuando los hijos son concebidos en estado de fornicación ya desde el seno materno los niños están afectados por el pecado de sus padres. El matrimonio civil, la unión libre, el adulterio no favorecen en nada a los niños. La familia debe cuidadosamente proteger a los niños, adolescentes y jóvenes de los abusos sexuales. Los espíritus malignos de homosexualidad penetran por medio de estas agresiones a la integridad del cuerpo. La gracia de la Llama de Amor llega al corazón de los padres de familia para constituirlos verdaderos pastores que cuiden a sus hijos y los protejan de la acción de los demonios.

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