Testigo de Cristo Resucitado
Mi nombre es José, soy un hombre de 35 años. Voy a compartir brevemente mi testimonio del amor de Dios y por qué afirmo ser testigo de la resurrección de Jesucristo. Empezaré por dar una radiografía de mi vida a mis 25 años: Soy un muchacho de buen ver, con defectos, algo acomplejado, tímido, callado, tengo un buen trabajo, mi carro, vivo con mis padres, un nicaragüense de clase media. En lo personal, he practicado la homosexualidad y he tenido un par de novias, no me definía como homosexual, pero tampoco podía definirme como heterosexual. Aunque desde hace un par de años, con el auge del internet, mi inclinación hacia la homosexualidad se había incrementado y se estaba o se había vuelto una obsesión. También empezaba a visitar bares de ambiente. Mi familia ignoraba esto.
Interiormente estaba lleno de dolor, mentiras, vergüenza, rechazo, era como buscar un imposible, mi inclinación homosexual me llevaba a buscar una amistad especial, un poco o algo de amor o intimidad pero sólo encontraba fornicación, que al final solo quedaba el sentimiento de repudio del uno al otro y un vacío e indignidad cada vez más grande. Era como tener sed y beber agua del fango, estar enfermo y buscar la cura en la enfermedad, estar ciego y pedirle ayuda a otro ciego, era como estar perdido y buscar ser salvado por otro perdido.
Etapa de los 25 a 28 años:
Como había mencionado, tenía un buen trabajo, muy bueno para mi edad en ese entonces, era muy esforzado en lo que hacía, y sí, Dios es bueno incluso con los pecadores, Dios retribuye el esfuerzo y no olvida a quien lo invoca.
A mis 25 años fue ascendido a un mucho mejor puesto y la empresa me ofreció una posición gerencial en su oficina regional en Costa Rica. Yo acepté a lo inmediato. Mi vida, mi personalidad, mi status, todo cambió repentinamente, a finales de mis 25 años vivía solo en un apartamento en condominio, en zona bonita de Heredia, carro nuevo, excelentes ingresos, viajes frecuentes al exterior, me adapté rápido a una vida como de rico, y mi apariencia física se volvió una obsesión, la cual mejoró notablemente, en una sociedad en la que el buen ver es notablemente apreciado.
Cualquiera diría una vida envidiable a esa edad, y un trabajo soñado con un futuro exitoso profesional según las reglas del mundo.
Con respecto a mi tendencia homosexual; ésta era ignorada en mi círculo laboral por lo cual siempre tenía que mentir, y la mentira era algo normal, ya hasta lo veía natural o justificable en mí. Con la vida y estilo que tenía y en un país (el cual amo) donde la cultura homosexual es abierta, más aceptada, más arraigada, más liberal, extremadamente explotada y fuertemente atractiva que se enlaza con un culto al cuerpo del hombre, yo caí, y entré en este mundo como príncipe. Y como era un príncipe en ese mundo, era un príncipe solitario en busca de otros príncipes; y como príncipe de ese mundo fui coronado en soberbia efervescente, aplaudido y entronado en la lujuria, y como arma letal, el egoísmo.
El salario que tenía por ser príncipe de ese mundo, era la peor de las esclavitudes, “ser esclavo y no saberlo”.
En mí, el corazón y el alma eran tesoros perdidos o escondidos. Yo, para excusarme pensaba desdichado de mí que nadie me ofrece su amistad o un afecto personal, era como un cuerpo que solo era empleado para la fornicación, pasión, emociones extremas y búsqueda de intensos placeres, pero la verdad es que yo era así y en los otros sólo buscaba saciar mis deseos. Me había endiosado a mí mismo y ponía la excusa de ser la víctima.
Si alguien me interesaba era solo para que me alabara o admirada, una vez logrado, perdía completo interés, y mi búsqueda continuaba.
Sin embargo, como príncipe de un mundo tenebroso, la paga y la realidad eran funestas. Mi misma soberbia y lujuria me llevaban a cometer las cosas más indignas y humillantes para un ser humano. Y la esclavitud a la carne se anteponía a todo en mi vida. Llegaba al punto de no poder emplear mi voluntad a otra cosa más que a satisfacer la obsesión enfermiza y descontrolada de mi carne; había perdido mi humanidad y dignidad.
El estilo de vida, más luego mi inmersión en la vida nocturna de ambiente homosexual en los Estados Unidos durante mis viajes de trabajo o placer me llevaron a niveles cada vez más altos de perdición, de corrupción, de pecado y los vicios cada vez se me iban pegando más. A parte de mi promiscuidad, me había vuelo también un alcohólico, y para rematar mi vida, era dependiente de fármacos para poder sobrellevar la vida que tenía. A esto, sumarle, los incalculables peligros a los que me sometía y exponía, conducción temeraria y en estado de ebriedad, juergas y orgías con gente que no conocía en grandes ciudades que no conocía. El no haber muerto en ese tiempo, fue misericordia de Dios. Todos los días combinaba pastillas repletas de cafeína para estar activo en el gimnasio y perder el apetito, las combinaba con pastillas para los nervios y así poder controlar mis emociones, y adicional pastillas para poder dormir y todo mezclado con alcohol; una mezcla letal. Era yo un enfermo, una bomba de tiempo, más sin embargo, la esclavitud de la carne y las falsas consolaciones de los vicios no me daban tregua para ningún cambio, era una esclavitud.
El primer ay de dolor:
Tal como era de esperarse con esta vida, mi labor profesional cayó poco a poco, no podía rendir y tampoco era prioridad mi trabajo, ahora era mi prioridad el pecado y la falsa auto-satisfacción. Como consecuencia, fui despedido.
La soberbia de no renunciar a mi estilo de vida o a la dependencia de pecar a grandes esferas me oponía a regresar a mi país que en ese entonces lo veía tan despectivamente; esto me llevó a buscar la residencia permanente en Costa Rica, la cual la obtendría en un año. Esperé un año completo sin trabajar y sin abandonar el país, viviendo de la liquidación de mi último trabajo. Esta obsesión y soberbia y afición al dinero y al placer, me llevaron a mentir y falsificar un documento sobre mis estudios. El pecado te absorbe completo
Tenía 28 años cuando empezaba a vivir este año sabático, y en este año, Dios también empezaba a trabajar en mí misteriosamente, comenzaba suavemente a penetrar en mis densas tinieblas y a entrar en mi muerte; lo hacía por iniciativa suya, lo hacía porque era suyo, lo hacía porque me amaba, desde mucho antes que le pidiese perdón.
En este año, mi vida de rico cambió, vendí carro, controlaba mis gastos, aprendí a vivir “austero” porque tenía que sobrevivir un año sin ingresos, pero no lo hacía por algo noble sino con determinación a recuperar y mantener mi estilo de vida sumergido en el pecado y la auto-idolatría. Continué viajando a Estados Unidos, manteniendo el alcoholismo y saliendo a bares y discos cada noche de esa vida.
Sin embargo, el tiempo libre, los desvelos, el estar siempre alcoholizado, lejos de mi familia que no sabían lo que pasaba o era, me llevaba a estar en ese tiempo a solas, sin tantos ruidos, y allí experimentaba el primer ay de dolor, no podía negar que mi pecado me arrebató un gran futuro exitoso, aplausos, reconocimientos, el primer mundo. Y al verme tan solo y siempre tan solo, acostumbrado a obtener lo que quería pero sin jamás haber conocido de la existencia del Amor. El licor, la melancolía más la música delirante era mi escape, pero mi corazón estallaba pegando gritos de dolor, gritos feroces de desconsuelo, era mi interior como un volcán vacío y profundo de abismo y tinieblas, eran gritos de dolor.
Pero mi consuelo seguían siendo los mismos, las pasiones desenfrenadas, la vanidad de ser deseado, y la misma satisfacción perversa de pecar, hacer pecar y conquistar para tener encendido el corrompido ego. Más la paga de esto era un corazón muerto, y la hartura de repudiar y ser repudiado, pues la carne por sí sola termina siempre repudiada.
Sin embargo, aún los grandes pecadores esclavos, por gracia misteriosa divina, poseen un remanente de humanidad, y al experimentar o re-experimentar la química con alguien, una mirada al alma de alguien, la espontaneidad del ser humano y la alegría de la amistad, comprendí que mi gran mal era la falta de amor y que el amor podía salvarme. Creo que esa fue una puerta que Dios abrió para entrar en mí.
No obstante, el amor de una persona, no podía salvarme, y el amor propio no podía pues estaba corrompido o podrido; quedaba a merced del mañana.
El pecado te arrebata el don de la divinidad en ti, y te come poco a poco lo humano que hay en ti, hasta el punto de bestializarte, y por ende llevarte a la muerte. Cuando el pecador experimenta esta muerte, en vez de buscar ayuda, para callar ese dolor y tapar ese vacío se inmerge aún más en el pecado, trata de calmar la depresión o el dolor precisamente con la lepra que le causa el dolor. Es una adición letal.
Llega la gracia del arrepentimiento:
En una ocasión, durante un viaje a Estados Unidos, por pura búsqueda de placer y experiencias, sentí llegar al umbral del pecado, podría describirme como alguien que de repente se encuentra con sus manos manchadas de sangre porque acaba de cometer un asesinato; así me sentía yo con lo que me hacía a mí mismo. El dolor era más cruel porque sabía o sospechaba que existía o podía haber un amor en la vida de lo cual yo carecía; pues tampoco había en mí ninguna intimidad u afecto. Y el amor de mi familia que estaba lejos era como una realidad distante a la mía, había un inmenso muro entre yo y ellos, quizá producto de la doble vida o la esclavitud de mi alma y muerte de mi corazón.
Recuerdo abrir una gaveta del cuarto de hotel en el que estaba y vi una Biblia, creo que solo la toqué.
Los pensamientos suicidas desde hacía rato eran como entretenidos para mí. En ese momento, salí del hotel, tomé el carro que había alquilado, y fui en dirección de Fort Lauderdale hasta Miami, en la carretera I-95 a muy alta velocidad.
La música electrónica ya no me deliraba, y la idea de divertirme más tampoco era un atractivo, lo que pasó fue que rompí en llanto como un niño desconsolado, por primera vez era un llanto de arrepentimiento, jamás había llorado así, no eran gritos de dolor, era llanto de arrepentido, lo cual fue el llanto más consolador que había experimentado hasta ese punto de mi vida. En ese momento, me detuve a un lado de la carretera, y le pedí perdón a Dios. Sentí un consuelo, y recibí una gran fuerza de convicción para cambiar de vida.
Los restantes días de vacaciones en ese país, los usé para estar con unos familiares, nada planeado. Regresé a Costa Rica, cancelé todos mis perfiles de círculos homosexuales practicantes, y solo conservé comunicación con una amistad de un país lejano.
Yo sufría de pesadillas horribles, y acá, a partir de esta etapa, estas pesadillas se intensificarían.
A los días de haber regresado a Costa Rica, contacté con una amiga, ex-compañera de trabajo, evangélica, y me invitó a un culto evangélico. Yo soy de familia católica, pero de Dios conocía poco o nada en ese entonces. Esta amiga en una ocasión me había regalado una Biblia protestante, me llamó la atención que en alguna página tenía el nombre de un pastor, y la cara de él, en el empaque. Yo muchas veces le escuché hablar de Dios y su conversión, la respetaba mucho.
Al llegar con ella al culto evangélico en San José, en una barrio de zona roja, sentía en mi interior antes de entrar una terrible angustia. El pastor puso sus manos en mi cabeza, habló en lenguas, pero el ambiente me disgustó totalmente. Extrañaba la solemnidad y respeto de las misas que recordaba cuando era un niño. Después de un par de visitas más, las que solamente me dejaban con miedos, angustias y pesadillas horribles, decidí no más ir, también corté amistad con esta amiga evangélica, pues al escucharle hablar tan mal y despectiva de la Iglesia católica, los santos y la Virgen María, me convencí de que no era ese el camino que debía seguir.
Sin embargo, la relación que empezaba a edificar con Dios en estas primeras semanas de voluntad de conversión alejado por vez primera de fornicación, era a través de la alabanza con cantos evangélicos populares y la escucha de pastores evangélicos famosos.
En este punto de mi vida, mi soberbia había sido un poco humillada, ya no vivía solo sino con una familiar porque ya no podía pagar apartamento, ya casi un año sin trabajar, y en las entrevistas nada de buenas noticias. Inclusive – en una ocasión, alguien que era subordinado de un subordinado mío en el anterior trabajo, fue mi entrevistador. Me trató con mucho respeto. La vida cambia, esto fue una lección de vida para mí, porque yo era despectivo con los demás por mi posición laboral y estupidez humana.
Comencé a visitar mi Iglesia Católica, y en alguna ocasión, al ver a Cristo Crucificado, yo le pedía con sinceridad y dolor que bajara de esa cruz, porque necesitaba ayuda. Necesitaba al Dios Vivo.
Pronto encontré trabajo, y un excelente trabajo, muy similar al que tenía antes, lo primero que le dije a mi Mamá al llamarla, fue: – Madre, soy otra vez rico -, mi mamá me corrigió por hablar así. Aunque para conseguir ese trabajo tuve que mentir, dada mi experiencia y los dones naturales que Dios me dio fui muy bueno en el puesto y muy pronto era felicitado en este ambiente laboral trasnacional.
Acá se podría decir lo que decía Santa Teresa: “Dios escribe recto en reglones torcidos”, debido a lo que sucedería después.
En este entonces, Dios se manifestaría grande en mi vida. Llegué por pura casualidad a los pocos días, a la Iglesia “La Agonía”, de los hermanos Redentoristas en Alajuela, Costa Rica. En esa iglesia, en el momento oportuno, sanarían mis llagas y conocería al Dios verdadero.
Al llegar a esta Iglesia, escuché al Sacerdote y le escuché hablar de un Jesús que jamás me había imaginado, mucho menos conocido; era “El Redentor”; hablaba de una cruz en la que pagó por nuestros pecados, y habla de un amor a los pobres pecadores. Hablaba de un Dios poderoso que humillaba cualquier otro “poder”. Yo me recuerdo y siento compasión de mí en ese entonces, era un joven atractivo, exitoso, gustable para yerno de las señoras que llegaban a misa, pero por dentro, yo no daba ni un peso por mí…
En esta iglesia, me fui enamorando de las misas, las horas santas, las alabanzas, ya el Padre de bellas prédicas me conocía, pero yo seguía yendo como turista, cada jueves y domingo. Tenía serias dudas de mi fe católica por todas las sesiones de pastores evangélicos que escuchaba. Y le tenía pavor a los santos y rechazo a nuestra Santísima Madre, no podía escuchar siquiera el rosario. Sólo me llamaba la atención ese tal Jesús que empezaba a conocer.
Casi inmediato de haber vuelto a trabajar, hice una estupidez financiera, y saqué un carro carísimo nuevo porque era insoportable andar en bus, acá otra vez la seducción de la vida de antes se fortalecía.
Pasaros seis meses, en los que me abstuve de pecar contra mi cuerpo, y solamente dos tentaciones que me hicieron tambalear y lloré mucho y hasta reclamé a Dios, -¿Por qué? Si iba a ser siempre preso de mi orientación sexual. Sin embargo, ya con trabajo, vehículo nuevo, apartamento alquilado para mí solo, no pude contenerme más: La vida extrema de pasiones, viajes a la playa, vida nocturna diaria y el jalón de la carne, más mi encaprichada soberbia pudieron más en mí y otra vez me tiré a la vida de antes, y caí más bajo.Tan alto llegó a ser el nivel de mi maldad y esclavitud que si algo no sucedía cuando yo quería, jugaba con exponer mi vida a intensos peligros como reclamo al creador.
La única diferencia de esta etapa de mi vida, es que cada vez que pecaba, sentía remordimiento y pedía perdón a Dios. Adicional, yo empezaba a tener visiones de figuras demoniacas en sueños que se confundían entre estar despierto. En las pesadillas, me sentía físicamente asfixiado. En las alabanzas al Señor, experimentaba manifestaciones sensoriales en mi cuerpo, pero también imágenes diabólicas, me martirizaba mucho que la figura de Jesús me causaba una inclinación erótica hacia Él; pensaba que era culpa de mi orientación sexual, y esto me hacía sentir rechazado por Dios por mi condición. Pero mi necesidad por Él era más grande, así que no me detenía el pensado rechazo.
Por varios meses viví así, rezando y pecando, alabando y llorando, <queriendo no pecar pero sin renunciar a pecar>.
Mi situación económica no era ideal, ganaba bien pero gastaba el doble. Al caer más bajo en el pecado, y más esclavo, sin darme cuenta, me fui prostituyendo aceptando invitaciones de personas mayores a viajar por el mundo, hoteles de lujo, ropa, teatro, todo lo que ofrece el primer mundo. Y eran personas muy mal intencionadas. Llegué un punto en que aunque quería no podía deshacerme de esa vida aunque quisiera.
Estando en una playa, en un atardecer, mi oración fue: “Señor, arrebátame”. Y ciertamente lo hizo y esta vez para siempre.
Responde el Señor:
Era Julio de 2013, recién cumplidos mis 30 años cuando el Señor irrumpió en mi vida drásticamente. La vida de pecado llegaba a su fin y un muerto resucitaría.
Lo que aconteció luego en mi vida, yo no podía comprender y no iba a poder, cuando más estuvo cerca de mí el Señor, a ese tiempo, más lejos lo sentí. Lo primero que hizo Dios fue sacar a luz mis tinieblas. Inicia una etapa horrible de mi vida, Dios desenmascara al enemigo que me esclavizaba y me pone en lucha frontal con la muerte y perversidad que había en mí; de repente algo demoniaco se manifestaría en mí, lo más oscuro de esto era el pensamiento del total abandono de Dios, y que Dios me había entregado a la muerte. Pero en realidad, Dios, me sostenía y ponía ángeles en una lucha con fuerzas invisibles.
Para resumir esta noche tenebrosa, todo empezó con una voz en mi pensamiento, con la cual dialogaba, como conmigo mismo, al punto de que llegó a un nivel en que esta voz era externa, era algo que dialogaba conmigo, como con otra persona.
En un principio, para mí, solo podía ser la voz de Dios, pero luego la voz se volvió tenebrosa, burlona, esclavizadora. Escuchando y obedeciendo esta voz, me llevó a permanecer tres días y tres noches encerrado en mi apartamento, sin dormir ni comer. La voz no decía que era Dios, pero pretendía que yo creyera que era Jesús, pero sin pronunciar el nombre de Jesús, al final la voz se hizo pasar como algo superior, que afirmaba que el pecado era algo sin importancia o trascendencia para ese ser superior, que la Biblia era más bien como un manual de moral, y que la encarnación de Jesús y su crucifixión nunca existió.
Yo, un pobre pecador, que de repente busca a Dios, se topa con un mundo invisible y sin ninguna base de fe o conocimiento, creí en esta voz como que si esta voz tenebrosa, oscura, vacía, sin ningún interés por el hombre, era todo lo que había. Al acoger o escuchar esa voz, terminé negando la fe en Jesús, de un Jesús que aún no conocía, pero ciertamente, Él si me conocía.
Al experimentar el peor de los vacíos interiores que un hombre pueda experimentar, traté de cantar una alabanza a Dios, pero el efecto lo empeoraba, traté de recordar un Padre Nuestro, un Ave María, pues esa voz sentía que me provocaría un vómito horrible, sin embargo no pude recitar ni un rezo. Lo siguiente que hice fue salir del apartamento, caminé hacia el carro, y estando en el carro, empecé a dar gritos con un volumen superior a mis fuerzas humanas, eran gritos como de voces múltiples, escalofriantes, totalmente satánicas, eran gritos de una bestia, encendí el carro y manejé para ir lejos, pues temía despertar a mis vecinos, no llevaba mis lentes de contacto, por lo cual no miraba nada, y los gritos continuaban, los labios se me habían como reventados y soplaba mucho aire, me fui a como pude hasta Alajuela, a la Iglesia La Agonía, en el camino sentía que la cabeza me iba a reventar, eran unos dolores insoportables, hasta me hacían llorar, y a la vez escuchaba un sin número de voces. Eran alrededor de las 2 o 3 de la madrugada. Llegué a la Iglesia, y tocaba la puerta de la casa cural pero sin éxito que me atendiesen, trataba de vocalizar el nombre de Jesús y se calmaba un poco pero por dentro sentía que algo como un animal respiraba en mí (lo cual no me permitía dormir), pasé la noche en el carro afuera de la Iglesia, esperando que amaneciera, era una desesperación total, la poca fe que tenía, la voz con lo que decía, me la había arrancado; había perdido la fe en la divinidad.
Sin embargo, cuando miré el amanecer, y vi las primeras nubes, supe que debía existir algo más, algo hermoso, una justicia divina, e irónicamente invoqué esa justicia divina, porque aunque era culpable de mis pecados, yo pedí ayuda a Dios y no me consideraba merecedor de esa presencia maligna que me arrancaba la vida, yo busqué a Dios y no esas fuerzas satánicas. Obviamente, no comprendía nada.
Cuando en ese estado, tuve contacto con las personas que trabajaban en la parroquia, yo me les acerqué, y ellos se me alejaban, mi miraban con miedo y asombro, o lástima, yo casi llorando preguntaba por un Padre, creo que por verme los ojos rojos, como desorbitados, pensaron que era un drogadicto. Un Padre podía atenderme hasta las 10 AM.
Yo no quería llamar a mi familia, porque las voces me insinuaban que estaban muertos, o si les llamaba temía trasmitirles esa presencia satánica, por eso no lo hacía. La gente de mi trabajo me llamaba al teléfono, pues había desaparecido por tres días, pero no tenía idea que decir y menos en ese estado.
Un Padre muy joven, de mi edad, me atendió a las 10 AM, el Padre que me conocía no estaba, este Padre joven nunca me había visto. Lo triste de esto fue que el Padre quizá creyó que yo era un loco, o algún drogadicto, o alguien perturbado que se estaba burlando de Él, me regaló una Biblia católica y le entregué la Biblia protestante, yo pensaba que la Biblia protestante tenía algo malo. El Padre oró por mí, me roció aguan bendita, trató de calmarme, me pidió que actuara como un adulto y no hiciese esas caras diabólicas, y yo le explicaba que había una voz satánica que se manifestaba en mí y una presencia animal pero no me creyó. Me señaló unos salmos a rezar, me dio la oración Secuencia Espíritu Santo. El debía despacharme porque tenía una misa de difunto.
Luego que el Padre me despachó, pensé que la única opción era el suicidio, y era lo que las voces me sugerían. Sin embargo, había una voz que me decía que no me fuera de la Iglesia, que me quedara allí, que cortara con toda amistad relación de pecado, que invocara, meditara y creyera en la crucifixión de Cristo. Pero para mí, todo era tan confuso, que pensaba que todas las voces eran malas. Pasé todo el día en el atrio de la Iglesia, esperando al Padre que si me conocía, que sabría que no era un drogadicto o maleante. Muchas personas al verme me bendecían, la señora de la oficina parroquial me regaló otra oración al Espíritu Santo, pero nadie me daba esperanza de que el Sacerdote que me conocía, llegara.
Finalmente, casi al anochecer, apareció. Él me vio, me escuchó, y me habló con autoridad y con voz muy fuerte, aquel animal infernal desapareció, y me dijo así: “Sos bautizado, no podes tener una posesión diabólica”.
Aquella serpiente me dejó, vino la paz, el Padre hizo una oración de paz y concentración en Jesús, me regresó la vida. Luego este querido Padre, me bendijo, me bendijo el carro y me dijo: ¡Ánimo!, y que rezase el Rosario (lo cual no hice esa noche). Solo me advirtió que no escuchara las voces o terminaría en un manicomio.
Al salir de la Iglesia, llamé a mi madre, ella estaba triste, quizá presentía algo, pero todos estaban bien gracias a Dios. No le conté absolutamente nada. Yo me sentía aliviado que estaban bien, temía por ellos a causa de aquella voz.
Al llegar a mi apartamento, confiado, como que nada había sucedido, inclusive pensaba ir al gimnasio. Pero al abrir la puerta y entrar, otra vez como que la voz me envolvió y volví a dejarme llevar o seducir por la voz, algo en mí se aferraba a que esta vez si fuera Jesús. Pero no, claramente la voz insinuaba que no era Jesús, recalco que esa voz no podía mencionar el nombre de Jesús, era yo quien obligaba a que esa voz fuera Jesús. Pues en parte, me sentía ausente de Dios, o lo sentía totalmente ausente por permitir el horror que vivía estando solo por completo en un país extranjero.
La voz lo que ahora hacía, era adularme, y recalcar cuan “bueno” había sido yo desde mi infancia, y usaba voces tanto femeninas como masculinas, inclusive se hacía pasar por la Virgen María para que creyera que esa voz ahora era Dios, sin mencionar Jesús.
Ahora, sin embargo, entiendo que la mano de Dios estaba por encima de todo esto. Cuando comprendí que esta voz era diabólica, también reconocí que debía cortar / romper con relaciones de pecado, las voces también me lo sugerían <quizá la conciencia>, y tenía que cancelar un viaje a Chicago, al cual iba invitado por una amistad de pecado. Llamé a esta persona, corté mi relación con ella, y cancelé el viaje a Chicago donde esa persona vivía.
El Sacerdote me había dado su teléfono, le llamé y me dijo que estaba rezando por mí. Cuando yo hacía estas cosas, cortar esa relación tremenda de pecado, rechazar la voz, noté, que al hacer esto afuera de mi apartamento, algunas mariposas blancas y pajarillos amarillos preciosos estaban cerca de mí. Esa misma tarde, llamé a mi papá, nosotros estábamos alejados, quizá porque…. Le comenté algo de lo que me sucedía y por primera vez hablamos de mi homosexualidad. Claramente, él ya lo sospechaba, en esa llamada nos reconciliamos y él arregló para que me fuera a vivir donde una hermana suya y abandonara cuanto antes ese apartamento. Yo articulaba y gesticulaba como un niño con retraso mental, no podía decir bien las palabras, mis movimientos eran como alguien con el síndrome de Parkinson; esa tarde hubo un atardecer espectacular, el cual me dio mucha esperanza. Yo vivía en Heredia, zona montañosa de Costa Rica, tenía una vista espectacular en el balcón de mi apartamento.
Ahora, la voz ya no me controlaba, ni me hablaba pero si me atormentaba la presencia maligna y mi mente era una revuelta de voces y pensamientos. Al llegar esa misma noche donde mi tía, le comenté un poco lo sucedido, ella me regaló un rosario, mi primer rosario, luego busqué en internet cómo rezarlo y lo recé sólo. Creo que fue una lucha tremenda, algo como un auto-exorcismo, miraba en mis pensamientos figuras diabólicas, ángeles negros, toros, etc. Pero comprendí que esta Señora a la que le rezaba era la que llevaba la batalla, y supe que desde hacía tiempo ella estaba conmigo. Cuando escuchaba el Ave María versión opera, era el único momento en que las presencias diabólicas me dejaban en paz y tenía paz. Supe de su protección, y era un milagro que yo manejara en esas condiciones, que ni siquiera controlaba los movimientos de mis brazos y no me maté en un accidente. Aunque recuerdo dos o tres intentos de accidente o que casi me accidento manejando en ese estado.
En Nicaragua, solo mi papá y mi hermana sabían algo de lo que me sucedía, y luego una tía materna muy católica, la cual al hablar por teléfono con ella, me empezaba a leer salmos y yo gritaba liberando energía pesada, energía mala y exhalaba mucho aire, mezclados con gritos de frustración que me desahogaban. A partir de acá, un gran amigo, sería mi exorcista personal, San Miguel Arcángel. A este punto no comprendía, porque la Santísima Virgen María y San Miguel Arcángel me ayudaban tanto, me liberaban y protegían tanto y porque cuando invocaba a Jesús, no recibía ayuda, o al menos así lo percibía en ese entonces.
Esa misma noche, me conecté al trabajo e inventé o expliqué que me había enfermado gravemente y a Dios gracias no pasó a más, todos estaban sumamente preocupados pero aceptaron mi excusa.
Finalmente pude dormir esa noche, aunque en las pesadillas era agredido físicamente y me dolía como si lo viviese en realidad.
Luego de esto, empezaría mi búsqueda por conocer a Cristo y nunca más renegar de Él o dudar de su encarnación y crucifixión. Comprendería el precio de mi rescate y entendería por qué la cruz. Luego, vendrían las experiencias de consuelos espirituales y sobre naturales, más luego el tormento de no saber si era Jesús o algún engaño del demonio.
A los pocos días, el Sacerdote amigo aceptó mi petición de confesarme, me confesó y pude recibir al Señor sacramentado.
Debido a mi falta de fe y la culpa que cargué por años, los tormentos y la lucha con las tinieblas seguían, pero hoy comprendo que si Dios me hubiese sanado inmediatamente, al poco tiempo, hubiese otra vez caído en pecado. El Señor quería ahora que luchara, y que esta lucha no era solo de sacar al demonio; el Señor tenía que sanarme a mí, yo todavía era vanidoso, soberbio, caprichoso, el Señor me pediría una serie de renuncias. Tenía que renunciar al mundo, a las seducciones del pecado y a aprender a vivir en rectitud y con santidad, algo que solamente Él puede hacerlo.
Luego de un par de semanas, viajé a Nicaragua, las luchas con estas fuerzas diabólicas se intensificaban y a veces me daba pavor dormirme, cuando me dormía sentía entrar al infierno y temía no despertar. Habían noches en que sentía que todo mi cuerpo estaba en llamas, y me era imposible dormir, de repente risas macabras se expresaban en mi rostro, pesadillas lujuriosas me asechaban, y acá pedía perdón intensamente a Dios; con esta situación para tener paz y seguridad al dormir, ponía un crucifijo en mi pecho, medallas de San Benito en mi frente, en mis piernas y mucha agua bendita, así lograba el descanso.
Mi papá me decía que quizá la razón era que después de tener un cuerpo dado a la promiscuidad, el cuerpo ahora se manifestaba. Esto era lógico con algunas sensaciones que experimentaba pero lo me sucedía era algo más según mi criterio. Quizá una parte de mí estaba siendo quemada.
Al regresar a Nicaragua, mi papá y yo estallamos en llanto, y fue muy liberador para mí, cada vez que mi papá me decía quererme yo exhalaba ese espíritu malo con gestos furiosos. Y al encontrarme con mi Mamá, fue todavía más intenso. Fue como que el amor de mi madre hacia mí hizo expulsar todo eso podrido que me asechaba, mi mamá como llena de Espíritu Santo al abrazarme se arrodilló y oró a Dios y frente a una imagen de Jesús de la Divina Misericordia, me volvió a presentar ante Él y terminó con la oración a San Miguel Arcángel. Yo echaba alaridos de desahogo y liberación, y al confesarle a mi madre mi pecado, fue casi como un exorcismo, ella se arrodilló de amor hacia mí y me abrazó, fue algo tremendamente liberador.
Estuve alrededor de un mes en Nicaragua, mi jefe apreciaba mi trabajo y me concedió con presión trabajar remoto.
En este tiempo visité sacerdotes, y empecé a tener sesiones con un Psiquiatra. También acudí por recomendación a un Padre exorcista, fui con mi familia y fueron muchas sesiones.
Sumado todo esto, ahora le agregaba la etapa de desintoxicación, pues además de promiscuo, era alcohólico y fármaco dependiente, me sentía como encadenado, ahogado, a punto de explotar en mi propio cuerpo.
El psiquiatra me medicó con altas dosis de un sin número de anti-depresivos y bloqueadores mentales, esto me causaba fatiga, sueño, torpeza, pero aun así lograba sacar adelante mi trabajo, con esfuerzo triple.
El Padre exorcista me pidió asistencia a misa todos los días y confesión frecuente, así como un radical corte con mi vida pasada, era como un mensaje divino. Al principio fue duro, pero luego, me enamoraba de lo divino.
La conciencia me pedía que debía renunciar al trabajo por aquel documento que falsifiqué, pero no podía hacerlo, pues tenía una deuda financiera muy grande por la vida que llevaba. El Sacerdote Exorcista , me exhortó a creer en la Providencia Divina. Varios meses después, la oficina en la que trabajaba fue trasladada a otra sede en otro continente, y el banco al que trabajaba nos despidió pero nos remuneró bien la liquidación; con este dinero pagué absolutamente todas mis deudas, y me quedaba un poco todavía, mi conciencia quedó tranquila y creí en la Providencia Divina.
Al regresar, al mes, a Costa Rica, pero aun trabajando en el banco, la Iglesia La Agonía, se convirtió en mi segundo hogar, entregué el apartamento en el que vivía solo, un día antes el Párroco me acompañó a ese infernal apartamento y lo bendijo, más bien esto lo hice, antes de ir a Nicaragua.
Lo que si hice al regresar a Costa Rica, fue entrar en un grupo parroquial, aconsejado por el Párroco . A las semanas éste fue trasladado a otro país, como buen religioso, yo me quedé como sin papá. Sin embargo, a los días, el Señor pondría en mi vida una persona clave en mi proceso de sanación y conversión; era un sacerdote nicaragüense asignado en la Parroquia La Agonía, Costa Rica.
Este Sacerdote fue también como un padre, me escuchó, me ayudó a perdonarme a mí mismo, y a través de libros, a conocer a Jesús y amarle. Hizo retiros espirituales conmigo, largas confesiones sanando y perdonando todas esas heridas y llagas. En la Iglesia La Agonía, llegué a ser muy querido, era familiar de la casa, comía en ocasiones con los sacerdotes.
Acá mi amor a Jesús y a María, Madre del Perpetuo Socorro crecía mucho; las tentaciones ahora no eran tanto carnales, sino espirituales. Ahora mi vocación era encontrar y poseer el amor de Jesús.
Ya había pasado por fuertes renuncias, entre dejar el gimnasio y cortar radicalmente la comunicación con personas implicadas conmigo afectuosamente. Era mi lucha por la libertad y encontrar el amor verdadero.
En la Iglesia, un hermano, de tanto verme, me decía que me iban a hacer sacerdote. Yo no podía ser sacerdote, tampoco lo quería ser, pero yo deseaba vivir en la misma casa con Jesús, pensaba que si me arrebató del infierno tan radicalmente y con tantos signos y portentos, porque ahora no podía estar con Él siempre.
Yo estaba acostumbrado al éxito (la tentación de la vanidad), y me obstinaba a pensar de ocupar un puesto importante ahora en la Iglesia, pensaba que si Dios obraba tan fuerte en mí era porque me necesitaba en su Iglesia. Mucho tiempo me tomó entender, que Dios lo hacía porque me amaba. Y también me quería sentir amado por Jesús, y focalizaba el amor de Él en la figura del seminarista. Yo sentía celos y nostalgia de ese amor. Empezaba a tener melancolía por la pureza, y que me dijesen eres un buen muchacho
Cuando cancelé todas mis deudas y ya no trabajaba en aquel banco; apliqué para ingresar al seminario con una orden religiosa. Yo pensé que era la voluntad de Dios hacerlo. Los signos me lo confirmaban, pues yo hace unos días en ese entonces, la idea de ingresar al seminario era un imposible por mis deudas, pero luego ocurre el despido y de esa manera, entonces me vi libre totalmente, solo pudo haber sido la mano de Dios.
Y ciertamente era la voluntad de Dios que ingresara al seminario, pero no para ser sacerdote. El Señor me llevaría ahora al desierto, para ser “probado, pero no para probarme, sino para desnudarme, tocar mis llagas, presionarlas, apretarlas, y extirpar toda podredumbre en ellas para luego ser sanado, curado, consolado, amado.
El proceso para ingresar al seminario puede tomar hasta un año. Por lo cual yo debía buscar trabajo mientras me daban respuesta sobre el ingreso a la orden. Aquel documento que falsifiqué, lo rompí, y busque trabajo según la voluntad de Dios. Como a los tres meses ya tenía trabajo, y un salario aún mejor que el de antes, con un futuro de crecimiento espectacular; una empresa de presencia global, era un sueño profesional aparentemente. Sin embargo, mi corazón ya no era el mismo.
Ese mismo mes, Noviembre, me llamaron de parte de la Orden Religiosa , y con la mano de Dios implicada, mi procesó duró tres meses y me aceptaron para ingresar al seminario introductorio.
Fácilmente, tomé una decisión, renuncié al trabajo espectacular, vendí carro, pagué cualquier deuda y abandoné al fin Costa Rica. Y me fui a una montaña, a un pueblo remoto y muy pobre. Por vez primera, allí sería el introductorio para ingresar a la orden.
Yo iba con más dudas que convicciones, seguía los signos de Dios. Aunque las señales estaban de mi parte, la conciencia me gritaba que no era prudente con mi pasado ostentar esa vocación; pero a la vez yo buscaba seguridad y refugio en la casa de Dios, también sanación y una explicación a la batalla espiritual tan brusca que me acechaba. No me sentía preparado para estar en el mundo. La misma conciencia me llevaría a ser honesto con los padres, contarles mi historia, pedirles asesoría y así fue.
Al llegar al seminario, fue un despojo de todo. Comer lo que había, obedecer, servir, cumplir reglas y ser uno más. Fue pasar de un mundo a otro. Aprendí o intenté cortar zacate con machete (chapear), sembrar yuca, cortar café, cortar leña, caminar en lodazales, cargar piedras por largas horas, barrer y trapear. Todo fue divertido y sanador.
Lo único que no toleré fue que me llamasen la atención, acá explotó la soberbia y la falta de inteligencia emocional. Casi dos meses después de ingresar y pedía permiso para irme a casa. Tampoco soportaba bromas, quería un trato especial.
Sin embargo, mi superior me calmó, y luego empecé a tener un director espiritual. Acá conocí a un Sacerdote y Psicólogo, un verdadero santo.
Con este Sacerdote fue lo más cerca que me sentí de Dios hasta esa etapa de mi vida. Él reconoció mi sufrimiento, y eso era algo que yo necesitaba de parte de Dios. Esto fue clave para reconocer y creer que Dios me amaba y soltar la culpa. También fue clave para comprender mis traumas desde la parte psicológica, reconocer la responsabilidad de mis pecados y no culpar al demonio para evadir la culpa, separar lo carnal de lo espiritual y reconocer la acción del Espíritu Santo por encima de todo.
La parte demoníaca puede causar cierto morbo, por lo cual el Padre me enseñó a buscar el discernimiento de Espíritu, y ver la asechanza del demonio con la óptica de la acción del mal espíritu en nuestra vida; lo cual es una lucha de todos.
Dios actúa a través de los hombres, el Señor a través de este Padre con su ejemplo me enseñó a imitar la pobreza de espíritu como verdadera libertad del hombre. Y la belleza de servir a los demás.
A través de este Padre, Jesús me mostró mi vocación, no era un título, no era un reconocimiento, no era una personalidad, era simplemente el arte del anonadamiento.
Unos meses después, este servidor, regresó a su casa con los suyos.
“Hay abundante redención en Jesucristo”.