Somos obra grandiosa e inestimable del único Padre Eterno todo ternura y amor
El amor a Dios, el respeto a Su Persona, la amorosa sumisión, la adoración, el culto a su Santísimo Nombre es lo más importante para toda ser humano y toda criatura angélica. Dios es el Señor. Todo cuanto existe ha salido de sus “manos”. Somos no solamente sus criaturas sino sobre todo “SUS HIJOS” tiernamente amados. Hemos sido creados a su imagen y semejanza por puro amor desinteresado. Destinados a conocerlo, amarlo, respetarlo, servirle, agradecerle, glorificarlo, y adorarlo PARA TODA Y POR TODA LA ETERNIDAD. Somos inmortales. Somos hijos de Dios y llevamos dentro de nosotros su vida intima. Por esa razón nunca, nunca, nunca, nunca, nunca……al infinito…..dejaremos de existir. Esto es simplemente grandioso. Esta realidad supera toda comprensión racional. Solamente la Fe puede darnos alguna de lo que es ese misterio insondable que llamamos “Cielo” o “Vida Eterna”.
A tal punto somos amados por ese Dios PADRE-HIJO-ESPÍRITU SANTO que la segunda persona de esa Trinidad se hizo carne para rescatarnos del pecado de Adán. Si Jesucristo aceptó gustoso llevar la agonía, pasión y cruz para rescatarnos del poder de las tinieblas ES PORQUE VALEMOS LA PENA. Somos la obra grandiosa e inestimable del único Dios sapientísimo e infinitamente amoroso para con sus criaturas.
Cada ser humano es una obra maestra de ese Dios infinitamente justo, infinitamente generoso, infinitamente sabio, infinitamente bueno, infinitamente todopoderoso, infinitamente misericordioso, infinitamente santo, infinitamente respetuoso de nuestra libertad y paradójicamente “infinitamente humilde y paciente con sus criaturas”. Las palabras se agotan y dejan de existir cuando queremos referirnos a ese gran Dios y gran Señor. No hay palabras. Por ese motivo solamente la Fe puede ayudarnos a soportar esa grandiosidad. Esta actitud de nuestra persona que llamamos Fe, nos permite comprender un poquito apenas lo terriblemente ingrato y criminal que es ofenderlo. La rebelión, el rechazo, el odio, la ingratitud,la desobediencia, la frialdad, la indiferencia, la blasfemia contra su SANTO NOMBRE no tiene cabida en una criatura. Son actos verdaderamente criminales… no hay palabras para calificarlos en su tremenda realidad.
La actitud de los ángeles rebeldes, Lucifer y los suyos, nos viene revelada por la Palabra de Dios. Si no tenemos la dicha de creer en la divina revelación estamos aquí totalmente desconcertados y no comprenderemos absolutamente nada. La razón humana queda totalmente encandilada y trastrabillante. Todo parece una fábula, un mito, un cuento para niños o personas débiles sin espíritu crítico. Por eso los sabios de este mundo, los “ricos” de la inteligencia puramente humana topan aquí contra una pared y se rajan la cabeza. El Evangelio es para los que tienen corazón e inteligencia de niños. Hay que pagar un precio para creer: quebrarse a sí mismo como se quiebra una caña ante el Dios y Señor. Y eso cuesta mucho. Por ese motivo los orgullosos no pueden entrar en el reino de los cielos; tienen que pasar por el ojo de la aguja. Eso le pasó desgraciadamente a Lucifer y a los suyos. No quisieron doblegarse ante su Señor y Creador. No quisieron pagar el precio para entrar en el Reino: aceptar su condición de seres creados y dependientes de su Creador.
Cuando tratamos este tema de Lucifer y los ángeles caídos debemos entender que no somos “demonopáticos” ni “obsesionados” por el tema “diabólico”. Simplemente tratamos de ser responsables con nuestra propia existencia y nuestro propio destino. Si tenemos realmente la Fe no podemos negar lo que nos ha sido revelado por el mismo Dios, ni hacer a un lado este tema de trascendental importancia. Ignorar este misterio y rechazarlo es verdaderamente “suicidarse” espiritualmente hablando. No se puede comprender el misterio del pecado del hombre sin la presencia de ese mundo angélico caído.
La Sabiduría dice que el pecado, la muerte, entró en el mundo del ser humano por la envidia del Diablo. Dios no creó ni la muerte, ni el dolor, ni el pecado, ni el infierno. Dios es inocente de ese crimen abominable. Somos nosotros los traidores a nuestra propia felicidad. Nos hemos traicionado a nosotros mismos y nos hemos hecho hijos del Diablo. Hemos abrazado a la muerte y ésta nos ha transmitido su propia identidad. La Llama de Amor tiene una importancia trascendental para toda la humanidad porque es la última tabla de salvación que ese Dios amoroso da a sus hijos necios, estultos, crédulos, tontos que han cometido la estupidez de creer en la Serpiente. Si el Hijo de Dios se encarnó para salvarnos dándonos el Espíritu Santo desde lo alto de la cruz, ese Hijo por voluntad del Padre nos fue dado a través de la Mujer. A través de la Madre nos viene la Luz que destruye las tinieblas.
No es nada nuevo. La Iglesia siempre lo ha dicho, desde que se escribieron los evangelios. Modernamente el Señor lo ha repetido en infinidad de manifestaciones y apariciones, especialmente en el mensaje de Fátima: Mi Hijo quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Dios aplasta la soberbia de Lucifer por la humildad de su Esclava.