Los consagrados deben renovarse en el amor íntimo a Jesús (II)
Las palabras de Jesús para los consagrados que no han asumido su vocación de manera responsable son realmente impresionantes. En Mat. 24, 48-51; 25,26-30; encontramos situaciones similares. Se trata de administradores infieles. El “apártense de Mí, malditos, porque no han representado la causa de Mi Reino, porque no han hecho valer aquello para lo que yo les había llamado. He andado tanto tiempo atrás de ustedes, ¡cuántas veces les hablé amonestándoles! Y ustedes respondieron con un gesto de la mano que hubiera ofendido hasta a un mendigo” (p 87)
Estas palabras nos recuerdan la parábola de las diez vírgenes; la parábola de los talentos y sobre todo el juicio final (Mat 25,41-46). Sin embargo lo que más resalta es el dolor íntimo del Corazón de Jesús por la ingratitud, la frialdad, la falta de amor que encuentra en esas almas que le habían jurado total entrega a su persona y a su obra. En la pág. 132 presenta otra queja contra ciertas almas consagradas: “Discúlpame si Yo abro ahora ante ti la pena bien conocida de mi Corazón. Sabes, las almas a Mí consagradas que han caído en buena tierra produjeron fruto abundante y ahora están desperdigadas, no tienen mayor ilusión que convertirse en pasto para el ganado.
No se dejan recoger, ni dejan moler, pero, sin esto, nunca serán criaturas útiles. ¡Oh, cómo me duele el alma por estos granos de trigo desparramados. Siente, hijita mía, el dolor de dónde brotan mis palabras quejosas: ¡QUE NUESTRO INTERIOR SIENTA LO MISMO!” (p 132).
Aquí probablemente Jesús hace alusión a las consecuencias de la tremenda persecución religiosa y política que sufrió Hungría en tiempo de la dominación comunista. Isabel (Kindelmann) escribe estas líneas en 1962 cuando ya lo peor había pasado. Es un tiempo convulsionado en el que Hungría lucha por su alma y su libertad. Nosotros que leemos el Diario Espiritual de la Llama de Amor desde el exterior no podemos captar fácilmente el sentido que envuelven las expresiones de Isabel. Hay que estudiar la historia de Hungría para descubrir los ingentes sufrimientos que se abatieron sobre este noble pueblo en la época de las dos guerras mundiales y en la postguerra. (Recomiendo recurrir a internet y leer los artículos relativos a Hungría para que nos informemos del ambiente que vive en esa época la Iglesia húngara y en concreto Isabel Kindelmann.)
Durante este período fueron disueltas las congregaciones religiosas; los sacerdotes y consagrados fueron perseguidos y encarcelados. Basta recordar al grande y santo, verdadero testigo de la Fe, Mons. Jozsef Mindszenty, que fue perseguido y hostigado por el gobierno comunista. Muchas obras de la Iglesia fueron cerradas, su acción evangelizadora prohibida. Tiempos de gran pobreza económica. Cantidad de laicos y también consagrados entraron en un gran desánimo y perdieron el entusiasmo por vivir intensamente sus compromisos. Ya no tienen ilusión. No se dejan recoger. Son como granos de trigo desparramados. Jesús se queja de esta falta de fe.
Los que en occidente no hemos vivido ese tipo de persecución difícilmente nos podemos hacer una idea de la opresión espiritual que se abatió sobre los consagrados a Dios. Pero Jesús aquí no habla solo para Hungría, habla para toda la Iglesia, especialmente la que vive despreocupada, tranquila, sin problemas, en la abundancia de bienes materiales. Jesús pide a sus consagrados una entrega total, un abandono completo en sus manos.
Podemos decir que las palabras que el Señor dirige a los consagrados son como “profecías” de lo que había de venir después del Concilio Vaticano II. Más de 200.000 monjas abandonaron los hábitos y más de 80.000 sacerdotes renunciaron a su ministerio víctimas de la duda. La crisis de identidad de los consagrados se debate en muchos corazones propiciando los reproches que el Señor pone en evidencia en los textos del Diario Espiritual. Las vocaciones sacerdotales y religiosas han mermado de una manera vertiginosa porque en el corazón de los jóvenes la consagración a Cristo y a la Iglesia ya no brilla como un ideal.
“Antes de que lleguen los tiempos difíciles, prepárense con renovado empeño y con decisión firme, a la vocación para la cual les he llamado. No vivan en una ociosidad aburrida e indiferente porque ya se está preparando la gran tempestad cuyas ráfagas arrastrarán a los indiferentes sumidos en la ociosidad. Frente a ellos solamente sobrevivirán los que tienen verdadera vocación. El gran peligro que estalla ahora contra ustedes se pone en marcha al alzar Yo mi Mano. Transmitan mis palabras de advertencia para que lleguen a todas las almas sacerdotales. Que les sacuda mi palabra que de antemano les advierte a ustedes y mi petición severa…” (p 232).
Estamos en los tiempos difíciles. Jesús propone una solución: orar por las vocaciones; hacer sacrificios (P 232). Los consagrados deben renovarse en el amor íntimo a Jesús, abrazar la cruz y abandonar la tibieza en que viven (p 209-210). “…el gran pecado del mundo es el de desatender Mis inspiraciones, por eso el mundo anda en tinieblas y por la tibieza de las almas a Mí consagradas. Ellas podrían ayudarme pero ni siquiera ellas caen en la cuenta de cuán peligrosa es esta tibieza” (p 231).