Los consagrados, “escogidos de Mi Corazón” (I)

En la Iglesia los “consagrados” son aquellos que por medio de votos o promesas públicas se han entregado al “servicio de Dios“. Los sacerdotes y los religiosos son considerados como “consagrados“. Por los votos de pobreza, castidad y obediencia, o por el celibato sacerdotal y la promesa de obediencia al Obispo, han hecho profesión de  seguir a Jesucristo y renunciar al “mundo“.  Entendemos por “mundo” aquello que se opone a los criterios del Santo Evangelio. 

En el Diario Espiritual de la Llama de Amor vamos a encontrarnos con numerosos pasajes que hacen referencia a los consagrados a Dios. Por definición, aquellos que han respondido al llamado, se obligan voluntariamente a seguir un “camino de perfección”  en la vida cristiana. Jesús espera de ellos una total entrega a su Persona Santísima y a  la obra de la salvación de las almas. Jesús invita a Isabel (Kindelmann) a orar, ayunar, hacer penitencia por “aquellos que me han consagrado su vida y, sin embargo, más viven para el mundo que para Mi obra redentora“ (p 31). 

Con sorpresa encontramos que Jesús se queja frecuentemente y con “amargura” de sus consagrados. Viene en estos momentos a nuestra memoria aquel pasaje del Evangelio en el que Jesús divisa a la distancia una higuera, se acerca esperando encontrar frutos y al llegar se da cuenta de que no los lleva. Jesús se desilusiona y la maldice. Al retornar por la tarde los discípulos se sorprenden de  que la higuera se ha secado (Mat.11, 12-21). Hay una gran tristeza  en el Corazón de Jesús ante  la frialdad de aquellos que han prometido seguirle: “En estos momentos pienso especialmente en las almas a Mí consagradas, a quienes considero las escogidas de Mi corazón. Y siendo así ellas no quieren unirse íntimamente Conmigo. Les divierten los pensamientos mundanos” (p 36).
“Que la mirada de las personas a mí consagradas no me esquiven y no se distraigan en la cosas del mundo, sino sólo me contemplen a Mi. Que acojan la mirada triste de mis ojos y se sumerjan en Mí. Si miran en Mis ojos con corazón arrepentido, con el rayo de Mi gracia, los haré mejores. Sumergiéndolos en el amor de Mi corazón, los regeneraré con tal de que Me tengan plena confianza”(p 37). 

“Hay tan pocas almas así aún cuando Yo llamo a muchas a mi especial seguimiento. No soy caprichoso, escojo las almas de aquí y de allí, de entre las circunstancias más diversas, pero lastimosamente con poco resultado. Hoy me quejo mucho, hijita mía. He tenido necesidad de abrir mi corazón delante de ti, con su mar de penas porque tanta conducta indigna tengo que soportar de parte de las almas a Mí consagradas” (p 47).
Isabel es invitada por Jesús a reparar los pecados de los consagrados:“Repárame en lugar de aquellas almas también que aunque consagradas a Mí, no se preocupan de Mí. A quienes he abrigado en Mi corazón, a quienes he colmado con mi precioso tesoro pero ellas los dejan empolvar en el fondo de su alma” (p 69). 

“En vano me quejo a las almas a Mí consagradas, no entran en lo íntimo de sus almas para que a ellas también les haga oír mis lamentos. Y eso que ¡cuánto necesitaría hablar con ellos sobre cómo promover la llegada de mi Reino” (p 72).
“Ofréceme tu alma sacrificada y sírveme sólo a Mí con profunda sumisión. Hazlo en lugar de aquellos que no lo hacen aunque son almas consagradas a Mí” (p 76). 

“Ves, hijita mía, ¡qué despreocupadamente pasan su vida muchas personas a Mí consagradas! ¡Con qué ociosidad desperdician el tiempo a su gusto! A Mí también me tiran unas migajas que caen de la mesa como a un mendigo… A ustedes también tendré que decir: Apártense de Mí, malditos, porque no han hecho valer aquello para lo que Yo les había llamado” (p 87). 

“La aflicción de mi Corazón es tan grande a causa de las almas a Mí consagradas. Y, sin embargo, ¡cómo ando detrás de ellas! Les sigo paso a paso con mis gracias. A pesar de ello, no me reconocen, ni me preguntan a dónde voy. Veo cómo viven aburridos en la ociosidad indolente, buscando sólo su propia comodidad, me han marginado de sus vidas… Infelices de ustedes ¿cómo van a rendir cuenta del tiempo desperdiciado? ¡No forcejeen conmigo para obligarme a levantar mis manos sagradas para maldecirles. …¡Ustedes ciegos y sin corazón! ¿No ven lo que hice por ustedes? ¿No se conmueve su corazón? ¿No quieren caminar conmigo, recoger conmigo? …¡No se hagan los delicados y melindrosos! A dónde les puse, allí deben estar parados, firmes y llenos de espíritu de sacrificio. …Tomen ya sobre sí la cruz que Yo también abracé y crucifíquense ya a sí mismos como Yo lo hice, porque, de otra manera, ¡no tendrán la vida eterna!” (P 111). 

Palabras durísimas cómo no se encuentran en otras revelaciones. Si las pronuncia Jesús, los consagrados las deben tener muy en cuenta. ¿Habrá denunciado el Señor con estas palabras tan llenas de amargura y fuerza la gran crisis posconciliar que ha azotado la Iglesia en el terreno de las vocaciones sacerdotales y religiosas?

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