QUE NUESTRAS MIRADAS SE COMPENETREN PROFUNDAMENTE FUNDIÉNDOSE LA UNA EN LA OTRA
Los ojos expresan lo que llevamos dentro. Pueden transparentar vida o muerte, amor o seducción, interés, desprecio o amenaza, alegría o depresión, verdad o mentira, honestidad o engaño… Los ojos pueden transmitir felicidad o desgracia. Hay personas que llevan en sus ojos el pecado; cuando las miramos nos dan miedo. Los ojos dejan ver los demonios que habitan una persona. No en vano existe la expresión “mal de ojo”.
El asesino de nuestras almas corrompió la mirada de la criatura humana. Nuestros ojos deberían haber mirado siempre al Creador y Padre nuestro con infinito amor y gratitud: hemos sido creados para amar, servir y glorificar siempre y en todo lo que hagamos al Señor. Después del pecado Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos. La mutua mirada del hombre y de la mujer cambió. El pecado de Adán nos llevó a mirar las criaturas como si ellas fueran el objetivo final de nuestros apetitos.
En la Llama de Amor Jesús quiere restaurar la primitiva mirada de la criatura hacia su Dios y Señor.
Al vivir “en Cristo”, nuestra mirada cambia. Ya no soy yo quien vivo, sino es Cristo quien vive en mí. Es Jesús el que mira en mí; ya no soy yo el que mira.
La persona en la que no vive Cristo mira por mirar, para darse gusto, para satisfacer sus deseos. No tiene como objetivo la gloria de Dios en su mirada. Jesús pide que miremos a sus ojos; que nuestras miradas se compenetren profundamente: que nos fundamos con Él en una sola mirada, para que Él mire en nosotros y nosotros podamos mirar a través de sus ojos.
“No mires hacia ningún lado, ¡Sólo mira mis ojos! Esto te invita al recogimiento y te ayuda a alcanzar la victoria por el éxito de mi obra redentora…”. (DE29-6-51). “¡Frena tu mirada! ¿Piensas que Yo no puedo suplir estas cosas? ¡Que nuestras miradas se compenetren profundamente fundiéndose la una en la otra!” (DE10-8-92).
Jesús no quiere que miremos hacia ningún lado más que a sus ojos. El enemigo quiere vencernos y para eso trata de distraernos de nuestro objetivo esencial: Cristo. Al distraernos ya tiene asegurada la victoria. Eso hizo con Adán y Eva: los distrajo, los confundió, los engañó. Esa es la estrategia de Satanás. Hacer que quitemos nuestra mirada de los ojos de Jesús para destruirnos.
Jesús quiere que lo miremos con un objetivo: el de salvarnos y salvar las almas. Cuando Pedro se hundía rodeado del fragor de las olas y del viento, miró a Jesús y le dijo: ¡Señor sálvame!, Jesús extendiendo la mano le dijo: “Hombre de poca fe, por qué has dudado?”. Si Pedro hubiera mirado fijamente al Maestro hubiera terminado en los brazos de Jesús, caminando sobre las olas.
“Que las miradas de las personas a Mí consagradas no me esquiven y no se distraigan en las cosas del mundo, sino sólo me contemplen a Mí. Que acojan la mirada triste de mis ojos y se sumerjan en Mí. Si miran en Mis ojos con corazón arrepentido, con el rayo de Mi gracia, los haré mejores. Sumergiéndolos en el amor de Mi corazón, los regeneraré con tal de que Me tengan plena confianza”(DE8-4-62). De manera especial Jesús se refiere a los consagrados a su servicio, sacerdotes y religiosos. Les pide que no se dediquen al mundo sino que “sólo lo contemplen a Él”. Los que con más fijeza deben mirar los ojos de Cristo son los pastores. Cuando miran al “mundo”, en vez de pastorear el rebaño en la santidad, lo llevan a la boca del lobo.
Jesús nos invita al recogimiento, es decir a escoger entre su rostro y el rostro falsamente bello de Satanás. Amar es desechar. El enamorado que quiere amar con sinceridad tiene por fuerza que desechar otros amores menos importantes para quedarse con el único amor que importa: la esposa.
El motivo del amor de Jesús es “el éxito de su obra redentora”. Nos pide que participemos en el supremo amor de su Corazón: la salvación de nuestra alma en primer lugar y la de toda la humanidad. “¡Ánimo, mírame, hijita mía!¡ ¡Que nuestros ojos se miren y que nuestras miradas se compenetren profundamente fundiéndose la una en la otra! ¡Ánimo, mírame! No dejes de mirar mis ojos porque en esta nueva lucha en que Satanás quiere llegar hacia ti, la mirada de mis ojos será la que cegará a Satanás. Esto no se va a cumplir muy pronto porque Yo le permito que te tiente. ¡Que nuestras miradas se fundan la una en la otra!” (DE 14-1-63)
Es la mirada de Jesús, mirando desde nuestro interior, la que cegará a Satanás en ese combate de vida o muerte para nuestras almas. Por ese motivo debemos aprender a mirar como Jesús mira a todas sus criaturas. Fundirse con Jesús significa vivir “en la gracia de Dios, vivir la gracia de Dios”, de manera consciente: la amistad íntima con Jesús.
En medio de su ardua y dolorosa lucha contra Satanás Isabel corre el riesgo de desanimarse. Jesús le infunde fuerzas. El 7 Feb 63 le dice: “Demasiado te hundes en las cosas terrenales, hijita mía!”…no busques alivio mirando la tierra. ¡Mírame sólo a Mí! Yo quiero que apretándote estrechamente contra Mí y abandonándote en Mí, en tus duros combates siempre sólo mires hacia arriba!”
Dios nos quiere salvar y lo hace por medio de la Cruz de su Hijo. San Pablo nos dice que debemos completar con nuestros sufrimientos lo que falta a la pasión de Cristo. Todo mortal para salvarse ha de llevar la cruz, pero hay almas víctimas a las que el Señor pide que carguen sobre sus hombros las consecuencias de los pecados de muchos otros. Isabel es un alma víctima de gran estatura. La inmensa mayoría de los bautizados somos pequeñas víctimas y debemos llevar una partecita de la cruz. En esos momentos el Señor se vuelve nuestro cirineo y nos dice que no tiremos la cruz a la basura para buscar los consuelos de la tierra. Hay que mirar a sus los ojos cuando la cruz parece aplastarnos. El grandísimo peligro para toda criatura humana es “hundirse demasiado en las cosas terrenales” y descuidar su salvación eterna. Olvidar que ha sido creada para la eternidad y que esta vida terrenal es simplemente un paso temporal que ha de servirle para “ganar el Cielo”. Corremos el gran peligro de “desperdiciar el tiempo” que Dios nos ha dado poniendo nuestro interés en bagatelas que no producirán frutos para la vida eterna. Ateos, agnósticos, librepensadores, indiferentes, etc…al poner a Cristo a un lado convierten las cosas de este mundo en ídolos. La obra por excelencia de Satanás es la promoción del ateísmo que hunde a la persona que lo profesa en una sola dimensión: la temporal. Para el ateo no hay vida eterna. Y cuando decimos ateísmo decimos toda la corona de ideologías que rodea el núcleo: Dios no existe, el hombre es su propio Dios. Jesús responde a los ateos:
“¡Yo soy la Luz de Cristo! Pueden levantar su mirada hacia Mí” (DE15-2-64). “¡Mira a mis ojos! Yo permito que nuestros ojos se miren el uno en el otro y que nuestras miradas se fundan en una sola. ¡Ya no veas nada más! Lee en Mis ojos que te dirijo con lágrimas, el anhelo ansioso de Mi amor. ¡Repara! ¡Esto es lo único que me consuela de ustedes! Yo el Dios-Hombre, ¡ansioso de sus corazones!”. (DE22–3-64).
Tristemente muchos viven al lado de Cristo sin conocerlo, pasan toda su vida ignorándolo porque no se han dado la pena de mirarlo a los ojos. Viven hundidos en su orgullo vano y en su soberbia altanera. No se dan cuenta los pobres que Jesús es el único camino para la salvación eterna. Al final de sus vidas lamentarán amargamente haber desperdiciado el tiempo precioso.