LA CONVERSIÓN DE LOS ESPOSOS
Para establecer en una familia el reino de Jesucristo tal como lo pide la devoción a la Llama de Amor el paso más importante es la conversión de los esposos a Jesucristo. Según el Evangelio no es la mujer la cabeza de la familia, sino el varón. Lo dice San Pablo (Ef 5,21-33). El marido representa en el matrimonio a Jesucristo y la mujer a la Iglesia. Marido y mujer deben trabajar juntos para lograr ese objetivo fundamental en la familia cristiana: que Jesucristo sea el Dueño y Señor del hogar. Esta manera de concebir el matrimonio choca contra las ideas del mundo -demonio – carne representadas hoy por el feminismo radical. El marxismo cultural ha llevado la lucha de clases al interior del matrimonio para desbaratar el plan de Dios sobre la familia. Destruir la familia destruyendo la unidad entre el hombre y la mujer, entre los padres y los hijos es el plan demoníaco.
Las ideas que propagan tanto el machismo como el feminismo son completamente opuestas a lo que dice la Palabra de Dios. La exaltación del hombre lo convierte en un déspota, egoísta y prepotente, dueño del destino de la mujer y de los hijos. El feminismo reacciona presentando al hombre como al enemigo natural de la mujer, opresor de la esposa; la maternidad como un obstáculo para la realización femenina; los hijos como una maldición; el placer sexual como un objetivo independiente de la maternidad; el matrimonio en sí como una institución caduca, fruto de una cultura paternalista dominada por el machismo ancestral; la mujer como dueña absoluta de su cuerpo sin ninguna referencia a los preceptos morales, etc. etc. La Virgen revela a Isabel Kindelmann que Satanás quiere reinar en las familias. El demonio ejerce su señorío introduciendo la división, el conflicto mientras que el signo de Jesucristo es la comunión de los corazones en la humildad.
La familia cristiana es sal de la tierra y luz del mundo. Por ese motivo los esposos que quieren seguir a Jesucristo deben esforzarse para llevar adelante el plan de Dios sobre la familia. La conversión de los corazones, tanto del hombre como de la mujer, no es obra de los esfuerzos puramente humanos. Los psicólogos pueden ayudar, pero quien transforma el alma es el Espíritu Santo. Humanamente hablando es imposible vencer las pasiones desordenadas que brotan impetuosamente del fondo de los corazones heridos por el pecado original. Se necesita renunciar al egoísmo radical del hombre caído. Los criterios para lograr esta conversión Jesús y María se los van dando día a día a la Sierva de Dios y ella los va escribiendo en su Diario al contarnos sus vivencias. Esos criterios no son nada nuevo. Simplemente se trata de aplicar el Evangelio a la vida «intima de la familia». San Pablo de manera luminosa nos lo expresa cuando dice en Efesios 5: “someteos unos a otros en el temor de Dios, el marido es cabeza de la mujer, maridos amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla….”.
Aquellos que trabajan intensamente para destruir el sentido cristiano de la familia propagan por todos los medios la oposición entre marido y mujer; la independencia de los hijos; la búsqueda egoísta de la propia realización tanto en el placer como en los demás ‘ámbitos de la vida. El resultado es la desintegración espiritual y física de los hogares. En el Diario de Isabel Kindelmann lo más importante es seguir a Cristo. Esto implica el gran combate espiritual contra las tendencias pecaminosos de uno mismo que son azuzadas por los espíritus malignos. El desconocimiento del Evangelio y la falta de fe en el poder de Dios llevan a muchas familias a su muerte. Dios es capaz de transformar todas las situaciones de crisis con tal de que los cónyuges confíen en su poder y pongan en práctica sus palabras. Al recurrir a la Llama de Amor las familias encuentran que la intervención de Maria es decisiva para salvar los matrimonios del desastre provocado por el asedio espiritual de los espíritus malignos.
El matrimonio según Cristo no es obra humana sino que es fruto de la acción del Espíritu Santo. Quienes no creen en la existencia de los espíritus malignos reducen los problemas humanos al nivel emocional. No comprenden que detrás de pasión natural de la ira haya un demonio que la promueve; no captan que detrás de las perversiones sexuales hay diversos demonios que influyen exacerbando las profundas pulsiones de la genitalidad; no aceptan que este mundo oscuro integrado por diferentes personalidades puramente espirituales perversas puedan influir sobre la naturaleza humana. El Evangelio nos ilumina para descubrir este mundo y poder defendernos de sus asechanzas. Isabel Kindelmann, al igual que muchos otros hombres y mujeres, descubren en carne propia este mundo y nos hablan de él, para que estemos alerta. La Virgen María es la Maestra en la lucha contra este mundo de las tinieblas.