TENEMOS NECESIDAD DEL ESPÍRITU SANTO

No podemos desear aquello que no conocemos. Aquel que ha vivido en libertad, cuando cae prisionero y experimenta la desesperación anhela con toda su alma verse libre de los barrotes que lo afligen. Quien ha nacido en la esclavitud y nunca ha gozado de la libertad para ejercer sus derechos está condicionado para aceptar con indiferencia la opresión de la que es víctima.  La Palabra de Dios nos dice que el Señor nos creó en la plenitud de la libertad, a su imagen y semejanza, pero que fuimos  esclavizados por la malicia del Demonio y la debilidad del primer hombre. Que por el pecado de Adán entró la muerte al mundo y con la muerte todos los males habidos e insospechados. El mal y el dolor en que vivimos no viene de Dios, que es Padre amoroso y no puede por naturaleza ni hacer el mal ni dar el mal. Todo el sufrimiento en que vivimos es fruto de los enemigos de Dios y de los hombres, los ángeles caídos. Espíritus pervertidos y llenos de malicia que tienen sobre nosotros el poder de dañarnos y transmitirnos sus propios estados de ánimo.

La divina Revelación nos dice que Jesucristo, el Hijo de Dios, destruyó el poder que los demonios tienen contra nosotros y nos devolvió la libertad.  Nos redimió  del pecado y de sus consecuencias: los males de este mundo. El pecado, que es el rechazo a Dios, tiene como una de sus consecuencias la pérdida de la paz interior, el desasosiego, la angustia, la desesperación porque nos hace caer de nuevo bajo la esclavitud de los espíritus malignos. Nuestra naturaleza humana es tal que solamente cuando está en armonía con Dios está en paz consigo misma. Buscamos la paz interior. Cuando Jesús resucita nos dice: la Paz sea con ustedes.  Mi paz les dejo mi paz les doy. Los discípulos de Cristo estamos llamados a ser portadores y testigos de la Paz de Cristo. El grado o intensidad de esa paz de Cristo depende del grado de unión que tenemos con Él. En nosotros habita el Espíritu Santo que Cristo Jesús nos dio al expirar en la Cruz y en el día de Pentecostés.  

Si el Espíritu Santo no encuentra obstáculos de nuestra parte nos lleva a identificarnos más y más con Cristo Jesús, a la santidad de vida, tal como el Evangelio nos lo enseña. El Espíritu Santo huye cuando encuentra doblez en el corazón del bautizado. En la vida del cristiano lo más importante es la catequesis o educación de la Fe que hemos recibido en el Bautismo. Una buena catequesis nos ha de llevar a descubrir al Espíritu Santo, a escucharlo y a serle dócil. La ausencia de catequesis deja al niño indefenso contra las astucias de los espíritus malignos.  En la situación de terrible asedio frontal que la Iglesia de hoy está soportando de parte del mundo de los espíritus malignos la solución está en el fortalecimiento de las familias que quieren profesar la Fe católica. Ese es el mensaje de la Llama de Amor.  Fortalecer a las familias va más allá del aprendizaje de fórmulas. Se trata de vivir en la práctica diaria el contenido del Evangelio.

Jesús, nos dice San Lucas (4,1-11), en cuanto fue bautizado por Juan Bautista en el Jordán se retiró al desierto para ser tentado por Satanás.  Debemos tomar conciencia de esta realidad. Que nosotros somos tentados todo el tiempo por los espíritus malignos y que necesitamos la fuerza que viene del Espíritu Santo para salir victoriosos como Jesús. Dios, al darnos su Espíritu, pone en el interior de nuestras almas el ardiente deseo de la Paz, es decir de la amistad con Él. El signo de que en una familia habita Jesucristo es que en cada uno de sus miembros y entre todos haya la Paz verdadera. En aquellos hogares donde los miembros se relacionan con ira, violencia, mutuo rechazo, arrogancia, egoísmo, ambiciones de poder, pleitos, vicios, infidelidades, etc. no reina Jesús, sino que actúan los espíritus malignos sojuzgando las mentes y los corazones. 

El problema es que estas familias se han acostumbrado a vivir bajo el poder de los espíritus malignos. Consideran normal y natural vivir en medio de la opresión demoníaca. No tienen la capacidad de discernimiento para darse cuenta de que esa manera de vivir es opuesta al Evangelio, está fuera de la Paz de Cristo, es pecaminosa.  La Llama de Amor pide a los padres de familia que asuman su responsabilidad de catequistas de sus hijos, de maestros de la Fe no tanto por las palabras y la enseñanza de fórmulas, cuanto por el ejemplo de una vida entregada a la imitación de Cristo. El Don del Espíritu se hace actual en el interior del hogar cuando se le pide que venga. Orar en familia con sinceridad y perseverancia es lo más importante en este momento de crisis mundial. Si el mundo está en crisis es porque las familias están viviendo fuera del Señorío de Jesús.  La oración lo obtiene todo.

Comparte la Llama de Amor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *