CARTA No.326: LA IGLESIA ES UN TESORO EN VASO DE BARRO.

Jorge de Guadalajara, México dice: Yo no comprendo cómo es posible que en la Iglesia se den tantos abusos y escándalos de parte de los sacerdotes. El Santo Papa Pablo VI dijo que el Diablo se metió en la Iglesia. ¿Cómo es posible eso? Mucha gente ha abandonado la Iglesia y ha perdido la fe. 

Respuesta: En primer lugar te diría que la Iglesia no son sólo los sacerdotes y las monjas. Formamos el Cuerpo de Cristo de manera explícita todos aquellos que hemos recibido y aceptado el Bautismo. Son dolorosos y escandalosos los pecados de los sacerdotes pero también los pecados del casado y del soltero afectan gravemente la santidad de la Iglesia. Todo pecado destruye a la Iglesia. El pecado de los consagrados en el sacerdocio y en la vida religiosa tiene especial gravedad porque han hecho profesión pública de llevar una vida de entrega total al servicio de Dios y de la Iglesia. El hábito no hace al monje reza un proverbio muy sabio para decirnos que no son las apariencias las que valen ante Dios sino la entrega del corazón. Puede haber, y hay sin duda, laicos más santos que muchos sacerdotes y religiosos. San Pablo nos dice “que llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria viene de Dios y no de nosotros” (2Cor 4,7). Cuando una persona acepta el llamamiento de Dios al sacerdocio o a la consagración religiosa debe estar consciente de que por sus propias fuerzas no podrá cumplir a la perfección ese ministerio o vocación. 

De hecho es lo mismo para el casado. No podrán los esposos ser fieles a las exigencias del sacramento si no obtienen las gracias que les ayudarán vivir la santidad matrimonial. En realidad esta condición es para todos los cristianos porque la vocación fundamental es la del Bautismo. El soltero, el casado, el consagrado a Dios en el sacerdocio o vida religiosa tienen cara a Dios la misma vocación: “Sean santos como su Padre celestial es santo” (Mat 5,48; Lev 19,2). Es más escandaloso el pecado del sacerdote y seguramente más grave que el del laico por la importancia de su ministerio y de la vocación al servicio oficial de la Iglesia. De eso no cabe duda. Que el Diablo se ha metido en la Iglesia no es nada nuevo. Recordemos a Judas Iscariote, a tantos y tantos obispos y sacerdotes que a lo largo de la historia de la Iglesia han dado malos ejemplos. Incluso algunos Papas han tenido conductas reprochables. Sin embargo la santidad de la Iglesia no depende esencialmente de la santidad de sus ministros. 

Es Jesucristo quien da la santidad a su Iglesia. Los pecados y escándalos de los sacerdotes deben ayudarnos a comprender este misterio: Dios permite el pecado para ejercer misericordia sobre el hombre (Rom 11,32). La respuesta a las fallas de los sacerdotes es una vida de gran oración y penitencia de parte en primer lugar de los mismos sacerdotes pero sobre todo de parte de toda la Iglesia. Los fieles deben orar y sacrificarse por ellos para obtenerles la victoria sobre el enemigo. Jesús en el Diario Espiritual reprocha con gran vehemencia la indolencia y negligencia de los sacerdotes pero al mismo tiempo les testimonia un amor extraordinario. En los textos del 4 de octubre de 1962 los amenaza con la condenación eterna: “Tomen ya sobre sí la cruz que Yo también abracé y crucifíquense ya a sí mismos como Yo lo hice, porque, de otra manera ¡NO TENDRÁN LA VIDA ETERNA!”. Son palabras durísimas. La gracia de la Llama de Amor es el camino para la victoria contra Satanás en el clero y vida consagrada. El Demonio ataca a los sacerdotes y religiosos con una violencia y persistencia terrible. Son el objetivo primordial del infierno. Por ese motivo la Virgen quiere que su Llama de Amor sea entregada en primer lugar a los Obispos y sacerdotes.

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