CARTA No.227: Lesbia, de Nicaragua, dice:

En mi familia hemos sido católicos desde siempre pero malos católicos. Hasta ahora estamos conociendo al Señor. Es como una cadena que hay en mi familia. Hemos sido católicos desde siglos atrás pero como le digo, malos católicos porque desde mis bisabuelos casi todos hemos vivido en pecado de fornicación. En mi familia son raros los matrimonios por la Iglesia. En mi casa tengo dos hijos que viven con sus mujeres en concubinato. Sé que eso es pecado. Mi marido y yo estamos casados sólo por lo civil. Ahora que conozco la Llama de Amor y oigo sus audios me doy cuenta de que estamos mal. ¿Qué puedo hacer? Mi marido no se quiere casar por la Iglesia y a mis hijos no los puedo sacar de la casa porque no tienen dónde ir.

Respuesta: Estás poniendo el dedo en una de las llagas más dolorosas de la Iglesia. Infinidad de familias que se dicen católicas en realidad no viven “en Cristo”, viven en “la carne”. Ya en el Evangelio Jesús señala como algo opuesto a la voluntad de Dios el divorcio que fue permitido por Moisés a causa de la dureza de corazón de los israelitas. El Señor nos habla de que la unión del hombre y de la mujer es sagrada e indisoluble. Eso está ya desde el inicio de la creación y el Génesis lo proclama cuando dice que el hombre y la mujer serán una sola carne. En la carta a los efesios San Pablo (Ef 5,21-33) explica el sentido profundo del matrimonio. El matrimonio siempre ha sido una de las cosas más difíciles de llevar adelante. Se necesita la gracia de Dios para vivirlo. Me preguntas, ¿qué puedo hacer si ni mi marido ni mis hijos se quieren casar por la Iglesia? Creo que lo mejor que puedes hacer es comenzar por estudiar y asimilar las enseñanzas de las Epístolas de San Pablo a los gálatas, a los efesios, a los romanos, a los colosenses.

Allí se nos explica que el verdadero encuentro con Cristo nos lleva a abandonar la antigua manera de vivir en la carne para caminar en el Espíritu. Los primeros frutos de la carne son el adulterio, la fornicación, la inmundicia y la lascivia (Gál 5,19). La única manera de vencer esos pecados es “andar en el Espíritu” y luchar para “no satisfacer los deseos de la carne”. El bautismo implica una decisión: la de seguir a Jesucristo y abandonar el reino de las tinieblas. San Pablo nos dice en esta carta a los gálatas que por la muerte de Cristo somos liberados del poder de Satanás, de la muerte y trasladados por Dios al reino de la Luz. Este paso de las tinieblas a la luz no se da sin dolorosas renuncias a la antigua manera de vivir. Tenemos la gracia de Dios para hacer esas renuncias. Quienes quieren permanecer en el reino de las tinieblas “no heredarán el reino de Dios” (Gál 5 21). Esto es muy grave. La Palabra de Dios denuncia como pecado el concubinato.

A ti te toca pues tomar en primer lugar la decisión, o seguir en las obras de la carne o renunciar a la fornicación. Es duro, claro, cuando la persona se ha acostumbrado a caminar en las obras de la carne. Tu esposo también tendrá que hacer la decisión: o seguir a Jesucristo o permanecer lejos de Él. Deberás tomar la responsabilidad de tu alma. Si tu esposo decide seguir a Cristo, ¡maravilloso! Pero si él quiere seguir viviendo según la carne ya no podrás compartir tu lecho con él porque no eres en verdad ante Dios su legítima esposa. El cristiano no puede servir a dos señores. Después tendrán que evangelizar a los hijos. Deberán ayudarles a conocer a Jesucristo ¡porque no lo conocen! La Llama de Amor es una gracia que ilumina hasta lo profundo de nuestra alma. Interpela nuestra manera de vivir. Nos obliga a definirnos: o seguimos a Jesús o nos acomodamos a los deseos del mundo del Demonio y de la carne. Te recomiendo que enseñes a tus hijos el contenido de la carta a los gálatas para que también ellos tomen en serio su salvación. No puede darse el Santuario familiar en aquellos hogares en los que se acepta el pecado de fornicación.

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