EL MATRIMONIO EN CRISTO
El objetivo de la Llama de Amor es restaurar la familia según los principios del Santo Evangelio. A lo largo de los siglos la institución divina de la familia ha sufrido los embates del pecado. La inteligencia y la voluntad del hombre fueron cegadas por el pecado original. Se apartaron de la voluntad de Dios. El designio divino de que el hombre dejara a su padre y a su madre, se uniera a su mujer y los dos fueran una sola carne ha sufrido cantidad de variaciones según las circunstancias del tiempo. Los historiadores de la cultura nos hablan de los muchos tipos de familia que el hombre ha experimentado en su extenso caminar por la tierra. Jesús vino a restaurar todas las cosas y de manera particular la familia. El mismo Moisés, figura paradigmática de fidelidad a Dios, sucumbió ante las presiones de los israelitas y les permitió el divorcio. Jesús lo corrige y prohibe el divorcio (Mt 5,30), denuncia el adulterio como un gran pecado, eleva el matrimonio natural al grado de “sacramento”, “signo eficaz de la gracia de Dios”.
Debemos tener muy en cuenta que los seguidores de Cristo no pertenecemos totalmente a este mundo terrenal. Vivimos con un pie en la tierra y con el otro en el Cielo. En nuestra conducta no podemos seguir los criterios del mundo, del demonio y de la carne que siguen aquellos que no conocen a Cristo o que lo rechazan. Nuestra vida está gobernada por la Palabra de Jesucristo. Esto nos pone en permanente contradicción con aquellos que no creen en Jesús. El Señor nos envía a este mundo “como ovejas en medio de lobos” porque no podemos para defendernos utilizar los métodos que emplean los enemigos de Cristo. Para completar el pensamiento de Jesús sobre la familia debemos ir a las epístolas y demás libros del Nuevo Testamento. Es indispensable desde todo punto de vista que los esposos estudien con profundidad estos textos. De allí sacarán la luz y la fuerza que necesitan para edificar el maravilloso santuario familiar que la gracia de la Llama de Amor les propone.
Los bautizados que no conocen el pensamiento del Nuevo Testamento sobre la familia se parecen a los exploradores que perdieron el mapa y la brújula. Andan desorientados. O como a los albañiles que no tienen los planos del edificio que deben construir y terminan improvisando. En estos últimos tiempos nos dice el Diario Espiritual la familia está experimentando el ataque satánico frontal, como no lo ha habido en los siglos anteriores. ¿Cómo pueden los jóvenes bautizados edificar su propia familia si no conocen el pensamiento de Jesucristo? Ahora cuando los neo-paganos están “inventando” los “nuevos” criterios para edificar las según ellos las “nuevas familias” ¿Cómo podrán rechazar tantas estupideces que solamente pueden conducir al desastre más amargo? El pensamiento de Cristo es completamente contradictorio con las propuestas del “mundo, del demonio y de la carne”.
Y eso hace al matrimonio cristiano especialmente difícil. Se trata de un permanente combate contra los criterios de la “carne”. El esposo representa a Jesucristo, la mujer a la Iglesia. El matrimonio es el signo vivo de la alianza entre Cristo y la Iglesia. Dura para toda la vida y sólo termina con la muerte. Es temporal porque nos conduce a su finalidad que es el matrimonio eterno entre Dios y el alma, del cual es solamente un signo. La relación entre el hombre y la mujer es “exclusiva”. No se admite a un tercero. El adulterio lesiona gravísimamente el signo que proclama el amor de Cristo por la Iglesia. La infidelidad será juzgada con severidad. El sentirse “bien o mal” en la relación con el cónyuge no se puede poner como valor absoluto para conservar o disolver un matrimonio. El sacramento es indisoluble. No depende de la voluntad de los contrayentes rescindirlo.
Se trata de un camino de santificación presidido por la acción del Espíritu Santo. El hombre santifica a la mujer, la mujer al hombre, los padres a los hijos, los hijos a los padres. Los esposos por el sacramento están “consagrados” al Señor, le pertenecen ya por el bautismo y con el matrimonio ratifican y fortalecen esa consagración. La familia es el lugar de la santificación en el que todo gesto de amor en favor del prójimo se convierte en mérito para la vida eterna. Se aconseja no contraer matrimonio con aquellos que no creen en Cristo o han perdido la fe y se han vuelto enemigos de Cristo porque la convivencia y la realización del ideal cristiano será muy difícil de alcanzar. El matrimonio es imagen de la Iglesia, en él debe realizarse ese Misterio teológico de la Iglesia doméstica. La gracia de la Llama de Amor se vive de manera especial en la familia que ha tomado conciencia de su grandísima dignidad y finalidad.