LAS CONSECUENCIAS DEL RECURSO A LA BRUJERÍA

Dios se le reveló a Abraham y lo sacó de su tierra. Le prometió que iba a ser padre de un pueblo nuevo más numeroso que las estrellas del cielo y que las arenas del mar. Ese pueblo nacido de Abraham tenía como vocación ser ejemplo para los pueblos vecinos envueltos en el politeísmo y la invocación y adoración a los demonios. Decimos que Abraham es nuestro padre espiritual. De él recibimos la Fe en el Dios único y verdadero. La genealogía de los Evangelios nos presenta a Jesucristo, el Mesías, como hijo de Abraham. En el Plan de Dios, Jesús había de llevar a su perfección la vocación de Israel frente a los pueblos paganos hundidos en la oscuridad de la idolatría y del culto a los espíritus malignos. La Iglesia es el Nuevo Israel fundado en la Nueva Alianza en la sangre de Cristo. Los discípulos de Cristo somos la Luz del mundo y la Sal de la tierra.

Esa es nuestra vocación. Cuando los israelitas entran en la tierra prometida Dios los pone en guardia contra la adoración a los falsos dioses y la prácticas mágicas de los pueblos que habitan el territorio: “Moisés continuó diciéndoles: «Cuando entren al territorio que Dios va a darles, se encontrarán con que la gente que allí vive, tiene costumbres terribles, que no agradan a Dios. Por ejemplo, esa gente entrega a sus hijos para quemarlos en honor de sus dioses, practica la brujería y la hechicería, y cree que puede adivinar el futuro. Además de sus brujerías, consultan a los espíritus de los muertos para pedirles consejo. Pero ustedes deben obedecer a nuestro Dios en todo, y tener cuidado de no seguir el mal ejemplo de esa gente, pues nuestro Dios la odia y por eso quiere sacarla de esa tierra. (Dt 18:9–14). Ante los ojos de Dios esas prácticas son abominables. El Señor recriminó constantemente y de manera muy especial a lo largo de la historia de Israel los pecados de idolatría.

Éstos fueron la causa de los grandes castigos que cayeron sobre el pueblo de Dios. Hoy como ayer la tentación de la idolatría es sumamente grave para los cristianos y esos pecados continúan siendo la raíz principal de las posesiones y ataques diabólicos. Un numero infinito de discípulos de Cristo, bautizados en el Espíritu Santo, se entregan a las prácticas idolátricas al mismo tiempo que frecuentan los sacramentos. A medida que se debilita y se pierde la Fe, los bautizados recurren igual que los israelitas, a los magos, adivinos, hechiceros, espiritistas, y a cuantos ofrecen falsas soluciones a sus problemas por la acción de los demonios. Familias enteras, por generaciones, han recurrido a los brujos para “encontrar soluciones” a sus enfermedades, a su pobreza, a sus anhelos insatisfechos. Pueblos enteros practican la magia; viven de la magia, se atacan y combaten recurriendo a magia.

Muchos lo hacen “de buena fe” pensando que no hay ninguna malicia y que pueden al mismo tiempo ser discípulos de Cristo y aprovechar los “poderes ocultos”. Nos encontramos con el gran pecado de la idolatría que es la causa principal de los ataques diabólicos. Después de haber recurrido a los servidores de Satanás (los brujos, hechiceros, curanderos, espiritistas, sacerdotes vudús, santeros, paleros, etc.) se encuentran, como Adán y Eva que “están desnudos”. Es increíble la cantidad de bautizados  confundidos en su inteligencia y en su corazón por esta monstruosa fusión de las tinieblas y la Luz. Es una peste que destruye todo: el alma y el cuerpo. El alma porque la sume en la oscuridad, en la dureza de corazón, en la angustia, en el rechazo a Dios, a la piedad, en el odio, en la división familiar, en las enfermedades psíquicas, en los vicios más inmorales. 

En el cuerpo ya que la acción de los espíritus malignos ataca lo físico llevando dolores, sufrimientos, enfermedades misteriosas y fenómenos corporales inexplicables y muchísimas veces en la miseria económica, en diversos fracasos. Cantidad de personas “instruidas” no creen en esto; lo consideran folklore y cuentos de camino. Solamente aquellos que han vivido o viven estas tragedias pueden contar con veracidad lo que sucede cuando se recurre a la magia. La Llama de Amor nos debe llevar a abrir los ojos y a liberar nuestras familias y las casas de todo vestigio de hechicería y de recurso a los servidores de Satanás. Para eso lo primero que tenemos que hacer es crecer en la Fe y poner toda nuestra confianza en el amor de Señor. La Fe verdaderamente vivida según la recta doctrina nos protege de las constantes asechanzas que tenemos en este terreno. Debemos poner los ojos en Jesucristo y observar cómo se relaciona Él con el mundo diabólico. Jesús rechaza todo lo que tenga relación con el mundo de las tinieblas.

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