DE LA ACCION DIABÓLICA EN EL INTERIOR DE LA FAMILIA (2)

(Catecismo de la Iglesia Católica Nos. 27, 210, 214ss, 257, 293, 299ss, 604ss, 733, 739, 1040, 1604, 1701, 2331, 2577)

Cada padre y madre de familia ha sido puesto a la cabeza de su hogar para salvar a “su pueblo”, a sus hijos y a la familia extensa. Para eso Dios los constituye “profetas” y “testigos”. Deben anunciar a los suyos la salvación. Es el deber más importante de un progenitor. El matrimonio es una vocación. Así como el sacerdocio. El que no esté dispuesto a llevar adelante la vocación del matrimonio no debe intentarlo. Debe buscar la vocación a la que Dios lo ha llamado. También la soltería es una verdadera vocación. Para luchar contra la acción de Satanás en el seno del hogar lo más importante es adquirir cada día la experiencia de que “somos infinitamente amados por Dios”. Sabemos que somos amados por Él, pero aquí hablamos no de saber con la inteligencia que razona, sino con la inteligencia que “siente”. 

La Fe y la razón y el sentimiento nos deben ayudar a experimentar lo que dice San Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”(Jn 3:16–17). Cuando creemos, sabemos y experimentamos con el sentimiento que “somos infinitamente amados por Dios”, nos sentimos tranquilos y seguros en toda ocasión. La acción demoníaca principal en el interior de cada corazón y de cada familia y de la sociedad entera consiste en hacernos creer que Dios no nos ama. Satanás es el que “separa” al hombre de Dios y a los hombres entre sí por medio de sus engaños (Ap 12,9-10; Zac 3,1-2; Job 1,9). 

Es el acusador. Busca que nos sintamos culpables y como Adán y Eva hicieron, hace que nos escondamos de Dios, llenos de sentimientos de culpa. El combate contra el Demonio ha de partir de la experiencia íntima de que somos “infinitamente amados” por nuestro Padre celestial. Esta convicción nos vuelve fuertes contra Satanás. Le perdemos el miedo. El arma más poderosa del Demonio contra nosotros es infundirnos “miedo”. Quiere hacernos creer que él es grande, poderoso. Cuando hago las oraciones de liberación  y hablan los demonios, extienden los brazos hacia atrás, como si fuesen alas y dicen “yo soy poderoso”, “no sabes con quién te enfrentas”, “te voy a destruir”. Es pura fanfarronería. Los demonios no pueden mover ni una hojita del árbol si el Señor no se lo permite. Es necesario que vayamos pasando de la convicción racional de que somos amados, a la experiencia íntima, “sentimental”, de ese Amor infinito de Dios hacia sus criaturas.

Es una gracia de Dios que es preciso pedir. Para obtener esa experiencia debemos orar mucho contemplando el Santo Crucifijo, las llaga de Jesús. Es en Cristo crucificado donde encontramos la expresión más formidable y al mismo tiempo más tierna del amor del Padre celestial para nosotros. Los padres de familia deben ir pasando de un amor “teórico” a Dios, a un amor “sentido” al Padre celestial. Estudiemos a Isabel Kindelmann. Al inicio del Diario es una madre de familia sumergida en la angustia, en la desesperación por sacar adelante a sus hijos. Se debate en la miseria económica, en el trabajo que la agota y separa de Dios. Jesús le habla y le dice: “Mira mi rostro desfigurado y mi cuerpo torturado. ¿No he sufrido para salvar las almas? Cree en Mí y adórame”. Y así va entrando en la “escuela del divino Maestro”. 

El fruto de esta contemplación del Cristo sufriente es la experiencia del Amor de un Dios vivo que se entrega a los más atroces sufrimientos para salvarnos del poder de Satanás. El problema fundamental de la mayor parte de los padres de familia, especialmente de los varones, es que no oran. Le dan tiempo a todo, menos a su pobre alma. Muchísimos viven en pecado mortal porque no se arrepienten interiormente del mal que hacen y no confiesan sus pecados al sacerdote, ni hacen penitencia para repararlos. Son como fortalezas sin puertas ni centinelas por donde el enemigo entra y sale sin ninguna dificultad. Todo eso es falta de amor a Dios.

Lo primero que los padres de familia deben hacer es tomar conciencia clara de que el Padre celestial los llama a una vocación maravillosa. El primero en estar interesado en que tengan una familia feliz es el mismo Dios. Que habiéndonos dado a su Hijo, nos ha amado hasta el extremo, y en Cristo nos ha dado TODO. ¿Cómo podremos tener miedo al Demonio y a sus huestes malditas y desgraciadas si somos amados de tal manera por nuestro Padre celestial? Así como Isabel Kindelmann fue pasando del miedo ante la acción de Satanás hasta la confianza total en la Llama de Amor, debemos nosotros ir dejando de lado la indolencia y sumisión que experimentamos ante un enemigo que erróneamente creemos más poderoso que nosotros. El saber y sentir que Dios nos ama es nuestra arma principal para derrotar al enemigo maligno, que ya está derrotado por Jesús.

Comparte la Llama de Amor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *