La sanación y liberación espiritual familiar exige la renuncia total al pecado
Estamos hablando de la Llama de Amor como instrumento de Dios para sanar los corazones y liberarlos de la acción diabólica. En su infinita sabiduría y misericordia Dios Nuestro Señor permite el pecado en nuestras vidas. Dios respeta nuestra libertad pero no nos abandona si nos alejamos de Él. Somos libres para escoger sus caminos o para rechazarlos y hacer los nuestros.
Cuando caemos en la cuenta de que estamos desnudos (Génesis 3,7) Dios no nos rechaza. Nos busca para darnos la oportunidad de volvernos hacia Él, así como el niño desobediente y travieso mordido por el perro se vuelve hacia su padre en buscando auxilio, consuelo, sanación y protección. Somos como niños rebeldes que no queremos escuchar la voz del padre que nos aconseja y mucho menos obedecer sus mandatos que nos resultan fastidiosos. Si escuchásemos la voz de Dios el perro rabioso no podría mordernos, ni la serpiente herirnos al talón.
El pecado nos parece apetecible pero una vez que hemos mordido la fruta del árbol nos damos cuenta de que hemos perdido la paz del alma y la felicidad. La serpiente se quita la careta y aparece como lo que en verdad es: anaconda constrictora que nos envuelve y a cada movimiento que hacemos aumenta su poder y nos asfixia lentamente quebrantando nuestros huesos. El destino de felicidad que Dios nos había dado ya desde este mundo se torna amargura. ¡Por nuestra propia culpa! Sólo Dios puede auxiliarnos frente al poder del pecado. Necesitamos gritarle: “¡Señor, ayúdame que perezco!” como gritó San Pedro cuando se hundía en las aguas.
Hay gente que comprende lo que le está pasando porque conserva en su corazón algo de Fe y esperanza. Hay otros que aturdidos no captan cómo están viviendo en la oscuridad y en la muerte. El veneno de la serpiente los ha vuelto ciegos, sordos y mudos. Están como mareados, atontados. La víbora es tan hábil que les hace creer que están bien: tienen salud, tienen belleza, tienen dinero, tienen poder, tienen “ciencia”, tienen placer… lo único que no tienen es paz y felicidad, pero a ellos no les importa. Cuando el adicto está envuelto en las fantasías de la droga, se siente feliz; igualmente el alcohólico, lo mismo el político poderoso que tiene la vida y la muerte de los demás en sus manos. Necesitarían la gracia de Dios para detenerse y reflexionar sobre su propia historia y su destino después de la muerte. El examen de conciencia es el primer paso para obtener la libertad y la salud del alma. Hay personas que piden oraciones de sanación y liberación pero no quieren entender que la libertad espiritual es un proceso que exige la renuncia total al pecado. Hay que escarbar en el alma para encontrar las raíces que retoñan y arrancarlas. Eso cuesta trabajo y tiempo.
Es un esfuerzo doloroso y casi siempre humillante. Dios viene en nuestro auxilio con su Espíritu Santo que nos hace conscientes del pecado que hemos cometido. Ilumina la conciencia con su Palabra y con las enseñanzas de la Iglesia. Si quieres hacer un examen de conciencia eficaz, ¡date tiempo! Húndete en la soledad de tu cuarto. Examina tu historia desde el primer pecado. Revisa los diez mandamientos con profundidad y sinceridad. Y sobre todo deja que el Espíritu Santo quebrante tu corazón y te llene de dolor por haber ofendido a un Padre tan bueno ( Luc. 15 y 16).
La humilde confesión de los pecados al sacerdote es la mejor oración de sanación para las heridas emocionales y liberación de los espíritus malignos. La confesión frecuente es como un mazo que desbarata las más grandes montañas. No puede avanzar el proceso de liberación sin el alimento diario de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Hay que leer y meditar DIARIAMENTE esa Palabra. Hay que comer, ¡ojalá diariamente! el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Hay que recurrir sin falta cada día al Rosario de la Llama de Amor que ciega a los espíritus malignos, para que la liberación se sostenga. Hay que orar juntos en familia con un sólo corazón y alma. Entonces la oración de liberación es eficaz y va rompiendo las ataduras y cadenas que los demonios han puesto a través de los pecados cometidos individualmente, familiarmente y socialmente.
Somos vasos comunicantes y mis pecados afectan a los demás. Todo pecado, aunque sea oculto, afecta a todos los miembros de la familia. Todo acto de virtud como es la oración, el ayuno, los sacramentos, el rosario individual y en familia, la limosna, las obras de misericordia, etc. son como una lluvia de gracias que cae sobre tu hogar. Antes de someterse a una proceso de oraciones de liberación en el que se reprende a los espíritus malignos y se los expulsa de nuestra vida, es indispensable prepararse con una magnífica confesión de los pecados.
La firme decisión de abrazar generosamente una “nueva manera de vivir” en familia, según el Santo Evangelio, es la garantía que impide a los espíritus malignos regresar con siete demonios más fuertes para recuperar el reino perdido. Y hay que armarse de valor y perseverancia para continuar la lucha de cada día.