La Llama de Amor, más que una oración de liberación, es la unión permanente con Jesucristo

La mirada de la Virgen María nos lleva directo a la mirada de Jesús. En la tradición espiritual de la Iglesia esto se traduce como “guardar la presencia de Dios“. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, el Señor nos pide que vivamos “en su presencia“. El Señor habita en medio de su pueblo (p.ej. Ex 8,18; 25,8; Dt 6,15 etc.) El Emmanuel es el Dios con nosotros. “Que Jesucristo habite en sus corazones por la fe” dice San Pablo (Ef 3,17); “Es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20); “Yo permaneceré en Uds” (Jn 15,4) etc. El deseo del Padre Eterno es que vivamos conscientemente en unión permanente con Jesucristo nuestro Señor. 

La gracia de la Llama de Amor está expresada en la bellísima oración que Jesús da a Isabel Kindelmann:
“Que nuestros pies vayan juntos, que nuestras manos recojan unidas, que nuestros corazones latan al unísono, que nuestro interior sienta lo mismo, que el pensamiento de nuestras mentes sea uno, que nuestros oídos escuchen juntos el silencio, que nuestras miradas se compenetren profundamente fundiéndose la una en la otra, y que nuestros labios supliquen juntos al Eterno Padre para alcanzar misericordia para toda la humanidad”(p 60).
Esta oración es el programa de vida de la Llama de Amor. Es el centro del mensaje. Es el objetivo de su espiritualidad: la unión íntima y permanente con Jesucristo. No se trata sólo de que estemos individualmente unidos a Cristo, sino que estemos unidos, entre nosotros, y al mismo tiempo unidos a Cristo. Es el Misterio de la Iglesia. Es el Cuerpo de Cristo. En el cuerpo humano todas las células están unidas inseparablemente al cuerpo y entre ellas mismas. El cegamiento de Satanás es solamente una consecuencia de esta permanente unión a Jesucristo. 

Si consideramos al “nuevo instrumento” que María pone en nuestras manos como una herramienta puntual, para ser utilizada sólo en los momentos concretos de dificultad, corremos el riesgo de limitar, de reducir, la Devoción a la Llama de Amor a una simple “oración de liberación”.  Es verdad que  el “efecto de gracia” de la Llama de Amor nos libera de las ataduras diabólicas, de los diversos embates del enemigo, de las consecuencias de nuestras caídas, pero es mucho más que eso. 

La gracia de la Llama de Amor es un camino de santificación permanente capaz de  llevarnos hasta la más elevada intimidad con el Señor. Dios ofrece a la humanidad, y especialmente a los padres de familia, todo un programa de “reingenieria espiritual” para que los hogares se conviertan en verdaderos “santuarios”, lugares de santificación y de santidad. El objetivo último es la salvación y santificación del alma de todos los miembros de la familia y la renovación de la Iglesia desde la más profunda raíz. Dios quiere familias “santas” y “santificadoras”. En la parábola del tesoro escondido vemos cómo quien lo encuentra vende todo lo que tiene y compra el campo. Para poseer el tesoro de la Llama de Amor también hay que “venderlo todo”. No basta “encontrarlo”. Mucha gente “conoce” la Llama de Amor, pero no posee su “gracia”, porque no han vendido todo. Es decir no quieren pagar el precio “del campo”. 

La intimidad extraordinaria entre Jesús-María-Isabel es fruto de la gracia de Dios, es verdad, pero también de las generosas disposiciones de esta mujer madre de familia. Su esfuerzo en despojarse, en aceptar las renuncias, contradicciones y sufrimientos que el Señor le propone merece que Isabel sea elevada a una vida mística fuera de lo común. Para crecer en la Llama de Amor lo primero y más básico es “orar en familia”. 

Donde dos o más están reunidos en mi Nombre allí estoy Yo en medio de ellos, dice Jesús.  La familia se consolida cuando deja de lado otras cosas menos importantes y se dispone a orar “todos juntos”. No basta que oren separados. Pues bien, en muchísimos hogares  NO SE ORA EN FAMILIA. No se quiere renunciar a distracciones que impiden que la familia se reúna para orar. Las gracias extraordinarias vienen cuando se ora con decisión y perseverancia. Familia que no ora no se transforma. Mucha gente se queja de que su familia está muy atacada por el demonio, pero no toman los medios para vencerlo. La Virgen dice: “¡No se queden pasivos frente a mí causa Santa! A través de los pocos, los pequeños y los humildes deben comenzar esta efusión grande de gracias que conmoverá al mundo. Ninguno de los llamados debe excusarse ni rehusar mi invitación Todos ustedes son mis pequeños instrumentos”(p203). 

Si queremos de verdad que nuestra familias se transforme en un santuario comencemos por orar juntos en familia y con perseverancia. A partir de este momento vamos a experimentar la respuesta de la Virgen María actuando en los corazones para transformarlos. 

“Mi Llama de Amor es tan grande, que no puedo retenerla por más tiempo dentro de Mí, con fuerza explosiva salta hacia ustedes. Misión sublime propagar la Llama de Amor. Entregarla, hijita mía, sea la meta principal de tu vida. Ayúdame a extender esta devoción” (p208).  Es en nuestra propia familia que debemos comenzar a propagarla. Tal vez es el lugar más difícil porque nadie es profeta en su tierra, pero es necesario hacerlo.

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