CARTA No.176: La sra Valentina, de México, dice:
¿Qué debo hacer para que en mi familia se produzca la conversión de los corazones? Rezamos con frecuencia el Rosario de la Llama de Amor pero no veo que ni mi marido ni mis hijos se conviertan. Rezan pero siguen igual.
Respuesta: En varios comentarios anteriores he dicho que en el Diario Espiritual no se presenta el rezo del Rosario de la Llama de Amor como algo mágico o automático: ¡rezo el Rosario y mi familia cambia de la noche a la mañana! El mensaje de María Santísima nos pide que utilicemos todas las armas que la Iglesia nos da para luchar victoriosamente contra el mundo, el Demonio y la carne. ¿Existe algo más poderoso que la Misa para cegar a Satanás? La respuesta es ¡No! Sin embargo infinidad de católicos van a Misa y ¡no se convierten! Siguen siendo los mismos: soberbios, violentos, libidinosos, egoístas, etc. Siguen “viviendo en la carne”. La eucaristía por sí misma, aunque se comulgue, no basta para transformar los corazones y las familias. Jesús mismo lo dice en el Evangelio: “No es aquel que diga ¡Señor! ¡Señor! quien entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21). La gracia de la Llama de Amor llega a los hogares para ayudarles a asumir con seriedad y gran responsabilidad el compromiso fundamental del cristiano: vivir su bautismo hasta las últimas consecuencias. Se trata de la lucha contra el pecado en la vida personal y en la vida familiar: vivir en Cristo. Corremos el peligro de “tomar el rábano por las hojas”, como dice el proverbio.
Creer que basta con utilizar la jaculatoria y rezar el Rosario para que la familia entera se convierta en el “santuario familiar”. Leamos el Diario Espiritual desde el comienzo al final y veremos que Jesús le pide a Isabel en primer lugar que renuncie a muchas cosas que obstaculizan su crecimiento espiritual. Le dice: “renuncia a ti misma”. Es la lucha contra las apetencias de la “carne”. Después le traza un programa de vida en el que van integrados todos los elementos básicos de lo que debe ser la vida del cristiano: oración intensa, sacrificio, fidelidad a la Palabra de Dios, integración en la comunidad parroquial, vivencia del sacramento de la penitencia , vida eucarística (Misa y comunión diaria, adoración al Santísimo), dirección espiritual, etc. El rezo del Rosario y de la jaculatoria es en efecto un instrumento de inestimable valor y poder contra la acción del enemigo maligno. Lo deja ciego. Pero ¿de qué sirve cegar a Satanás si no se tiene por objetivo “construir” el santuario familiar? A la ceguera de los espíritus malignos, que es obra de la Virgen, debe corresponder el esfuerzo diario por llevar a la práctica el santo Evangelio.
Esto se va aprendiendo día tras día bajo la guía materna de la Madre de la Iglesia. Jesús, al despedirse de sus discípulos (Jn 17) nos habla del Espíritu Santo como del “consolador” que nos introducirá y llevará hasta lo más íntimo de la Verdad. El Espíritu Santo no puede hacer nada si nuestros corazones no se doblegan ante sus inspiraciones. Tenemos frente a nosotros una cantidad inimaginable de instrumentos y de gracias que están a nuestra disposición. La Iglesia constantemente nos llama a la conversión y nos pide que pongamos en práctica sus enseñanzas. Si no las tomamos y llevamos a la práctica no tendremos frutos. Hay que enseñar el mensaje de la Llama de Amor de manera integral. No basta con rezar, es indispensable enfrentar con la ayuda de la Madre de Dios los ataques del mundo, del Demonio y de la carne. El gran milagro que la Virgen profetiza es que Ella va a tocar los corazones fríos y sin fe para iluminarlos y ayudarles en su conversión personal a Jesucristo. Ella no puede hacer este milagro si nosotros no contribuimos con nuestro esfuerzo diario para combatir sinceramente las tentaciones de cada día. En eso consiste llevar la cruz de Cristo Jesús: renunciar al pecado en todas sus formas.