LOS ATAQUES DEL ENEMIGO A LA INTELIGENCIA Y AL CORAZÓN
El primer gran ataque y el más sutil de los demonios para impedir que los hijos de Dios lleguen al conocimiento de la Verdad va dirigido a la inteligencia. El segundo ataque va contra la voluntad de las personas, es decir contra lo que llamamos en lenguaje ordinario “el corazón”. Estos dos ataques son simultáneos, van siempre juntos porque la inteligencia y la voluntad que son dos de las “facultades del alma” en realidad no se pueden separar sino que son en sí una sola cosa. Es la persona la que piensa y toma decisiones. La que comprende y siente. Sin embargo para mejor comprender y explicar los ataques del enemigo las separamos artificialmente. La inteligencia “ilumina” la voluntad; si la inteligencia está ciega, la voluntad tomará decisiones equivocadas. Al revés, si la voluntad está ciega o sacudida fuertemente por las emociones, la inteligencia no podrá ver con claridad dónde están el bien y la verdad.
Los demonios conocen mejor que nosotros mismos “nuestra psicología” y van a ajustar sus ataques a nuestras condiciones personales. Si no fuera porque el Señor nos ama con un amor de Padre lleno de ternura y compasión por sus hijos, seríamos juguetes de los demonios. Estamos protegidos por el mundo angélico. Los ángeles nos aman con el mismo amor con que el Señor nos ama. Es el Señor quien nos ama en ellos. Ellos también iluminan nuestra inteligencia e inflaman nuestra voluntad en la medida en que los dejamos ejercer su misión de “custodios de nuestras almas”. El pecado original nos dejó maltrechos, debilitados, frágiles ante las tendencias perversas de la carne (Gál 5,20-21). No tenemos dominio perfecto sobre nosotros mismos. Los espíritus pueden influir de manera positiva o negativa sobre nuestras estructuras “psicobiológicas” según sean ángeles buenos o ángeles perversos. La labor de los ángeles “custodios” es la de ayudarnos a caminar en la Voluntad del Padre celestial.
Los espíritus malignos tratan de influir sobre nosotros para impedir que comprendamos y vivamos la Voluntad divina. En torno a nosotros se libra una lucha espiritual entre los ángeles del Señor y los servidores de Satanás. Yendo a la acción de los demonios sobre la “voluntad” debemos tener en cuenta de que ellos “teóricamente” no pueden forzar nuestra voluntad y obligarnos a tomar una decisión en contra de Dios. Somos libres. Sin embargo sí pueden atacarnos de tal manera y con tal fuerza que terminemos por ceder y pecar. La mayor defensa que tenemos contra la acción de los espíritus infernales es el Amor del Padre y del Hijo, es decir el Espíritu Santo que nos habita de manera muy especial desde el día de nuestro bautismo. Su misión es la de santificarnos llevándonos al conocimiento, amor y servicio a Cristo.
El combate espiritual no consiste tanto en combatir a los demonios cuanto en “crecer” en Cristo. Nuestra fuerza contra los enemigos de nuestra salvación es Jesucristo y Jesucristo crucificado. Si Él es Señor de nuestras vidas tenemos la partida ganada. Los demonios no podrán vencernos. Podrán atacarnos y hacernos sufrir, pero no nos llevarán al pecado, que es la derrota, y mucho menos podrán arrastrarnos a la condenación eterna. ¿Qué pretenden los espíritus malignos? Que en nuestro corazón y en el interior de nuestras familias reine Satanás. Eso lo dice el Diario Espiritual. ¿Cómo lo logra? Primero confundiendo la inteligencia y luego haciéndonos creer que lo importante es la “realización” de nuestro propio “yo”. En vez de tener una vida centrada en Cristo, nos propone desarrollar una vida centrada en nuestras propias ambiciones, pasiones, deseos y gustos. La realización de nuestro propio “ego” sería entonces el propósito fundamental de nuestra vida.
Es lo que nos proponen las diversas “escuelas psicológicas”. Es lo que nos propone la Nueva Era, el Budismo, los filósofos, las sectas de todo tipo, la masonería, etc. ¿Cómo actúan los espíritus malignos para doblegar nuestra voluntad? Nos asedian de diversas maneras. Debemos contar con que tenemos un cuerpo material sujeto a múltiples factores: las variaciones producidas por el desarrollo a través de los años, la multiplicidad de órganos (sistemas nervioso, digestivo, respiratorio, circulatorio, linfático, muscular, óseo, endocrino, sistema piel, etc.). Tenemos una familia que a través de lo siglos nos ha dejado herencias, tanto psicobiológicas como “espirituales” positivas y negativas. Tenemos muchas cosas que no conocemos y que de una u otra manera influyen en nuestra alma y en nuestro cuerpo provocando en ellos sentimientos, afectos, pasiones, deseos, penas, sufrimientos, enfermedades (del cuerpo y del espíritu). Toda esta estructura maravillosa que es la persona humana puede ser atacada por la acción de los espíritus malignos. En las próximas enseñanzas iremos viendo cómo éstos actúan para impedirnos llegar a la Santidad que Dios nos pide.