ESTAMOS LLAMADOS A LA SANTIDAD

Cuando Dios nos creó lo hizo con un propósito: que aprovecháramos de tal manera el tiempo que llegásemos a la más elevada santidad. Ésta consiste en reproducir en nosotros las virtudes de Jesucristo. El fruto de la santidad es el gozo inefable del Amor infinito de Dios por toda la eternidad. Mientras más santos seamos más gloria recibe el Señor de nuestra parte y más felicidad eterna para nosotros.  Nuestro deber de gratitud hacia el Creador es procurarle la mayor gloria posible de nuestra parte. La santidad no es “una opción”, sino que es una obligación, un deber de justicia hacia Dios. Estamos “obligados” por nuestra condición de criaturas a ser “santos”. Es obligación de todo ser humano vivir en santidad correspondiendo perfectamente a las gracias que el Señor le da. San Juan dice que “la Luz verdadera ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Jesús es la Luz. De una manera misteriosa que no nos es posible comprender, cada ser humano tiene la misma oportunidad para llegar a la más elevada santidad. 

En la conciencia de cada hombre Dios escribe su Ley (Rom 2,13) y lo juzgará de acuerdo a la correspondencia a esa Ley natural. Los cristianos tenemos la inmensa felicidad  de haber conocido a Jesucristo y de haber beneficiado de infinidad de gracias, por lo que se nos juzgará con mayor rigor. Los padres de familia tienen como vocación en primer lugar su propia santificación y la de su cónyuge (Ef 5,25-26). En segundo lugar la de sus hijos (Ef 6,4). Cada familia debe estar integrada por miembros que persigan con ahínco la santidad, es decir la imitación de Cristo. Todos juntos tienen que ayudarse para ir reproduciendo en su vida personal y familiar las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo. La familia de Nazareth es el ideal de toda familia cristiana. Los espíritus malignos lanzan contra todos los hogares el ataque fundamental: ellos buscan impedir que sus miembros conozcan a Jesucristo y que crezcan en las virtudes  cristianas. Son dos acciones las que llevan adelante los demonios: cegar la inteligencia y corromper el corazón. 

Cegando las facultades interiores del alma que permiten conocer a Dios y a su Cristo impiden que esa Luz ilumine el interior de las conciencias. Corrompiendo el corazón arrastran a las personas al pecado; lo endurecen y lo voltean contra el Creador y Redentor. El combate espiritual entre Satanás y los seres humanos se libra en primer lugar a nivel de las capacidades intelectuales. El Demonio busca cegar espiritualmente los oídos para que la Palabra de Dios no penetre en la inteligencia humana. Crea rechazo, ensordece el alma. Impide que la inteligencia humana comprenda la Palabra. Las personas leen la Escritura y no la entienden ni la recuerdan. Físicamente pueden experimentar sueño, cansancio, repugnancia, aburrimiento en referencia todo lo que es Sagrado. Se sienten imposibilitadas de proclamar la Palabra de Dios. No pueden físicamente leerla. Experimentan rechazo a lo salmos y textos bíblicos.

Los espíritus malignos propician el embotamiento de las facultades cognoscitivas; inoculan dudas, críticas contra la doctrina de la Iglesia. Las personas sienten aversión a la Misa, las oraciones, las devociones, etc. Suscitan rebelión contra la Verdad y atracción hacia lo falso, lo equivocado, el error, la mentira. Este rechazo al Verbo de Dios se nota de manera especial en aquellas personas que se han imbuido de la mentalidad proveniente de las disciplinas o religiones orientales cuyas raíces están en el panteísmo hinduísta, budista, tántrico etc. El Yoga, el Reiki, ciertas las artes marciales  y las doctrinas y prácticas de la Nueva Era. Sucede lo mismo en aquellas personas afectadas por el racionalismo occidental.

Todo esto lleva al ateísmo. Detrás de estas “jugadas” están espíritus malignos específicos que trabajan en conjunto para cegar la mente y endurecer el corazón. Ante esta acometida muy sutil de los demonios contra la Luz debemos cultivar en primer lugar a vida de intimidad con Jesucristo para solidificar la Fe.  La oración intensa, la práctica de los sacramentos, la meditación de la Palabra de Dios, la perseverancia en los medios de santificación protegen.  Hay que denunciar también el engaño diabólico que esas doctrinas llevan en sí como un tremendo veneno contra la Fe.  En segundo lugar hay que atacar a los espíritus malignos por medio de las oraciones de liberación ordenando en el Nombre de Jesús que salgan. Cuando una persona ha practicado mucho las religiones o disciplinas orientales panteístas es difícil la liberación. Hay que combatir largo tiempo para que la persona adquiera la actitud de niños que el Evangelio nos pide.

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