CARTA No.145: La Sra. Juana Francisca, de San José, Costa Rica dice:

Es muy difícil convencer a mi esposo y a mis hijos para que vivan la Llama de Amor. Rezan el Rosario conmigo pero es una lucha para que lo hagan; no quieren renunciar a muchas cosas mundanas. Para mí es un sufrimiento ver tantas contradicciones en el seno de mi hogar.

Respuesta: Siguiendo el tema de la carta anterior le diría que lea los párrafos del 11de marzo de 1963 en el Diario Espiritual. Lo que le pasa a Ud. le pasa a miles de madres de familia que habiendo descubierto la gracia de la Llama de Amor quieren llevarla a su hogar. Es más fácil cuando el padre de familia descubre la gracia y quiere que toda su familia comience a vivirla. Si tiene autoridad moral sobre sus hijos éstos le seguirán más fácilmente. No se desanime, así se comienza. La Virgen le dice a Isabel: “Verdad que sufres mucho a causa de los que te entienden mal? Verdad que es pesado soportar las muchas pruebas. No te ahorres fatiga”…. “De nuevo contó con qué fuerza rabiosa irrumpe Satanás sobre aquellos donde tan sólo sospecha que se enciende su Llama de Amor”. “Le permitimos que sus tentaciones de toda clase pueda probar en aquellas almas que quieren poner en marcha la Llama de Amor. Mi causa santa”. Llevar a una familia a vivir la gracia de la Llama de Amor es un proceso que puede llevar años. A veces no se logra que toda la familia la acepte. Esto no significa un fracaso. A pesar de las apariencias negativas el Señor bendice esas familias donde algunos miembros se esfuerzan por vivir la devoción, el mensaje y el instrumento de la Llama de Amor.

Es necesario perseverar en la oración con aquellos que han comprendido el llamado que la Virgen les hace. No debemos detenernos nada más en orar. A mi manera de ver cinco cosas son importantísimas para que la Llama de Amor se vaya desarrollando:

La primera es tomar la decisión de poner gradualmente en práctica las peticiones que Nuestra Señora nos hace en el Diario: La Misa dominical, la comunión al Cuerpo y Sangre de Cristo, la adoración al Santísimo, la lectura de la Palabra de Dios, la oración del Santo Rosario, la confesión frecuente, la hora santa reparadora en familia cada semana, la vela nocturna de oración diaria, los ayunos, la inserción en la vida parroquial, la consagración de la casa a los Sagrados Corazones y la entronización de sus imágenes, etc. Esto es fruto de la conversión de los corazones y no debe ser impuesto por coacción.

La segunda es: ir adquiriendo las actitudes que implica la vivencia de esta gracia: la repetición interior de la jaculatoria hasta que se vuelva como una oración permanente, vivir la vida diaria en actitud de renuncia al pecado y de reparación por los pecados cometidos propios, de la familia y del mundo entero, el amor y la oración por las benditas ánimas del purgatorio, la oración por los moribundos, etc.

Tercero: emprender la lucha personal contra el “mundo, el demonio y la carne”, es decir contra las tentaciones que experimentamos en la mente y en el corazón de parte de estos enemigos de la salvación. Aprendemos a discernir el origen de los “movimientos” que experimentamos en lo íntimo de nosotros mismos (pensamientos, deseos, sentimientos, imaginaciones, tendencias, apetitos, etc.) y de las ofertas que desde el exterior se nos hace (personas, propaganda, medios de comunicación, etc.). Así aceptamos lo bueno y rechazamos lo que se opone a Jesucristo.

Cuarto: ejercer de parte de los padres el pastoreo permanente: de los esposos entre sí y de los padres sobre los hijos. Este pastoreo consiste en la evangelización del hogar. Los padres junto con los hijos deben leer, meditar y aplicar la Palabra de Dios a la vida de familia. Invocando al Inmaculado Corazón de María se logrará la sanación interior y la liberación de las afectaciones de los espíritus malignos que atacan a padres e hijos.

La Devoción a la Llama de Amor no es sólo orar el Rosario sino luchar contra Satanás que quiere reinar en las familias. La conversión del corazón a Jesucristo constituye el punto central. La Virgen María pide a todas las familias católicas que vivan las consecuencias de su Bautismo. Los discípulos de Cristo sabemos que no pertenecemos a este mundo. Hemos sido llamados a la Vida Eterna y vamos en camino hacia la patria celestial. Jesús lo dice con claridad: “El que quiera venir en pos de Mí que tome su cruz y que me siga”. No se puede llevar esa cruz sin el auxilio de la gracia y ésta se obtiene por la poderosa intercesión de María Santísima.

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