EVITAR EL PECADO

Lo más importante en la vida de todo hombre es “evitar el pecado” es decir todo aquello que nos separa de Dios, que es la Felicidad. Cuando pecamos en vez de ganar, perdemos. Dios no pierde nada. Él es infinitamente feliz. Está más allá de cualquier mal. Por muy grandes que sean nuestros pecados, no le afectan esencialmente en nada. Claro, como un padre infinitamente amoroso con sus hijos decimos que  “Dios sufre” cuando pecamos, pero sufre por el mal que nos hacemos. Un buen padre de familia siente dolor en su corazón cuando el hijo se hace daño. Debemos poner nuestro principal empeño en no ofender a Dios, ni siquiera con un pecado venial, ni siquiera por una imperfección. Si amamos a Dios nuestro principal empeño ha de ser en evitar que “Dios sufra” por el mal que nos hacemos cuando nos apartamos de Él. Desde el primer momento en que nos despertamos debemos pedir al Padre Celestial que nos conceda la gracia de no ofenderlo en ese día. No ofenderlo de pensamiento, de palabra, de obra y de omisión. 

El pecado entra en nuestra vida por el “pensamiento”. La puerta para amar u ofender a Dios es nuestra inteligencia porque a través de ella  llegamos a conocer lo que es bueno y lo que es malo. Tenemos ciertas facultades que nos ayudan a evitar el pecado o pueden también favorecer las tendencias o pasiones que nos llevan a pecar. Los animales no pecan aunque hagan cosas atroces porque no tienen capacidad para diferenciar el bien del mal. Ellos actúan siempre de acuerdo a sus instintos. Es nuestro principal deber proteger nuestra capacidad de razonar. Cuando decimos que debemos evitar los pecados de pensamiento estamos indicando que debemos cuidar mucho la imaginación, la fantasía, la “ensoñación” porque pueden suscitar en nosotros “deseos” que nos arrastren a querer algo opuesto a la Ley del Señor. La inteligencia bien formada capta qué acciones están de acuerdo a la Ley de Dios y cuáles son “malas”.  Uno de los deberes más importantes del cristiano es “estudiar” la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia. La voluntad es la facultad que tenemos de elegir y hacer algo ya sea bueno o malo o indiferente. 

Si estudiamos la Ley de Dios sabremos qué acciones son opuestas a los designios divinos y cuáles le son agradables.  Los pecados “de pensamiento” son pues deseos malos que aunque no los realicemos externamente ofenden a Dios porque de por sí se apartan de su Ley. Es el caso de aquella persona que comienza a fantasear con imágenes pornográficas, llegará por su imaginación y ensoñaciones a desear la mujer del prójimo; o aquel que “piensa” o “recuerda” o “se imagina” que se está vengando de su enemigo. Llegará a desearle la muerte aunque no lo lleve a cabo. O el caso de aquellos que se reúnen para planificar un asalto, un robo, un asesinato. Aunque no los realicen ya han “deseado” hacer el mal y pecan como si ya lo hubieran hecho. Los pecados de “palabra” son la expresión de lo malo que llevamos en el corazón. La ira se manifiesta por las palabras ofensivas, la envidia por palabras calumniosas, la mentira por palabras engañosas, la lujuria por palabras seductoras, etc. 

Los pecados de obra son las acciones “malas” que llevamos a cabo de manera consciente y deliberada. Los pecados de omisión son aquellos que cometemos cuando no cumplimos los deberes que nos atañen: no participar en la Eucaristía los domingos sin razón suficiente, no trabajar para sostener su familia, no cuidar a los hijos, no estudiar, no tomar las precauciones obligatorias en el trabajo, etc. Dios nos da la gracia cuando se la pedimos. La Devoción a la Llama de Amor y su mensaje nos llevan a valorar la gravedad del pecado y a evitarlo. Llevar la cruz consiste en primer lugar en tomar cada día la decisión de no pecar, de no ofender a Dios, de guardar los mandamientos de la Ley de Dios. Rechazar al pecado significa escoger entre el bien y el mal en todas las acciones que nos corresponde hacer a lo largo del día. A nuestro lado tenemos permanentemente la ayuda del Espíritu Santo. Si la solicitamos con sinceridad y perseverancia, nunca pecaremos. Dios es fiel en darnos su auxilio cuando lo solicitamos. La Llama de Amor nos lleva a orar permanentemente en nuestro interior en búsqueda del auxilio divino.

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