YO SOY UN DIOS CELOSO

“Yo soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, pero tengo misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos”.  (Éx 20:5–6). Debemos comprender bien este texto para no acusar a Dios de cometer injusticia. No se refiere a que Dios castiga a los hijos por los pecados que cometieron los padres. Cada uno es responsable ante Dios de sus propios pecados. Sin embargo es un hecho de que la conducta de  los padres de familia tiene  consecuencias sobre sus hijos y descendientes. Cuando los padres viven intensamente la Fe los hijos reciben grandes bendiciones. Cuando los padres viven alejados de Dios las bendiciones se detienen y los hijos sufren las consecuencias dolorosas. Los padres de familia llenos de amor a Dios se guardarán fidelidad y cuidarán la unidad de su hogar. Aquellos que no tienen una fe viva difícilmente rechazarán el adulterio y con mucha probabilidad su hogar se convertirá en un “pequeño infierno”. Muchísimos esposos sin fe terminan por divorciarse. Los niños de hogares “disfuncionales” o de “madres solteras” son víctimas inocentes de los pecados de los padres.

En el plan de Dios no hay lugar para el pecado porque junto a la tentación el Señor está dispuesto a dar el auxilio de la gracia a quien se la pida. Quien peca lo hace porque su corazón se cierra al amor de Dios. Todo pecado tiene malas consecuencias, en primer lugar para el que lo comete y en segundo lugar para aquellos que están ligados al pecador. Todos los seres humanos estamos ligados por lazos de sangre. Descendemos de una sóla pareja nos dice la Divina Revelación: Adán y Eva. Hasta ahora la ciencia no ha podido demostrar que los seres humanos procedemos de diversas parejas. A través de la sangre nos viene la herencia biológica pero también en cierto modo heredamos influencias espirituales positivas y negativas. En la vida real vemos familias afectadas de generación en generación por taras hereditarias biológicas y también por tendencias funestas. Es notorio que hay familias en las que el alcoholismo, la depresión, las enfermedades mentales, el suicidio, la violencia, la separación, el adulterio, obsesiones de todo tipo, la promiscuidad sexual, el esoterismo, el recurso a la brujería, la deshonestidad, las ansias de poder, la ambición de dinero, la mentira, el fraude, el robo, el asesinato etc. etc.

Se van transmitiendo de generación en generación. Detrás de todo lo que es pecado están presentes los espíritus malignos. Con frecuencia también detrás de ciertas enfermedades encontramos la acción diabólica. La Palabra de Dios en diversos textos y pasajes nos pone en guardia contra esta misteriosa acción del pecado para que nos volvamos hacia el Señor con gran humildad y nos pongamos bajo su divina protección. Jesús nos dice en el Padre Nuestro:…” no nos dejes caer en la tentación y líbranos del Maligno”.  Quien no tiene una fe viva no puede captar la acción diabólica. Todo lo atribuye a lo “psicológico, a lo biológico, a lo social”, y cuando no puede explicar el problema dice ingenuamente: ”es que la ciencia hasta hoy no ha podido encontrar una respuesta, pero en los años futuros llegará a dar una explicación racional. No hay que ver al Diablo donde no está, pero hay que verlo donde está.

Ese es el fruto de la Llama de Amor. Nos lleva a detectar la acción del enemigo y a enfrentarlo para edificar familias liberadas de las cadenas intergeneracionales que los espíritus malignos echan sobre los hombres para atormentarlos. No tapemos el sol con un dedo. Hay quienes niegan esta “transmisión misteriosa” de las tendencias al pecado y dan diversas exégesis que niegan la existencia del Demonio y su acción sobre los seres humanos y sobre los elementos materiales. La realidad es que cuando la Iglesia hace los exorcismos y oraciones de liberación muchas de esas taras espirituales, psicológicas y hasta biológicas desaparecen bajo el poder de la Sangre de Cristo y el Santísimo Nombre de Jesús. La mejor defensa para las familias contra el poder de las tinieblas es la fidelidad a Dios. Ésta se obtiene por la oración constante en familia y el recurso permanente a los auxilios espirituales que la Iglesia nos da. Son los padres los que tienen esa gran responsabilidad: proteger su hogar y a sus hijos de la malicia de los espíritus malignos por su fidelidad a Dios.

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