No basta decir “soy católico” para serlo

La más importante de las labores pastorales de la Iglesia es hoy por hoy la consolidación de las familias en la fe católica. Muchas personas que fueron bautizadas católicas y se creen católicas en realidad no lo son. No lo han sido nunca porque presentan lagunas graves en el contenido y en la vivencia practica de la fe. No basta decir soy católico para serlo. El ser católico consiste en  asumir y llevar un “estilo de vida” que esté de acuerdo con aquello que la Iglesia nos enseña como revelado por Dios en su Palabra Santísima. Nos vamos convirtiendo en “católicos” a lo largo de la vida y en la medida en que vamos traduciendo a la práctica el contenido de esa Fe revelada. Por lo tanto siempre somos “alumnos” de la Madre Iglesia que día tras día nos va enseñando a vivir la fe con mayor calidad. 

No podemos “escoger partes” del contenido de la fe.  No podemos ir al supermercado de la  Palabra de Dios y decir: bueno, voy a escoger aquellas cosas que me gustan para hacerme una fe católica a mi medida. “Soy católico a mi manera”. ¿Qué pasaría si los alumnos dijeran al profesor: “a partir de hoy vamos a ejercer nuestro derecho a escoger y decidimos que dos por dos son cinco; diez entre dos son siete y  el triángulo va a tener cuatro ángulos“. No nos atrevemos a escoger en matemáticas. ¡Sí nos sentimos con el derecho de escoger lo que nos conviene creer!
La Iglesia no ha inventado el contenido de la Fe que predica. No es un despotismo arbitrario el que gobierna la Fe. La Iglesia ha recibido de Dios los “Dogmas” (reglas) de Fe que nos transmite. Aceptar esos dogmas es un acto de amor a Dios. De Él vienen esas reglas que nos ayudan a caminar en el sendero recto de la salvación eterna.
Una de las reglas más bellas e importantes del matrimonio proclama que el amor entre esposos es EXCLUSIVO Y PARA SIEMPRE. Eso lo reveló Dios. Dios lo decidió así. No es la Iglesia la que lo inventó. Cuando yo invento un tipo diferente de “matrimonio” o de “familia” ya no soy “católico”. Mi fe en ese caso ya no es una fe católica. No estoy en comunión con la Iglesia católica. No puedo considerarme católico si escojo o invento un matrimonio “diferente”: entre tres personas, o entre dos hombres o dos mujeres; o un matrimonio que dure unos cuantos años, o una comunidad de hombres y mujeres que intercambien parejas. Soy libre para inventar los estilos de familia que me pasen por la cabeza, pero no soy en ese caso “católico”.


La catolicidad es “comunión” en la fe y en la caridad. Debo ser honesto y no exigir y pretender en ese caso que se me admita a recibir el SIGNO DE LA FE: la comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo. 
Una de las maneras más frecuentes de actuar del Demonio es la “confusión” de las ideas, la promoción del “error”. Es el padre de la mentira, del engaño. Ha habido mucho escándalo en la prensa y mucha confusión con respecto a la comunión para  los divorciados y vueltos a casar. El Evangelio es claro: ESTÁ EN ADULTERIO QUIEN SE CASA CON UNA MUJER DIVORCIADA O CON UN HOMBRE DIVORCIADO. Pero aquí hay un gran problema. Muchos matrimonios no han sido contraídos con las disposiciones adecuadas y no son verdaderos matrimonios “sacramentales”. Son nulos. Tanta gente bautizada ha vivido “sin Cristo” que no les ha importado ir al matrimonio de cualquier manera. Después fracasan su relación, rompen sus compromisos matrimoniales y no les importa volver a casarse. Pero llega la gracia de Dios, descubren a Cristo, y entonces viene la interrogante. ¿Qué hacemos? ¿Podemos seguir viviendo en adulterio?  ¡Queremos comulgar!  ¿Cómo hacemos para comulgar? Los tribunales eclesiásticos se ocupan de dilucidar estos graves desórdenes.


La Iglesia tiene una “pastoral” para ayudar a aquellas personas que habiendo fracasado un primer  matrimonio sacramental han contraído nuevas nupcias. Cuando el primer matrimonio es válido ya no se puede volver a comulgar si en el nuevo matrimonio se vive en fornicación. ¿Por qué? Porque el matrimonio válido proclama la unión de Cristo y de la Iglesia. Y al recibir el Cuerpo de Cristo cuando se está en adulterio se rompe el signo del auténtico matrimonio. Esa comunión se vuelve un antisigno de Cristo, porque en el sacramento del matrimonio el hombre hace presente a Cristo y la mujer a la Iglesia. Aquí hay dos  caminos: probar que el primer matrimonio es nulo y contraer un verdadero matrimonio sacramental, o vivir como “hermanos” en el nuevo matrimonio. En todo caso quien debe ayudar es el Pastor correspondiente: el Párroco o el Obispo.


No puede ir a comulgar por su propia iniciativa quien ha contraído un nuevo matrimonio estando ligado por un matrimonio sacramental anterior. Se expone a cometer sacrilegio recibiendo la eucaristía en pecado mortal.
La enseñanza es que debemos ayudar a los jóvenes a ir al matrimonio con las actitudes correspondientes al Sacramento y con os instrumentos necesarios para asumir el combate espiritual contra el enemigo. La Madre de la Iglesia, la Virgen María, es la Madre de los matrimonios. A Ella hay que recurrir desde antes de “casarse”.

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