¡VIVIR EN EL ESPÍRITU! LA CARTA A LOS ROMANOS Y LA LLAMA DE AMOR
La Palabra de Dios nos ayuda a comprender mejor la acción de la Llama de Amor en nuestra propia persona y en el interior de la familia. Mientras más conozcamos las enseñanzas del Santo Evangelio y los escritos del Nuevo Testamento mejor entenderemos qué es, cómo actúa y cómo se sitúa el mensaje de la Virgen María en la vida del cristiano. Si no estamos lo suficientemente instruidos en la Palabra de Dios corremos el riesgo de considerar la Llama de Amor como algo “mágico” o “automático”: terminaríamos pensando que basta con rezar la Llama de Amor para cegar al demonio. Se trata de algo mucho más complejo: el “efecto de gracia que ciega a Satanás” se sitúa dentro de la proyección del Santo Bautismo. Ese día “optamos por Cristo”, renunciamos a la esclavitud del demonio y nos consagramos a seguir a Jesús en la libertad de los hijos de Dios. La Gracia de Cristo nos arrancó al reino de las tinieblas y nos hizo ciudadanos del Reino de los Cielos.
Dejamos de “pertenecer a Satanás” y pasamos a ser propiedad del Señor (Rom 6,21-22). Todo eso como fruto de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Sumergidos en la Sangre de Cristo fuimos lavados del pecado de Adán y de los pecados personales (Rom 6,4). Entramos en una relación de Amor con el Padre-Hijo-Espíritu Santo llamada Gracia Santificante. Nos convertimos en ciudadanos de dos mundos: el terrenal y el celestial. “Ya no soy yo quien vivo dice San Pablo es Cristo quien vive en mí”. El Bautismo es algo gigantesco que nunca podremos valorar lo suficiente. Sobrepasa toda comprensión. Cambia totalmente el sentido de nuestra existencia. Es la raíz de nuestra salvación, la puerta de entrada al Reino de los Cielos. Pero eso tiene un precio: la fidelidad a Jesucristo hasta las últimas consecuencias. Seguir a Cristo significa “llevar la Cruz” y morir al pecado junto con Él. La gran tentación es la de volvernos hacia atrás, como los Israelitas que anhelaban las cebollas de Egipto (Rom 7,18-19). Nuestros pecados fueron perdonados pero no se nos otorgó la “impecabilidad”. La culpa original hirió muy fuertemente la naturaleza humana y nos dejó debilitados: la concupiscencia es la atracción que ejerce el pecado sobre nuestra inteligencia y voluntad. Jesús dice: “el Reino de los Cielos sufre violencia y solamente los violentos la arrebatan”.
El derrotado príncipe de este mundo va a tratar por todos los medios de arrastrarnos otra vez a su reino. Siendo el Padre de la mentira empleará toda su astucia para convencernos de que es mejor seguirlo a él que seguir a Jesucristo. El mundo, el demonio y la carne serán durante nuestra vida mortal la serpiente que nos ofrecerá el fruto del “árbol prohibido”. Debemos leer muy bien la carta a los Romanos para comprender la acción de la Llama de Amor. San Pablo nos habla de dos maneras de vivir totalmente contradictorias: A) en la carne (Gal 5,19-21)y B) en el Espíritu (Ro 8,3; Gal 5,22-25). Cuando habla de vivir “en la carne” el Apóstol quiere decir que podemos traicionar nuestro compromiso bautismal siguiendo los deseos de la concupiscencia. Cuando nos habla del Espíritu nos enseña que estamos llamados a vivir de manera diferente a la de aquellos que no reconocen a Jesucristo como su Dios y Salvador (Rom 1,32).
Que por difícil que parezca es posible porque hemos recibido en el Bautismo una poderosísima Fuerza de lo Alto que nos hace más que vencedores en ese combate. El discípulo ha de abandonar todo aquello que lo separa de Jesucristo. “Desechemos las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la Luz. Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias. Antes bien vístanse del Señor Jesucristo y no piensen en proveer para las lujurias de la carne” (Rom 13,12-13; Ef 4,1). “Cristo murió y resucitó para ser Señor tanto de los muertos como de los vivos” (Rom 14,9). “Uds no están en la carne sino en el Espíritu si en verdad el Espíritu de Dios habita en Uds.” (Rom 8,9)”Porque si Uds viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán” (Rom 8,13; Gal 5,16,25).
La Virgen María es Madre e Imagen de la Iglesia, Esposa del Espíritu Santo, Madre del Hijo e Hija del Padre. Su vocación es la de engendrar en el tiempo al Hijo de Dios (Cabeza y Cuerpo). No debemos extrañarnos de que Dios haya confiado a su poderosa intercesión la misión de llevar a toda la humanidad a los pies de Cristo. María socorre a sus hijos en el combate sin cuartel contra los enemigos de nuestra salvación (Jn 19,26-27). Para vencer en ese combate San Pablo nos pide que revistamos la armadura espiritual (Ef 6,10…).“Y el Dios de paz aplastará pronto a Satanás debajo de los pies de ustedes”(Ro 16.20). Eso es lo que hace el efecto de gracia de la Llama de Amor en las familias.
En el Diario Espiritual iremos encontrando aquellos elementos que nos ayudarán a revestirnos de la armadura. La Llama de Amor nos lleva a someternos a Cristo en medio de la lucha cotidiana contra el pecado. Su especificidad como Gracia extraordinaria de Dios a la Iglesia la sitúa en el enfrentamiento contra la concupiscencia, que exacerbada por el mundo, el demonio y la carne tratan de arrastrarnos fuera de los compromisos bautismales.