CARTA No.132: Un segundo punto muy importante en el proceso de las oraciones de liberación
Un segundo punto muy importante en el proceso de las oraciones de liberación son las actitudes que debemos cultivar en lo profundo de nuestro corazón para no poner obstáculos a la acción de Dios. Decíamos en la carta anterior (130) que somos infinitamente amados por Dios. Él no quiere que estemos bajo el poder de Satanás. Él es el primer interesado en que seamos liberados de las influencias demoníacas. Es Él quien libera. No somos nosotros. La primera actitud que debemos cultivar es la humildad. Reconocer que no somos nada y que de nosotros mismos no tenemos ningún poder sobre Satanás ni sobre ningún ser que pertenezca al mundo de las tinieblas. Dios es el único Señor y Satanás y los suyos le pertenecen, son sus criaturas, están absolutamente bajo su poder. Por muy paradójico que parezca, los demonios son instrumentos del Señor para la salvación y santificación de las almas. Y para que nos admiremos sobremanera, los demonios son infinitamente amados por Dios. Son sus criaturas. Creadas ángeles con un amor infinito. Si son demonios es porque no han correspondido al amor infinito de Dios. Si Dios no los amara los demonios dejarían de existir. No cometamos el error de pensar que los demonios son “rivales” de Dios. Estos seres espirituales son solamente “pobres criaturas” sin ningún poder que se pueda comparar a la omnipotencia divina.
Por ese motivo no debemos tenerles “miedo” ya que están totalmente sujetos al Creador. Es Dios quien permite que un alma, que una familia, que una ciudad o un continente o el mundo entero, sean tentados o estén asediados por la acción diabólica. Todo eso es para la gloria de Dios porque Dios no hace o permite nada que no sea para procurar nuestro mayor bien y su mayor gloria. Así que lo primero que debemos hacer cuando nos encontramos ante un caso de afectación diabólica es adorar la divina voluntad que la permite para el mayor bien de esa persona y la mayor gloria de su divina majestad. Eso nos deja en paz, saber que no somos nosotros los que llevamos la responsabilidad de esa “liberación”, sino que es la sabiduría divina. A nosotros nos toca someternos a los designios divinos y buscar por todos los medios hacer la divina voluntad. La humildad es la virtud que nos coloca en el lugar que nos corresponde, el de criaturas dependientes totalmente del Creador. La humildad nos pone en el último lugar; nos lleva a depender completamente de la acción del Espíritu Santo cuando oramos por una persona. El fruto de la humildad es el abandono en las manos de Dios y la obediencia a su divina voluntad.
Éstas se traducen en la oración confiante al Espíritu Santo para que nos inspire y guíe cuando oramos por los hermanos. Los hijos de Dios tenemos un inmenso poder sobre el corazón de nuestro Padre celestial. Eso nos lo dice Jesús en el Evangelio: “pidan y recibirán, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá”. Por ese motivo en el proceso de liberación de las personas lo más importante es que ellas mismas oren ardientemente implorando su liberación, que la propia familia se una intensamente a su oración, y que quienes oran por la persona afectada imploren ardientemente del Señor que Él la libere. En el exorcismo el sacerdote revestido del poder de la Iglesia ordena al demonio que salga; en las oraciones de liberación le pedimos humildemente a nuestro Padre celestial que sea Él mismo quien libere. Tan grande es el poder del exorcismo como el de una oración de liberación, ya que tanto en el exorcismo como en ésta, es el mismo Dios quien destruye el poder de los espíritus malignos. Cuando oramos a Dios con el Rosario y la jaculatoria de la Llama de Amor estamos haciendo una oración de liberación: “derrama el efecto de gracia de tu Llama de Amor sobre toda la humanidad”. No ordenamos al espíritu maligno sino que suplicamos a María su poderosísima intercesión ante la Santísima Trinidad para que sea nuestro Padre celestial quien sane y libere a sus hijos de la acción de los demonios.