LA VIGILANCIA
La vigilancia es una de las características del cristiano porque “no sabe ni el día ni la hora” en que vendrá el Señor. Las jóvenes necias no vigilaron y por eso no pudieron entrar en la fiesta. Se durmieron y se quedaron sin aceite. San Pedro nos dice que debemos estar vigilantes porque el león rugiente está dando vueltas a nuestro alrededor buscando a quien devorar. Debemos vigilar sobre nosotros mismos y sobre aquellos que nos son confiados. Los esposos y padres de familia deben estar siempre en actitud de vigilancia para cuidar de su cónyuge y de sus hijos. La palabra vigilancia implica un gran amor. Es el cuidado amoroso de Dios por su Pueblo, por cada una de sus ovejas. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. El descuido puede ser fatal. El pastor está atento, no duerme, vigila porque durante la noche puede venir el lobo o el ladrón.
Debemos tener una doble vigilancia: sobre nosotros mismos y sobre aquellos que Dios nos ha confiado. No puede vigilar a los suyos aquel que no vigila sobre sí mismo.Estamos en lucha permanente contra los enemigos de nuestra salvación. “Manténganse siempre en estado de alerta, pero confiando en Cristo. Sean fuertes y valientes, y todo lo que hagan, háganlo con amor” nos dice San Pablo (1 Co 16:13–14). El agricultor cuida su viña, sus sembríos. Está atento a los menores signos para eliminar los insectos dañinos. Fortalece a tiempo la tierra con el abono adecuado para que dé más fruto. La gracia de la Llama de Amor del Inmaculado Corazón de María “no es mágica”. Se cumple lo que dice Jesús: “No es aquel que me diga Señor, Señor, el que entrará en el reino de los cielos. Es aquel que hace la voluntad de mi Padre celestial”. Debemos vigilar de manera especial sobre las potencias del alma: inteligencia, voluntad y memoria.
Sobre nuestro cuerpo y sobre nuestro entorno: las personas que nos rodean y las circunstancias en las que nos movemos. La inteligencia, la capacidad de conocer la verdad, es el primer punto que los espíritus malignos atacan. Ciegan los oídos para que la Palabra de Dios no llegue a la inteligencia. Confunden la mente con ideas equivocadas. La aturden con una avalancha de ruidos e imágenes que impiden el silencio interior que permite la reflexión y la oración. La cabeza es víctima de ataques especiales. En segundo lugar atacan la voluntad promoviendo sentimientos encontrados, emociones de todo tipo para que tomemos decisiones erróneas y experimentemos desasosiego, culpabilidad o angustia. Pueden excitar nuestra memoria para sacar a flote pensamientos, sentimientos y recuerdos que afecten a la inteligencia y a la voluntad.
Los espíritus malignos pueden afectar diferentes lugares de nuestro cuerpo suscitando dolores, alergias, sufrimientos, enfermedades. Las personas que nos rodean pueden ser manipuladas como instrumentos del maligno para tentarnos, ofendernos o dañarnos. Los mismos lugares físicos pueden también ser objeto de presencias e influencias del maligno que nos perturben. En diversos pasajes del Evangelio y del Nuevo Testamento Jesús y los escritores sagrados nos recuerdan la necesidad de estar siempre vigilantes para no dar oportunidad al enemigo para matarnos. El enemigo sólo viene para robar y matar, nos dice Jesús. Lo que ofrece siempre es engaño y falsedad que llevan a la muerte. La vigilancia contra la acción de los espíritus malignos es de extremada importancia en el interior de la familia.
Debemos aprender a discernir si los pensamientos y sentimientos son del Señor o vienen del maligno. La Llama de Amor nos da una herramienta sencilla y práctica para ayudar a la inteligencia, a la voluntad y a la memoria a rechazar las flechas incendiarias que los enemigos del alma nos lanzan: repetir interiormente en espíritu de oración la jaculatoria “derrama el efecto de gracia de tu Llama de Amor sobre” mi….(inteligencia, diversos sentimientos, recuerdos, personas, circunstancias…etc.) impiden que los pensamientos y sentimientos se conviertan en obsesiones. Al cerrar las puertas del alma con la oración permanente el enemigo maligno queda ciego y no puede dañarnos. El ejemplo de cómo Isabel Kindelmann sale victoriosa de los tremendos ataques del maligno debe ayudarnos a confiar en el efecto de gracia de la Llama de Amor.