SOMOS SOLIDARIOS EN EL BIEN Y EN EL MAL

Todos los miembros de nuestras familias estamos unidos, tanto en la gracia como en el pecado, tanto en el bien como en el mal.  El misterio de la solidaridad entre los seres humanos es una realidad que sin la FE es difícil de captar.  El plan de Dios es un misterio de Amor. Dios nos creó por amor y nos hizo sus hijos por amor. Somos como vasos comunicantes por los que el Amor de Dios debería transmitirse para hacer de todos nosotros una sola cosa, un solo cuerpo.  El Creador quiso unirnos  por los lazos de sangre y por los lazos espirituales. La Palabra de Dios nos dice que provenimos de Adán y Eva. Sin embargo por el pecado de Adán ese plan se trastornó. Todos los descendientes (Ro 5,12-21) hemos pecado en él y hemos sido víctimas del odio.   Al ser redimidos, todos los que creemos en Cristo, hemos sido arrancados del poder de las tinieblas, renovados y salvados. Somos uno en Adán y uno en Cristo.

Esa redención de Cristo Jesus debería haber restaurado perfectamente la solidaridad en el amor. Sin embargo en su infinita sabiduría Dios permitió que las consecuencias del pecado de Adán se transmitieran a sus descendientes. El Amor y el Odio luchan en el fondo de nuestros corazones. Cada ser humano experimenta en el fondo de su alma este desgarramiento o lucha entre el bien y el mal. Debe escoger. El Amor o el Odio, la Luz o las Tinieblas. En eso consiste el combate espiritual. Cada familia es el resultado de una historia de santidad y de pecado. Cada familia se remonta por los lazos de sangre y por lazos espirituales hasta Adán y Eva. Hay grandes santos detrás de nosotros y desgraciadamente también grandes pecadores. Esta realidad debería llevarnos a asumir con gran responsabilidad la existencia humana. Todo lo que hacemos tiene gran trascendencia: si hacemos el bien tanto nuestros ancestros como nuestros descendientes se beneficiarán; si hacemos el mal nuestros ancestros y nuestros descendientes sufrirán las consecuencias.

Cuando hablamos de ancestros debemos tener en cuenta que los difuntos no están ausentes de nuestras vidas. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Existe una estrecha relación entre los Santos del Cielo, las almas del purgatorio y nosotros los caminantes o viadores. También debemos tener en cuenta que el mundo del pecado  los demonios, los servidores de Satanás y las almas afectadas por la acción diabólica  influyen en nuestra vida de manera negativa. En este combate contra las tinieblas cada familia debe volverse hacia los hermanos que nos han precedido: los Santos y las almas del purgatorio para solicitar su poderosa intercesión. Si nuestra vida es santa, las almas del purgatorio recibirán la ayuda de nuestras oraciones, sacrificios y buenas obras. Si nuestra vida se entrega al pecado estarán privadas de esos beneficios. También hay que tener en cuenta que nuestros descendientes serán afectados por las consecuencias de nuestros pecados.

Las almas de nuestros parientes difuntos que han muerto sin una perfecta purificación tienen influencia sobre nuestra vida y nos hacen misteriosamente participar en sus sufrimientos. Debemos reparar sus pecados. Muchas personas no están afectadas en sus sufrimientos por demonios, sino por almas sufrientes que buscan en ellas luz y alivio. Su presencia se puede traducir en penas morales (tristezas, angustias, miedos, enfermedades…). También en el mundo oscuro de los demonios encontramos que las almas de aquellos que han muerto alejados de Dios por sus pecados pueden ser utilizadas como instrumentos de tortura para los vivos. Especialmente eso sucede por la acción de los maleficieros (brujos…) que reciben de Satanás el poder de atar almas perversas a las personas a las que quieren dañar. Todo pecado que cometemos tiene grandes consecuencias negativas sobre la familia; todo acto de amor a Dios trae grandes bendiciones.

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