LOS ESPÍRITUS MALIGNOS AL SERVICIO DE LA GLORIA DE DIOS (1)

La envidia y el odio que los espíritus malignos sienten contra nosotros es inimaginable. Su mayor anhelo es que nos condenemos por toda la eternidad a los mismos tormentos que ellos sufren por haber rechazado el Amor del Creador.  Esto no siempre lo logran porque ese Creador misericordioso hace hasta lo imposible para salvarnos. Solamente se condena  para toda la eternidad aquel que consciente, voluntaria y lúcidamente rechaza a Dios en el último momento de su existencia terrenal. Si los demonios no logran su objetivo principal obtienen sin embargo una gran victoria cuando por sus argucias y engaños nos impiden llegar a la santidad a la que Dios nos ha destinado.  Por ese motivo buscan por todos los medios llevarnos a la negligencia, a la indolencia, a la frialdad, al descuido en el cumplimiento de la divina voluntad. 

Si para cada ser humano lo más importante es evitar la condenación eterna, el anhelo supremo de su vida debe ser llegar a la más elevada santidad según el Plan de Dios sobre la creación. A mayor fidelidad al designio divino corresponde mayor gloria al Creador y mayor premio para la criatura. La sabiduría divina ordena toda nuestra existencia en función de la santidad a la que Él nos llama. Eso se llama la “divina providencia”. Todo lo que nos sucede tiene sentido: que aprovechemos la ocasión para santificarnos. Los mismos demonios son en realidad instrumentos de los que Dios se sirve para llevarnos a la más elevada santidad si “comprendemos” el actuar divino. Como dice el dicho: a los demonios les sale “el tiro por la culata” cuando al tentarnos o atormentarnos nos volvemos confiadamente al Padre celestial y obtenemos de su infinita misericordia las gracias para derrotarlos. Satanás “va por lana y regresa trasquilado” en la medida en que vivimos en la divina voluntad.

 Este es el sentido profundo de la gracia de la Llama de Amor. Es la intervención del Inmaculado Corazón de María en el interior de nuestros corazones para llevarnos a la más elevada santidad. Pensemos en los niños de Fátima: Francisco y Jacinta.  Ella nos obtiene las gracias para que derrotemos al Maligno y seamos santos.  La intercesión de María deja ciegos a los demonios.  Es una tontería pensar que el Demonio pueda vencer a Dios y llevar al fracaso el Plan del Creador. Un dolor inimaginable hiere el Corazón del Padre celestial cuando un alma se condena, pero también experimenta una gran tristeza cuando ve que sus hijos malgastan el tiempo y no aprovechan las oportunidades para santificarse. Los padres de familia sufren cuando sus hijos despilfarran su herencia y viven miserablemente. Dios no fracasa, somos nosotros los que fracasamos cuando nos contentamos con el “último puesto” en el Reino de los Cielos. Los espíritus malignos van a tratar de llevarnos a una vida “mediocre”, como la del hijo pródigo que terminó cuidando cerdos. El Maligno intenta lograr su objetivo por medio de las infinitas “tentaciones” que nos ofrece. 

La vida de Isabel Kindelmann nos enseña que todos podemos llegar a la santidad heroica. Que los ataques del mundo de las tinieblas no son obstáculo, sino grandes oportunidades para que le probemos nuestro amor al Padre Creador del universo. Dios nos ama tanto que permite que los demonios nos tienten y atormenten para darnos el premio de la victoria. Para fortalecer nuestra voluntad en esta lucha espiritual contra el mundo de la tinieblas  Dios nos da a través de la Iglesia infinidad de poderosos medios. En estos últimos tiempos la gracia extraordinaria  que dará la victoria al Pueblo de Dios es la Llama de Amor del Inmaculado Corazón de María. Si el Demonio trata de cegar la inteligencia y de corromper el corazón del hombre, la Madre de la humanidad protege a sus hijos. Ella les ilumina la inteligencia y les cura el corazón de la lepra del pecado. 

Todos los demonios sin excepción, desde los más grandes y poderosos hasta los más insignificantes se doblegan ante la Virgen María. Todos los que voluntariamente se han puesto al servicio del mundo de las tinieblas (maleficieros: brujos, hechiceros, perseguidores de la Iglesia, etc.) tiemblan ante el poder de la Señora y no les queda más remedio que someterse a Ella. Todas las almas sojuzgadas por los espíritus malignos y que son utilizadas por los demonios para hacer sufrir a los seres humanos encuentran en la Madre de Dios una esperanza. Estamos apenas conociendo el Misterio del Inmaculado Corazón de María. En lo siglos que vienen ese Corazón desplegará para la gloria de Dios y nuestro mayor bien todas las gracias que el Hijo quiso en él depositar. La Virgen María no es en el Plan de Dios un instrumento de segunda categoría. Íntimamente unida a su Hijo en el Misterio de la Redención es justo que sea glorificada como Ella se lo merece.

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