CARTA No.283: PROGRAMA DEL DÍA MIÉRCOLES

Jesús da a Isabel Kindelmann un programa de vida espiritual para la semana. (Cfr DE 10-4-1962). Comentamos el día Miércoles.  Día de las vocaciones sacerdotales. En el Diario leemos: “Pídeme muchos jóvenes de almas fervorosas, cuantas quieras, tantos vas a recibir, porque en el alma de muchos jóvenes vive el deseo, sólo que no encuentran quien les ayude: No seas pusilánime. Por medio de las oraciones de vigilia puedes alcanzar también para ellos gracias abundantes”. Este texto es de grandísima importancia. Debemos reflexionarlo en el contexto y en su proyección. Estamos en la época del Concilio Vaticano II (1962-1965). Momentos de grandes expectativas en la Iglesia Católica. Una gran efervescencia reinaba en todos los ambientes eclesiásticos. Se pensaba que el Concilio traería una nueva primavera para la Iglesia en todos los aspectos y de manera especialísima en el orden de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Se pedía renovación para una Iglesia que se consideraba desfasada, , atrasada, consevadora, frente a un mundo moderno que iba por delante.  El Papa San Juan XXIII pedía un “aggiornamento” inspirado por el Espíritu Santo. La Iglesia entró en una gravísima crisis que dejó al descubierto, sobre todo en el estamento clerical y de la vida religiosa, grandes debilidades. 

Al leer las páginas del Diario que se refieren directamente a los consagrados a Dios: sacerdotes y religiosos quedamos sobrecogidos por la reciedumbre de las exigencias de Jesús. Son palabras durísimas que nos hacen pensar en que  gran parte del clero y religiosas no estaban a la altura de las exigencias de su vocación. (Por ejemplo ver: DE 22-12-1963: el altar empolvado; 12-3-1964, etc.). Una gran crisis de fe y vida salió a flote y se manifestó después del Concilio con toda su fuerza. Miles de sacerdotes y religiosas abandonaron su vocación y retornaron al “mundo”, desorientados por la pérdida de su “identidad” de consagrados al servicio de Jesucristo. Muchas Diócesis y congregaciones religiosas vieron cómo sus seminarios y casas de formación se cerraban por falta de candidatos. En estos días no podríamos acusar con justicia al Concilio Vaticano II de  ser culpable de la crisis y de la carencia de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Es necesario tener en cuenta que la sociedad mundial ha sido sometida a cambios ultrarrápidos en todos los sentidos. El avance de la mentalidad materialista ha precipitado a la juventud en un mundo en el que los ideales cristianos han sido opacados. Jesucristo y la Iglesia no repesentan ya para la inmensa mayoría de los jóvenes católicos  un ideal lo suficientemente grande que los lleve a renunciar a todo para emprender el camino de la consagración. Sin embargo la queja de Jesús es totalmente válida, tanto para ayer como para hoy. 

Jesús pide una  renovación completa en la calidad de la vida espiritual de los consagrados. Denuncia la mediocridad del amor que le entregan los que han prometido seguirlo en el sacerdocio y en la vida religiosa. Esa es la raíz de la crisis. Él pide a Isabel dos cosas que desde siempre han estado en la conciencia de la Iglesia: la vocación al sacerdocio y a la vida religiosa es una gracia especialísima que se obtiene por la oración (y el ayuno). El día miércoles Isabel debe dedicar a orar intensamente para que el Señor envíe obreros a su mies. Las vocaciones son fruto de la oración intensa. Es necesario que toda la Iglesia ore por sus sacerdotes, para que sean fieles y santos; es indispensable no sólo que la oración sea permanente, día y noche, para que el Señor se digne tocar el corazón de muchísimos jóvenes, sino que al mismo tiempo se les ayude con la palabra y el ejemplo a discernir el llamado. La Llama de Amor es el gran instrumento de la Virgen María para formar las vocaciones de los futuros sacerdotes en el seno del hogar. Es en el interior de las familias verdaderamente entregadas a Jesucristo que brotarán los sacerdotes que la Iglesia necesita.

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