CARTA No.220 (Sigo respondiendo a la pregunta de la carta 218)

Para que la familia se transforme en un santuario debemos pedir permanentemente la presencia del Espíritu Santo. Aquí reside el poder de la oración cristiana: no somos nosotros los que oramos, es el Espíritu Santo el que ora en nosotros. No sabemos orar, no sabemos pensar, no sabemos actuar. El gran Don de Dios a la Iglesia es el Paráclito, el Consolador. Él nos introducirá como un guía en la Verdad. Debemos estudiar detenidamente el capítulo diecisiete del evangelio de San juan y el segundo de los Hechos de los Apóstoles. El Espíritu Santo es el Esposo de la Virgen María. En el Corazón Inmaculado de María arde permanentemente el Espíritu Santo. La Llama de Amor de su Inmaculado Corazón es Jesucristo su Hijo, quien fue engendrado en su seno por el Padre por la acción del Espíritu Santo. Es la Santísima Trinidad la que se nos da en la Llama de Amor del Inmaculado Corazón de María. Necesitamos humildad, confianza y perseverancia porque es un verdadero combate el que libra Satanás contra las familias. No quiere que en los hogares haya oración. Se esfuerza tremendamente para inducir a niños y adultos a poner infinidad de pretextos para rehuir la oración, especialmente del Rosario.

Invocar a María Santísima con la jaculatoria es en realidad pedir a la Santísima Trinidad que derrame la Sangre de Cristo (el efecto de gracia, la Redención) sobre toda la humanidad y de manera especial sobre los miembros de la propia familia. Nuestros ojos carnales no nos permiten ver cómo la oración que sale de nuestros labios golpea tremendamente a los demonios, hechiceros y otros elementos del mundo de la oscuridad que rodean y atacan a cada miembro de la familia. Esa súplica humilde, confiada y perseverante que lanzamos constantemente al Corazón de nuestra Madre Santísima tiene un efecto demoledor sobre el mundo de las tinieblas. De la misma manera que Satanás y los suyos no se cansan de atacarnos así nosotros, como Moisés, no debemos bajar los brazos. Los corazones ponen obstáculos. No sienten el deseo de orar. Están fríos y dominados por los espíritus inmundos de impiedad. Los demonios defienden su territorio. Lo han ido conquistando paso a paso: ciegan los oídos a la Palabra de Dios, ciegan los ojos para que no podamos ver el rostro de Cristo, ciegan el entendimiento para que no podamos comprender la urgente necesidad de oración, infunden rebeldía en los corazones. Si queremos ir rompiendo esos obstáculos espirituales hay que orar insistentemente. Somos débiles e inconstantes.

Necesitamos los dones del Espiritu Santo para perseverar en la oración poderosa que vence las fortalezas enemigas. El secreto de María para que la Iglesia triunfe contra el plan destructor de Satanás son los santuarios familiares. Estos santuarios son el fruto de la poderosísima intercesión de María ante el Padre Eterno por medio de las Llagas de su Hijo y con el poder del Espíritu Santo. Los corazones reacios a “vivir en Cristo” se doblegarán si guardamos las dos peticiones de Jesús a Isabel Kindelmann: orar y ayunar; orar y reparar; orar y ofrecer sacrificios. No cometamos el error de pensar que la familia se ha convertido en un santuario porque se reza cada día el Rosario. Esto es apenas el primer paso. Se debe cumplir la condición indispensable para que vayamos confirmando cada día nuestra salvación: caminar juntos detrás de Jesús llevando la cruz que el Señor nos ha dado. Esto se puede hacer solamente si los dones del Espíritu Santo están vivos y activos en el interior del hogar. Debemos tener muy en cuenta los innumerables y variados ataques que Satanás lanza cada día contra las familias que quieren vivir su bautismo, vivir en Cristo. Si somos verdaderamente devotos del Inmaculado Corazón de María, Ella nos llevará a descubrir al Espíritu Santo como al Esposo de nuestras almas. Tenemos un verdadero santuario familiar cuando el Espíritu Santo produce sus doce frutos en el interior del hogar.

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